BUCÓLICA

 

 

Sr. D. Camilo Jiménez.

Fontela, Setiembre.

UERIDO Camilo: ya ves si cumplo mi palabra, y eso que estoy dado á los demonios en este destierro, que me parecería menos horrible á poder salir de él libremente y cuando quisiese. Mucho vale la libertad. Hasta perderla no se conoce su precio.

¿Qué sacrificio hago yo, en realidad, con alejarme de Madrid unos meses, cazar, pescar y respirar aire sano? Protesto contra esta higiénica medida porque me la imponen, no porque en sí me desagrade. Tú me recordabas, para aplacarme, que cedo á la tiranía del cariño, lo cual no humilla: convenido; mamá me adora, me aparta de sí desgarrándose el alma, ha llorado como una Magdalena en la estación, y me decía, mojándome la cara de llanto, que ojalá fuese millonaria para costearme la invernada en Niza, ó en Alicante siquiera; pero que no poseía sino este palomar grieteado en el corazón de Galicia, donde yo pudiese beber leche fresca, dormir sobre un establo y reponerme... Que, no obstante, si me empeoraba ó me aburría, cuatro renglones; la familia hará un esfuerzo, te mandaremos á Italia... Ante las lágrimas y el besuqueo, ¿qué se hace un hombre, Camilo? Jurar que le entusiasma Fontela y venirse á escape. ¿He de consentir que el consabido esfuerzo desequilibre los presupuestos de mi casa? El sueldo de magistrado de mi padre y las rentitas gallegas de mi madre, sólo á fuerza de orden y parsimonia cubren los gastos y permiten atender á las exigencias del decoro. Hacen milagros los pobres papás.

Por eso, por eso me incomoda á mí no servir para nada, ser á los veinticuatro abriles abogado sin pleitos, y por eso te suplico no olvides mi pretensión y trabajes con ahínco para que suban al poder los tuyos y me hagan á mí siquiera juez de entrada; bien poco pido; se trata de sentar el pié en la carrera y dejar de ser miembro inútil, cero social.

El cargo á que aspiro es modesto; pero ya sabes lo bien que armoniza con mis gustos y carácter. ¡Oh! Yo seré un gran juez, de p y p y doble u, como tú dices que son las chicas del brigadier Robles! ¡Me agrada tanto la rectitud, la gravedad, la equidad; tengo tan elevada idea del oficio de administrar justicia; he estudiado con tanto cariño la hermosísima ciencia que se llama filosofía del derecho, y creo que está en general tan atrasada y que podemos prestar tan inmensos servicios á la humanidad los que la renovemos aplicándola prácticamente, sin pararnos en viejas rutinas y desarraigando inveterados perjuicios y abusos...!

Y además, los ejemplos que he visto desde la niñez me ayudarán á desempeñar dignamente la judicatura. Mi padre disfrutaría hoy una renta de 5 ó 6,000 duros si hubiese fallado de cierto modo ciertos litigios; prefirió su honrada estrechez, é hizo bien, puesto que sus hijos y herederos estamos conformes y orgullosos. Hasta Matilde... (no te sonrías, Camilillo), hasta la buena de Matilde, que se pasa la vida oliendo lo que guisan en casa de los modistos célebres, en el fondo prefiere su vestidito reformado de gró negro, á galas de sucia procedencia.

¡Á quién se lo cuentas! dirás tú. Es que es una excelente chica mi señora hermana, y Vd., caballero Tenorio, se guardará de insinuarle cosa ninguna con mal fin, ó nos veremos á la vuelta. Sin embargo, te permito dar á Matilde mil expresiones de mi parte. Tocante á la salud, particípale que ya voy mejorando. Y que le escribiré.

Lo raro es que ni yo mismo entiendo qué tengo, ni de qué vine á curarme aquí. Cansancio al subir cuestas; ligeros sudores en la cama; tosecillas rebeldes al clásico remedio casero de la leche de burra; opresión en el pecho, y, lo que más me molesta, una especie de vértigos que á lo mejor me obligan á apoyarme en la pared, y otras veces me producen la sensación de voces sepulcrales ó irónicas hablándome confusamente al oído: he aquí los síntomas que expuse al doctor Sánchez del Abrojo. Ya sabes la receta: echar la llave á los libros, campo, vida animal. Hay modas en todo, hasta en la medicina, y esto de convivir con la Naturaleza es el gran específico para los médicos de ahora.

¡Mamá se ha tragado que yo tenía principio de tisis! ¿Te acuerdas del día en que te llamó á su cuarto, con mucho misterio, para averiguar de ti en qué pasos andaba su hijo, y qué orgías y desórdenes, ó qué pasiones desatadas arruinaban mi físico? Todavía me río de la buena sombra con que le respondiste: «Señora, como no sea de excesos de virtud, ó de atracones de estudio, no entiendo de qué está malo Joaquín.» No, y tú eres voto en la materia. La única travesura de la temporada, fué aquel baile á donde me llevaste á remolque, donde me mareaste con el Málaga, el Champagne y el mal ejemplo, y desde el cual me fuí... Llámame soso, ó Catón, ó lo que quieras; pero es un recuerdo que no me gusta evocar. Jamás he comprendido cómo puedes lanzarte tras la primer ciudadana que se te presenta, recoger lo que anda rodando y empalmar cierta clase de aventuras. Está visto que nací para juez.

Volviendo al caso de mi salud, y dejando las causas que pueden haber influído en su deterioro, te diré que aquí, aunque me aburro por siete, espero mejorarme. Ya sudo menos en la cama; ya hace dos días que no me atacan vértigos; por consiguiente, sin que se entere mamá, vas á tener la bondad de meter en un cajón un par de docenas de libros; pídele á Matilde, que los tiene de su mano, el Laurent, la Enciclopedia jurídica de Ahrens, el Mackenzie, las obras de Leibnitz, las poesías de Becquer, y añade alguna novela nueva de Galdós ó Alarcón que haya salido. Córrete á ese despilfarro, que bien puedes. Adios; me canso y dejo para otro día la descripción de la Fontela.

Tu amigo entrañable.—Joaquín Rojas.

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