Diciembre.
¿Preguntas por mi salud? Magnífica, chico; he echado carnes, mi barba se cierra, mis piernas se fortifican, y vas á dignarte decirle á mamá que es razón sacarme de aquí, sino he de enfermar otra vez de murria y fastidio. Se acerca una época que me inunda el corazón de nostalgia: las navidades. ¿Quién no aspira, en Noche Buena, á cenar rodeado de su gente? Sepultado en el rincón de un valle, en el fondo de Galicia, yo me consumiré ese día clásico, y pensaré tristemente en los que me echan de menos. No respondo, Camilo, de no plantarme en esa el día 24.
¡Con qué placer celebraríamos la Noche Buena, yo restablecido, con el nombramiento de Juez en el bolsillo, y tú declarado novio oficial de Matilde! Mis padres, aunque temen algo á tu mala cabeza, estiman tu corazón, saben que eres chico listo y de porvenir, y no aspiran á mejor yerno. Pero eres incasable, está visto. Has de tropezar con una moza traviesa que te haga ver lo blanco negro. No te digo más, porque es algo desairado el papel de casamentero de mi propia hermana, máxime no teniendo ésta un ochavo de dote.
Podías imitar mi prudencia, y dejarme en paz con la chica del casero. Supongo que, después de saber que rabio por tomar el portante, no reincidirás en la chistosa bromita de que estoy prendado de esta ternera, como tú le llamas. Maldita la falta que hace estar prendado de nadie para profesar y sostener principios de elemental justicia. ¿Qué significan entonces nuestros ideales democráticos, si hemos de aprovechar la primer coyuntura favorable de escarnecer al pueblo en lo más digno de veneración, en la mujer indefensa y expuesta por su misma inferioridad á todo ultraje? ¿Hay cobardía como abusar de criaturas poco más conscientes que el ganado? ¿No es Maripepa un sér humano, un semejante que excita mayor interés por lo mismo que carece de escudo social?
Comprendo, Camilo, todo lo que se haga en ciertos sitios, en ciertos bailes y con ciertas mujeres. Ya barruntan ellas á lo que se exponen, y no les cogerá de nuevo cosa alguna; si la guerra es poco gloriosa, al cabo es franca y abierta. ¡Pero asechanzas á Maripepiña, á esta pobre Margarita salvaje que, por no saber, ni sabe dar al torno! Es igual que tirar á un conejo atado por las patas ó cazar pollos en el nido. ¿No se subleva tu generosidad natural con sólo pensar que yo lo consintiese á mi sombra y bajo mi techo?
Me indignó semejante proceder, y más en el notario, que al cabo no tiene la disculpa de juzgarse, como el señorito de Limioso, investido de una especie de poder feudal sobre las mocitas de la comarca. Es verdad que el notario se lo arroga, en virtud de los manejos de su tío, el sagastino cacique, y te aseguro que bajo el cetro de papel sellado de estos tiranuelos locales vive harto más oprimido el paisanaje infeliz que en tiempos de horca y cuchillo, pendón y caldera.
Da ganas de reir tu aserto de que me inspira celos el notario. ¡Celos de Maripepa... y de ese pedazo de atún! ¡Cuánto nos vamos á divertir este año en el Retiro, acordándonos de tales simplezas!
Mira, no te olvides de instar á papá para que me levanten el destierro. Tengo verdaderas saudades de Madrid; es decir, no sé si son de Madrid precisamente; el caso es que las tengo. Á medida que mis pulmones se saturan de aire puro y vital, parece que se me achica la respiración del alma y que me ahogo por dentro. Ansío no sé qué, doy largos paseos sin objeto ni fin, ó me estoy horas y horas sentado en el poyo de piedra debajo de la solana, sumido en una especie de ensimismamiento raro, que debe ser rezago de la enfermedad. Á veces salto del poyo, y por no saber cómo esparcir la sangre, trato de escalar la solana; y no estando muy hecho á este género de habilidades, á poco me rompo la crisma estrellándome en el patio.
Figúrate si me hierve el cuerpo en impulsos de actividad, que anteayer ayudé á Maripepa á segar, por entretenerme. La ví salir con la hoz y un aire tan animoso, que me dió envidia, y la seguí al prado. Es cosa muy linda el prado, sobre todo en este tiempo, cuando su frescura y color alegre contrasta con la desnudez de los árboles y la aridez del terreno labradío. Un prado es la infancia de la vegetación, y sin que uno sea borrico, ni mucho menos, la yerba convida á tenderse, revolcarse y palpar amorosamente su suave tez de felpa. Me tendí, pues, dejándome resbalar por el leve talud, mientras Maripepa esgrimía el arma de las druidesas y apañaba (es el término técnico) todo el verde posible. Al fin me resolví á servirle de algo, y estuve á punto de llevarme media mano con la hoz, que corta como navaja de afeitar. La chica se rió de todo corazón, pues nada le divierte tanto como mi torpeza en cosas rústicas. Me arrancó el instrumento, y pronto tuvo reunido un haz de yerba que colocó sobre su cabeza. Apenas se le veía la cara entre aquel marco de verdura, y al andar la rodeaban las hojas y tallos que iban soltándose y cayéndose, y quedaba en pos de ella un rastro de briznas de plantas, de simiente de gramíneas, de florecitas menudas. No dirás que no te doy la razón poetizando á Maripepa. El asunto merecía un acuarelista que lo fijase en el papel.
Se me figura que parte de este desasosiego mío, de este no saber cómo matar el tiempo, á la vez que lo engaño con las mayores niñerías y futilidades, consiste en que los tresillistas me han abandonado, aprovechando estos días apacibles en sus correrías y cazatas, que ya no me atrevo á compartir, escarmentado por el mal suceso de la primera. Si no me escabullo antes, en Enero estoy convidado á la famosa feria del 6, en Cebre. El notario hará el gasto, y por no llevarnos á su casa de soltero, que la tendrá sabe Dios cómo, nos obsequiará en la fonda. ¡Debe ser cosa buena la fonda de Cebre! ¿eh?
Contéstame á escape, dándome siquiera esperanzas de que saldré de aquí. Creo que el mar político se encrespa y la balanza se inclina del lado de los tuyos. Seré Juez... y ¡ay del notario fullero ó del cacique tortuoso é inicuo que me caiga por banda!