DEL MISMO AL MISMO.

Febrero.

No insistas, Camilo, no porfíes; es imposible que siga tus consejos cuando, cegado por el interés que te inspiro, te empeñas en que me porte indignamente á sangre fría. Si fuí delincuente una vez, me disculpan algunas cosas: el ardor natural de la juventud, el tostado, la ocasión y lo demás que sabes; pero en el día, después de reflexionar maduramente, de dar espacio al pensamiento, no puede ser que yo consienta en una infamia.

«Lárgate, vente á escape,» me dices y repites sin cesar. Pues yo te contesto que no sólo no me largo, sino que he resuelto quedarme aquí y reparar mi delito cumpliendo como hombre honrado y decente.

Más que te hagas cruces, más que me trates de imbécil, no puedo ocultarte que he determinado casarme con Maripepa. Ahórrame todas las reflexiones que adivino, que ya me hice á mí propio. Sólo te opongo á priori un argumento; ponte en el caso de que Maripepa fuese tu hermana ó tu hija: ¿qué me aconsejarías entonces?

Antes que tú lo digas, diré yo que esta unión es desigual con la peor de las desigualdades, la intelectual, la de educación, procediendo del azar que nos reunió como se reunen un segundo dos bolas de billar para una carambola; que disgustaré horriblemente á mis padres, sobre todo á mi pobre madre, tocada de la disculpable debilidad de creer que esta borrosa piedra de armas de la Fontela nos sube más arriba del nivel de la clase media y nos mete de patitas en la aristocracia; que la mitad del mundo se reirá de mí, y la otra mitad nos mirará á entrambos por encima del hombro. Ya sé todo eso, y mucho más. Lo he pesado, y lo he aceptado. Será mi expiación cargar con tan terrible peso; porque al dar á Maripepa mi nombre, no la he de esconder como se esconde una úlcera; la he de presentar donde yo me presente, y donde me reciban á mí habrán de recibirla á ella, y donde la echen, saldremos ambos por la puerta misma. Me arrojo á perpetua lucha con mi familia, con la sociedad; adelante: lucharemos, Camilo; sóbranme fuerzas para luchar con el universo, no con mi conciencia acusándome de la más fea alevosía.

¿Quién sabe hasta dónde llegan las consecuencias de mi atentado, y qué género de crueldad cometería yo si ahora volviese las espaldas á mi víctima?—¿No se te ha ocurrido, Camilo, esa idea? Á mí sí, y desde el primer instante. No hay más que un modo de solventar las deudas: pagarlas. Y puesto que me nombran juez, ¡qué diablo! lo menos que puedo hacer, es empezar á administrar justicia en mi propia jurisdicción.

Lo más difícil de mi tarea serán dos cosas: convencer á papás y educar un poco á Maripepa. Esta flor silvestre, que he pisoteado en momentos de alucinación, está pidiendo cultivo. Me consagraré á dárselo, así derroche toda mi paciencia en el fastidioso oficio de pedagogo. Respecto á mis padres, si algo me quieres, si algo puede contigo una súplica mía, empieza á prepararlos mañosamente, á dorarles la píldora (si cabe oro en píldora tan gruesa y amarga) y á inculcarles la rectitud que late en el fondo de mi desusado proceder. Jamás me atreveré á escribírselo redondamente. Conviene que vayan acostumbrándose poco á poco. Á Matilde, que es buena, dile tú que le ruego encarecidamente no se burle ni se avergüence de su cuñada, si no quiere hacer sufrir mucho á su hermano.

Nada he dicho todavía de mis planes á Maripepa. ¿Creerás que la pobrecilla vino dos ó tres noches á tenderse en el suelo al pié de mi cama, lo mismo que si hiciese la cosa más natural del mundo? Algo tembloroso y sin saber qué decir, la envié á sus cubas. Me pareció que iba triste, pero no enojada. Me miró con cándida sorpresa, y yo no pude menos de prodigarle algunas caricias.

Lo dicho. Prepara á mis padres, y entérame de lo que vayas adelantando.

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