el primer cartucho
A la noche siguiente Rodolfo presentóse en casa de Marciana. Esta, que solo huscaba una ocasión para llamarlo, no pudo disimular su alegría. Sin embargo, otros pensamientos acudieron á su mente, cuando recordó los sucesos del dia anterior. Una explicaciún se suscitó con esto: Rodolfo, inventando una historia romántica, díjose prometido á su prima por sus padres desde la más tierna infancia; que, habiendo muerto éstos, no podia desobedecer su última voluntad; y que tenía que casarse con Elena, aunque todo su amor era para su Marciana.
Esta creyó sin dificultad el bizarro cuento, tanto más cuanto que halagaba su vanidad, herida por las palabras de su amiga, y por el aparente olvido de Rodolfo. En cuanto el joven se apercibió del buen efecto causado por su relato, pasó á mayores, convenciéndose de que el triunfo era ya más que fácil. Dijo que, sin embugo de todos sus compromisos, estaba pronto á romper con Elena, si Marciana le prometia amarlo siempre.
- Pero no haré esto, añadió, sin estar seguro de tu cariño: sin una prueba de que estás pronta á sacrificarlo todo por mí, no daré un solo paso en ese sentido. No quiero portarme como un mal caballero con mi prima, para que te burles después de mí y de ella.
Marciana pareció reflexionar, púsose encarnada como una amapola, miró á Rodolfo, como con miedo, y le preguntó en voz baja y temblorosa:
- ¿Qué prueba es esa?
El reflexionó á su vez, y dijo con la mayor naturalidad:
- Mañana, de doce á una de la noche, cuando tndos duerman en la casa, vístete y sal; yo estaré esperándote á la puerta. Volverémos pronto, y nadie lo sabrá: no debes tener miedo... Además... yo soy un caballero.
Ella se puso, no ya roja, sinó pálida como la cera, pero tuvo fuerza para decir:
- ¡Lo haré!