VII

¿cual de las dos?


Elena no dejó de recibir la carta aquella en que tan fiero golpe se le asestaba.

Su desesperación no reconodó límites, lloró, gimió todo el dia, pero cuandu su madre supo lo que pasaba, tranquilizóse un tanto al escuchar estas palabras de su boca:

- Espera á que venga Rodolfo ... todo eso debe y tiene que ser mentira. Si no fuese así, hubieses notado alguna frialdad en tu novio, que parece quererte más y más... Solo alguna ruin intención ha guiado á Marciana á hacer eso; ó puede, también, que sea todo una broma ... broma del peor gusto posible á decir verdad. En cuanto al consejo que te dá de romper con tu primo, no lo sigas, si no quieres hacer el gusto á esa joven que parece interesadísima en que la cosa llegue á mayores. Y aunque todo sea cierto, no debes desesperarte así: no es Rodolfo el único hombre del mundo, y ya sabes aquello de que "cuando una puerta se cierra ..." Vamos, no llores, deja que todo siga su curso natural, y no pongas el grito en el cielo, que el llorar y el sollozar, si bien desahoga el corazón un tanto, quema los ojos y enronquece la garganta ...

Un pensamiento consolador vino á traer un poco de calma á la joven, que se creía ya la más desgraciada de las mujeres.

Recordaba la última visita de su amiga, sus celos mal disimulados, su turbación instantánea, sus irónicos votos por la felicidad suya, y creyó haber dado con el quid de la cuestión, con la manera de desatar aquel nudo gordiano.

Supuso la verdad, pero no toda: que Marciana enamorada de Rodolfo, trataba por todos los medios de romper las bodas de su amiga; que para ello no habia encontrado espediente mejor qne una ruindad: una mentira que habria de descubrirse de un momento á otro.

En cuanto á que Rodolfo estuviese directa ó indirecramente en el complot, ella no podia pensarlo: el joven era demasiado noble para eso.

Pero, si Marciana no perdonaba á su rival, Elena estaba dispuesta á perdonar a la suya; comprendía por aquellos dolores que la acometieran, lo que son los celos, terribles, implacables enemigos que turban la razón y oscurecen el juicio más recto, haciendo que solo el egoismo dirija las acciones del celoso.

Esperó algo consolada á que fuera Rodolfo á hacerle su cuotidiana visita, y sabe Dios con cuánta impaciencia.

Cuando el jóven se presentó, ella, sin decirle una palabra, dióle la carta de Marciana.

- ¿Que es esto? preguntó él.

Ella no pronunció una palabra.

Solo, si, hízole seña para que leyese.

Una vez que hubo tomado asiento, Rodolfo desdobló el papel y comenzó á leerlo.

Pero apenas llegado á la mitad, púsose rojo, y miró á su prometida.

- Ya estás al corriente, dijo ésta. Ahora ... elije á cual de las dos!

- ¡Loca! exclamó el conquistador.

Ella, engañada por aquella frase, creyéndose sin esperanzas yá, rompió á llorar como una criatura.

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