¿Por qué se casó, si no amaba á Julio? He aquí una pregunta que se hizo ella misma muchas veces, y á la que encontraba una vaga contestación, que la hacía sonrojar; no ignoraba del todo qué motivos la empujaron á aceptar á aquel hombre; -pero ya los creia enteramente banales. Con efecto: habia llegado á los veintitres años y -á pesar de su hermosura que era grande; á pesar tambien de tener multitud de adoradores- su corazón permanecia mudo, y su espíritu no irradiaba aún ninguna luz que le hiciera sospechar la proximidad del amor, ya que no la existencia del amor mismo. De aquí una pregunta que se hacía incesantemente: "¿Existe ese sentimiento ó esa sensacion, ó solo se trata de una invencion de los poetas, que nada tiene de real; de un pretesto de los autores dramáticos para conmover al público; de un medio fácil de que echan mano los novelistas para amenizar sus obras, ó para salir de alguno de esos atolladeros en que suelen meterse, á fuerza de querer dominar la intriga?"... Para hallar contestacion á esta pregunta, la bella Isabel observaba en torno suyo, sin descansar un momento. Pero la verdad es que le seria dificil darse cuenta exacta de lo que pasa en el corazón humano, estudiándolo -como lo hacia- en los grandes salones, allí donde cada uno lleva una careta, y donde todos guardan sigilosamente sus cosas íntimas, para que no las empañe alguna curiosa mirada ó algún aliento envidioso y envenado. Sin embargo, ese era su campo de accion único y solo, porque su nacimiento, su educación y su riqueza la empujaban á las reuniones de "lo mejor de nuestra sociedad," donde el amor no es- en la mayor parte de los casos- sinó una coqueteria prolongada y de buen gusto. Despues de largos estudios y de numerosos tentativas hechas para comenzar á amar, parecióle -más que nunca- que el tal sentimiento no existía sinó en alguna imaginación acalorada; y como mujer cuerda y de espíritu reposado, dijose que, antes de entregarse á un hombre, debia conocer bien y á fondo las cualidades, que le adornaban, asi como también sus defectos. No faltó alguna amiga casada que la hiciera perseverar en su propósito, relatándole, veladamente, las delícias indescriptibles del matrimonio, secreto mágico que Isabel deseaba ya descubrir, casi sin darse cuenta de ello... La curiosidad es una buena ó mala consejera -según los casos- y después de entrever ese misterio oscuro, la joven pensó decididamente en casarse. Convencida de que el amor no existía, contentóse con elegir entre sus adoradores el que contase con mejores prendas físicas é intelectuales, para hacer de él un marido estimado, ya que no amado. Poco tardó en decidirse, y un bello dia Julio Montenegro escuchaba de su boca la promesa de que sus deseos se verían cumplidos.
Y así fué. Nadie olvidará las bodas de ambos jóvenes, en las que reinó un lujo verdaderamente asiático, pero en las que faltaba una joya de incalculable précio con que los pobres suelen engalanarse en situaciones análogas: el amor.
Pocos meses después -y cuando habia llegado á conocer á fondo aquel misterio oscuro- la bella señora de Montenegro estaba convencida de que el cariño que esperimentaba hácia su esposo, era el sentimiento que con tanto ahinco tratara de estudiar en otras épocas. La amistosa confianza que reinaba entre ellos, las íntimas y largas conversaciones, los besos furtivos, y otras mil pequeñeces no menos agradables, teníanla contenta, casi dichosa. Así que no dejaba de decirse de vez en cuando -no sin cierto júbilo y con pleno convencimiento- que eso era el amor y no otra cosa.
Pero en algunas ocasiones tuvo que permanecer sola varios días, y su imaginación siempre activa y despierta -imaginación de joven y de mujer- comenzó á mostrale el lado oscuro de la cuestión. Sus caricias á Julio no eran tan sinceras como parecía; su contento al volver á verle no era tan grande como debiera ser; recordaba también que, muchas veces, entre los brazos de su esposo, había pensado en otras cosas..... ya que no en otros hombres. Después, el marido no amado tiene siempre muchos, infinitos defectos: cuida demasiado de no ajar su ropa; retarda su llegada á donde está su esposa para quitarse el sobretodo y limpiarse los botines, con el fin de no ensuciar las alfombras; tiene mal génio; por la mañana -al despertarse- bosteza y se estira antes de abrazar á su mujer; y luego no tiene esos solícitos y pequeños cuidados que tanto agradan en los días anteriores al matrimonio, y de los que solía abusar: en fin, el marido es un ente ridículo, siempre ocupado de su persona, y que no atiende á su mujer más que por egoismo, porque le es útil para conservale la ropa, y para otros pequeños detalles semejantes ... ó no semejantes.
Luego despues, ella leía, ella leía, mucho, y en todo los autores encontraha explicado el amor de muy diferente manera sí, pero explicado al fin: en Zola como una sensación, en Musset como un placer, en Dumas hijo como un ancla salvadora, en Lamartine como un rayo de sol, en Victor Hugo como extasis que acerca al cielo... Antes no había adivinado el de Marius y Cosette, pero ya comenzaba á comprenderlo, es decir á desearlo; Guiymplaine y Dea le parecían unidos solamente por el arte del novelista; había creido quimérica la pasión de Teresa Raquín, que la empuja hasta el crimen, á donde llega acompañada por su amante; era mentira Marión Delorme, era mentira Margarita Gautier, era mentira Fernanda... Sin embargo, comenzaba á decirse que no le desagradaría experimentar ese sentimiento. Aún hasta aquellos amoríos casi sin huellas -amores de mariposa- que nos cuenta Catulle Mendez, no la dejaban sin cierta envidia... Sospechase, pues, el efecto final que debia producir este estudio casi inconsciente. De todas aquellas lecturas hechas ya con más calma y con más seso, nacióle el convencimiento de que aún no había experimentado el amor, á pesar de que estuviese casada; y al mismo tiempo el de que dicha palabra, no debia ser borrada del dicionario por inútil. Y lo que es más -no cuesta el decirlo- resolvió amar y ser amada, resolvió no morir vírgen de ese sentimiento de que le hablaban clásicos, y románticos, y naturalistas con igual, convicción, aunque en diferentes tonos.