No ya -como en la tarde- los objetos cortan con toda energía su perfil sobre el azul del ciclo; no para este paisage son apropiados los firmes y duros toques del agua fuerte: la poética acuarela, con sus melancólicas indecisiones, con su luz vaga, con sus colores tímidos, puede pintar mejor estos claros de luna en que todo es tierno, dulce, misterioso, en que los suaves resplandores del astro de la noche vencen á las sombras sin combatir con ellas, así como nos vence con una mirada de sus ojos amantes la mujer que adoramos de rodillas....
Los cerros lejanos, como esfumados sobre la tela celeste del firmamento, desvanecen sus contornos que se hacen intangibles...
En esta hora todo tiende al azul; ellos -los cerros del color de la esmeralda durante las horas llenas de luz del medio dia- también son azules bajo el cariñoso rayo de la luna... El azul tiene algo de vago: es azul el cielo, la vaguedad infinita; es azul la onda de los rios; es azul la pupila de los niños; el tranquilo espejo de los lagos; el mar visto de lejos; las montañas perdidas en el confín del horizonte; algunas nubes; el velo con que vestimos á los ángeles soñados en los dias de la infancia; la luz de la luna... A esta hora la tierra es azul, y todo en ella es indeciso, todo impele al ensueño, todo presta alas al espíritu que -olvidando lo real- quisiera emprender el vuelo por ignotas regiones, embriagándose en las armonías admirables de la naturaleza... ¡Hora divina de la vaguedad que encanta! ¡La vaguedad es el placer, y tú no te muestras avara de ella!...
¡Pero no más!... Rómpase la lira que no puede cantar tanta belleza! ¡Arrojad, oh pintores, la paleta que no tiene tintas para copiar estas noches con todo su plácido esplendor! ¡No volváis á tomarla hasta que podáis reunir á los colores mágicos que cada objeto adquiere, esos mil ruidos, esas mil notas desprendidas de un himno grandioso, lanzadas al azar, sin obedecer á regla alguna; hasta que podáis, en fin, darnos lo real, con toda su melancólica poesía! ¿De qué sirve el arte, si no alcanza á copiar las magníficas galas de la naturaleza que -como la bellísima ninfa, dormida en medio de la selva umbrosa,- no nos oculta ninguno de sus encantadores secretos? ...
Córdoba, Febrero 1887.
A Eduardo A. Sola