II


Hasta entonces había vivido en cierto retiro: ya no frecuentaba teatros, ni bailes, ni paseos, contentándose con olvidarse de todo entre los brazos de su marido. Pero después de aquellas perniciosas ó saludables lecturas, después de aquel deseo vago, pero grande, de amar y ser amada, comenzó nuevamente á pensar en esas brillantes fiestas, en las que reinó tantas veces por su hermosura y por su riqueza.

Los muros de su espléndida casa le parecian estrechos para las nuevas ideas que bullían en su mente, que para su desarrollo necesitaban aire, espacio, luz... Julio no dejó de notar su desasosiego.

- ¿Qué tienes? preguntóla un día.

- Nada: me fastídio, contestó ella.

El se alarmó. Malo es que una mujer se fastídie, cuando es joven y hermosa; y no solo malo, sinó peligroso también. Así es que á los pocos días llevó á Isabel á un teatro, luego á un paseo, en seguida á un baile. Ella no cabía en sí de gozo: de esa manera podía buscar al hombre que la amase y que fuera digno de ser amado. Como consecuecuencia de este contento, de este inconsciente deseo de pecar, sus caricias á Julio redoblaron, y ya pudo permanecer más tranquila.

Él se engañó, atribuyendo tales resultados á la desaparición del fastídio, causa única, á su parecer, del alejamiento de la jóven, y de su silencio triste y constante. Su alarma desapareció por completo , y se entregó enteramente al amor á su esposa, que aumentaba cada día. Sin embargo, Isabel, cuando se acostumbró á esa agitada existencia de millonária que se divierte; cuando pasó muchas noches entregada al baile, hasta que la aurora se asomaba, curiosa, por el oriente, haciendo huir las sombras que no gustan de ser espiadas por la luz; cuando ya pasaban á la categoría de aires conocidos las mil palabras de amor que le dirijían sus amantes de ocasión, mariposas que revolotean un minuto al rededor de una llama, para ir en seguida á otra; cuando se acostumbró á esa existéncia extraña, que la llevaba de salón en salón y de teatro en teatro, y pudo escuchar sin asombro sus rumores nunca concluidos, sus conversaciones siempre variadas, sus galanterías ya vetustas, pero nuevas aún; cuando, en fin, olvidó su pasajero agradecimiento hácia Julio, sus caricias para él fueron disminuyendo, hasta que desaparecieron del todo...

Él, por su parte, no muy fogoso, no muy enamorado tampoco, pero fiel y galante con su esposa, conociendo lo que valía, y creyéndola incapaz de una falta, miró, es verdad, con cierta pena ese nuevo alejamiento de Isabel; pero ni le dió toda su importáncia, ni creyó prudente solicitar de la niña una explicación de su modo de proceder, suponiendo que esa frialdad seria tan pasajera como la anterior.

Además, iba á los bailes. encontrábase con mujeres hermosas y amables, que escuchaban complacidas sus galanterías, tan pronto dichas como olvidadas, y llegaba á la conclusión de que podía muy bien divertirse, aún sin el amor de su esposa... En efecto, la señora de M., graciosa rubia de encantadora conversación, viuda desde hacia dos años, mostrábase enamoradísima de Julio, comprometiéndolo muchas veces á que bailara con ella toda la noche. En un principio no agasajó á Margarita -la viuda- como le era posible hacerlo, dadas las circunstancias; pero después, herido en cierto modo por la frialdad de su esposa, buscando de alguna manera, cómo vengar su amor própio, comenzó á hacerle decididamente la corte, cosa que la señora de M. no vió sin gran placer.

Entretanto, Isabel había, también, encontrado un nuevo amor, es decir su amor primero.

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