IV


Si alguna mujer ha escuchado con arrobamiento las palabras de un hombre que jura amarla eternamente; si ha sentido agitarse entre su pecho su corazón hasta entonces mudo; si todas sus fibras se han estremecido extrañamente al oir el eco de una voz, y al sentir la presión de una mano en su cintura, entre las vertiginosas vueltas de un vals; si, olvidada de todo, con una nube en los ojos, no ha visto ya las gentes que la rodean, no ha oido los compases de la orquesta, y se ha sentido trasladada á otras épocas y á otros lugares; si á su rostro pálido han afluido raudales de sangre, mientras sentía en todo su cuerpo una rara y agradable languidez; si á la pregunta del hombre, si á su demanda de una frase de amor, ha contestado con voz imperceptible, ahogada su alma de placer, el "sí, le amo," tan humilde y afanosamente pedido; si ha contemplado ante sus ojos un porvenir de dicha inacabable, quizás un poco criminal, pero mayor por eso; si ha estado á punto de abrazar á ese hombre, á despecho de todas las miradas, y á despecho también de la presencia de su esposo; si alguna mujer ha sentido esto, ha estado en el caso en que se halló Isabel, cuando Reinaldo se atrevió por vez primera á hablarla de su amor y á pedirla el suyo, en medio de la alegría bulliciosa de un baile, y mientras Julio obtenía de Margarita, la encantadora rúbia, una nueva promesa de cariño ilimitado y constante. Himno sublime pareció á la joven aquella oda, tan nueva para ella, que entonaba á su oido el hombre que había hecho despertar su corazón; májica armonía que hasta entonces no le había sido dado escuchar, y que la turbaba hasta el fondo del alma con sus notas aún no sospechadas por ella; sublime acorde siempre repetido y siempre único en la lira del amor, pero que es, también, siempre nuevo para la mujer que le escucha enamorada ... Reinaldo presentósele aquella noche con una gloriosa aureola que solo ella veía, con un atributo esplendente que la estremecía toda, y despertaba en ella deseos extraños, hambres de cariño, rábias de placer: él era el elejido , el adorado, el único por lo tanto, entre todos los hombres que la rodeaban ...

Largo rato hacía que duraba su amorosa conversación, cuando él, deseando sin duda huir de tantas curiosas é indiscretas miradas, para abandonarse al cariño de aquella mujer, la dijo:

- Si es cierto que me ama V., voy á pedirla un sacrifício.

- ¿Cuál? preguntó ella, sonrojándose.

- Es imposible conversar aquí; cada uno de los que asisten al baile es un importuno y curioso testigo, que observa hasta nuestras más mínimas acciones...

- ¡Oh! interrumpió Isabel, creyendo ya escuchar las mil habladurías de aquella sociedad selecta, los mil chismes de salón que se iban á levantar al rededor de su nombre, si llegara á sospecharse algo.

- Así, continuó él, casi inmediatamente, es bueno que abandonemos este salón, y vayamos á alguno de los gabinetes contígüos, donde podremos hablar con libertad durante algunos minutos.

Quedó convenido. Nadie sospecharía: la joven iba á fingir una lijera indisposición, causada por el calor, y saldría del brazo de Reinaldo, siempre dispuesto á acompañarla.

Este, por su parte, veía cada vez más cerca la hora de la completa felicidad.

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