VI


Miéntras el carruaje los llevaba hácia su magnífica vivienda, Isabel y Julio no pronunciaron una sola palabra. Él, arrepentido, temblaba pensando en las escenas en que iba á ser actor según creía: su esposa haría un alboroto insufrible, digno solo de mujeres del pueblo y hombres de baja estofa, en cuanto llegaran á su casa; sus celos, heridos, en lo más profundo, harian de ella durante semanas; pero aún meses, la más insoportable de las mujeres; pero, mirándose hasta el fondo de su corazón, sentíase culpable, y hallaba razón á su esposa, á quien había faltado indignamente...

Ella, pensando en todos los acontecimientos de esa noche, estudiando la casualidad que la había detenido en la resbaladiza pendiente, sirviéndose para tal resultado de una falta análoga de su esposo; recordando aquella escena de amor que había ido á turbar, casi sin derecho, porque era culpable ella misma; reproduciendo en su imaginación la belleza de su rival, y el aparente amor de Julio, sentía en su corazón tal mezcla de celos, de arrepentimiento, de encono y de rábia, que sus ojos se llenaban de lágrimas, mientras sus manos estrujaban los almohadones del carruaje. Después, había sido tan rápido, tan imprevisto su modo de proceder aquella noche, que no podía menos que preguntarse si había alguna causa oculta que la empujase; y no sin cierto placer comprendía vagamente que su corazón albergaba un nuevo sentimiento, del que era causante su marido.

Por fin llegaron á la casa; subieron la escalera, ella del brazo de él, pero sin mirarse, sin decirse una palabra, mudos, como temerosos.

En el vestíbulo, Julio quiso separarse, ir á su habitación, dejar sola á Isabel, huyendo de sus recriminaciones; pero ella, con voz temblorosa:

- Acompáñame, dijo, llevándole hácia el otro extremo, á aquel saloncito tapizado con papel de color de rosa, en que habían pasado tan largas horas en otro tiempo .... cuando ella creía amarlo.

Y en cuanto estuvieron allí, sin temor de miradas importunas, la hermosa jóven se arrojó en los brazos de su esposo, exclamando entre lágrimas y risas, con frenesí verdaderamente inesperado para él:

- ¡Oh! ¡te amo, te amo! ...

Y luego, mirándose en sus ojos:

- ¿No sabes? añadió. Estoy celosa, muy celosa; es necesario que me jures amarme siempre, siempre, y á mí sola; no quiero que te separes nunca de mi lado, ni que quieras á ninguna otra mujer, ¿lo juras? Sí, júralo, de ese modo seré feliz, muy feliz! ....

Él, atónito, desconcertado, como el hombre que, bajando á oscuras una escalera, crée aún hallar otro escalón y se encuentra en tierra firme, al presenciar algo tan diferente de lo que esperaba, permanecía abrazado á Isabel, sin saber si estaba soñando.

Por fin logró reponerse.

- ¡Te juro amarte siempre, y á tí sola! dijo entonces con verdadero apasionamiento.

Y ella, enamorada, enloquecida, lo hizo sentar junto á sí, y comenzó á contárselo todo, desde sus incredulidades de niña, hasta sus convicciones de mujer.

- ¿No sabes,? añadió. Me propuse encontrar un hombre que me amase y á quien yo amara... Poco me importaba de los medios; no los busqué, no los elejí.... Corrí los salones buscando alguno á quien dar mi corazón entero, sin restricciones, sin tibiezas... Por fin los celos me lo han proporcionado, y el hombre que amo.... es mi marido... eres tú...

Él no cabía en sí de gozo. La imájen de Margarita desvaneciase poco á poco en su cerebro, como las figuras de una linterna májica que fuese apagándose gradualmente...

Y la conjugación del verbo eterno, del verbo amar, comenzó de nuevo en la soledad de aquel saloncito, cuyos écos no repetían desde largos meses el susurro de un beso, el arrullo de una frase apasionada.

- ¡Te amo!

- ¿Me amas?

- ¡Nos amamos! ....

Asunción del Paraguay. Agosto de 1886.

Un dia, volviendo de lo infinitamente grande á lo infinitamente pequeño, fijando sus miradas en dos niños que jugaban en la calle, -me dijo con ese acento melanóclico que daba siempre á sus palabras:

- Amo á los niños de ojos azules y cabellos rúbios; en su mirada indecisa y soñadora veo algo dulce y vago que me encanta. Amo tambien á los de cabellera negra y ojos brillantes: los amo con todo mi corazón, porque el niño es siempre una promesa del porvenir lejano, y gozo al soñar en lo que no se ha realizado aún, en lo que solo en la imaginación existe. Algunos viven del pasado, muchos del presente: á mí me gusta vivir del futuro; por eso amo á los niños. Quizás también sea porque, como entre nubes, se me presenta ahora la imájen de mi madre santa y noble, haciéndome dormir con la cabeza entonces blonda, reclinada en su regazo, mientras me miraba con sus grandes ojos que decían tántas cosas!...

Pero, á veces, cuando los contemplo, sentados sobre mis rodillas, siento llenárseme de lágrimas los ojos. ¡Pobres almas puras y candorosas! Ellas también perderán sus ilusiones al ponerse en contacto con el mundo, como pierde la mariposa el dorado polvillo de sus alas, al escapar de sus manos, sonrosada cárcel que suele ser á veces su sepulcro. Ellas también palparán la realidad, y verán al hombre pequeño, más pequeño que lo que él mismo se crée desde que ha ahogado su corazón dentro del pecho; ellas también echarán alguna vez de ménos, los dias en que no se daban cuenta de ellas mismas, cuando vagaban por los espacios siderales, envidiando el ráudo vuelo del ave, que, embriagada en torrentes de luz, se levanta hasta las nubes; ellas se verán también pequeñas, cuando los plateados hilos de las canas les traigan un poco de experiencia, y un poco más de nieve para helar su corazón ...

¿Por qué los niños no siguen siempre siendo niños? ¿Por qué sus ojos resplandecientes hoy de alegria, irán perdiendo poco á poco su brillo, hasta convertirse en los ojos graves del hombre que lucha en la terrible batalla de la vida?...

¡Ángeles adorados, yo soy vuestro amigo! ¡Ah! no creais -porque os miro con los ojos tristes- que estoy descontento de vosotros. ¿Qué podréis haberme hecho que cause mi disgusto, si sois tan buenos como lo era yo en el tiempo en que mi madre besaba mi frente pura y tersa, en el tiempo en que yo respetaba á los hombres, con cierto respeto temeroso, calculando sus conocimientos por las hebras de su bigote? ¿Qué podréis haberme hecho, si sois mi alegria, si, al veros, olvido mis pesares, si, al rodearme, levantáis entre el dolor y yo una, portentosa muralla?...

Y, sabiendo todo esto, no espero á que se reunan conmigo; los busco porque los amo, porque me consuelan, porque vienen á probarme -cuando más dudo- que aún existe la pureza sobre la tierra, donde se cree perdida para siempre. Los busco, y al encontrarlos me olvido de mi edad, y quisiera correr con ellos á través de los campos, trepar á los frondosos árboles, entregarme, en fin, á todos sus bulliciosos juegos; para tornar en seguida con la ropa desgarrada y el corazón contento, como vuelven ellos después de sus agitados paseos... Y se esplica esto por el misterioso encanto que tienen esas horas de la infancia, en que se vé todo sin darse cuenta de nada; en que no se conocen el cansancio ni el hastío; en que se sueña con seres portentosos, con inexplicables fantasmas, con el gnomo que vela en el arruinado castillo, con la bruja que, á la noche, cruza cabalgando en un vestíglo la negra extensión del cielo cubierto de nubes, para ir á formar parte en algún aquelarre diabólico, en algun Sábato infernal... ¿Qué causas avívan nuestra imajinación durante los primeros años, y nos hacen creer en cosas imposibles; lo infinito en la maldad y lo infinito en la perfección, la bruja y el hada, el ángel de la guarda y Satán, el cielo y el infierno? La falta de estudio y de exámen: el niño, en medio de esa inmensa sala de disección que se llama mundo, encuéntrase turbado, inactivo en presencia de sus casos innumerables, enfrente de sus instrumentos desconocidos, y prefiere forjarse una humanidad, quizá mejor que la verdadera, pero no por eso menos inexacta. Porque los niños son poetas, son creadores. Aman la flor, la mariposa, el sol ardiente, la luna melancólica, la estrella que titila semi-perdida en el azul del cielo. Pero los aman á su modo, creyéndolos algo que no son: por eso, cuando han alcanzado la flor deseada, arráncanle una á una sus olorosas hojuelas; cuando la mariposa -enamorada de ellos quizas- se deja tomar por sus tiernas manos, encuentra en ellos un verdugo; por eso el juguete queda pronto hecho pedazos, todo por ver lo que tiene dentro!.. He aquí la gran batalla: lo real contra lo ideal. El niño -poeta- siente también destrozársele el alma, al palpar la reali­dad de la vida!...

Y no es solo eso.

He visto á muchos niños pasar horas enteras en silencio, con la frente pensativa y los ojos vagos: creo que son esas las señales esteriores de la meditación. ¿Qué los distrae? ¿qué los abisma? No lo sé. Pero quizá vislumbren el porvenir lejano con todas sus terribles tempestades; quizá piensen en lo que nosotros, hombres, no nos atrevemos á escudriñar. ¡Quién sabe!.. Estudiando á los niños se llegaría á comprender muchas cosas, porque el niño es, á veces, un filósofo. ¡Oh! No sonrias incrédula y burlonamente: él busca la causa y el por qué de todo lo que abarca su vista, y se remonta á veces hasta la causa primera, hasta el Dios...

- ¿Qué es Dios? me preguntaba uno de ellos.

¡Qué es Dios! Conteste quien se sepa con fuerzas para dar una definicion exacta.

- ¿y Dios es bueno? prosiguió el niño, sin notar ni ignorancia.

- Sí, muy bueno.

- ¿Y por qué mamá le reza siempre para que mi hermano vuelva á casa, y mi hermano no vuelve? ¿Y por qué hizo que papá se muriese, para que mamá y yo llorásemos mucho?... Yo sí soy bueno, porque mamá no se enoja conmigo nunca; pero Dios nó, porque hace que llore todos los dias.

- Voy á contestarte, dije, seguro de mí mismo. En primer lugar: tu hermano permanece lejos de su familia, porque tal es su voluntad; para eso cuenta el hombre con el libre albedrío, que es la facultad de hacer lo que crea más conveniente. En segundo lugar: tu padre ha muerto, porque tal es la ley que rige á la materia; el cuerpo muere, es decir cambia de forma, se divide en innúmeros cuerpos dotados de vida también, según esa ley inevitable; pero el alma vive entera, alienta siempre completa en el infinito, y es lo único que se sustrae á esa ley de transformaciones sucesivas.....

Me miró con ojos de asombro; quizá no comprendía mucho en mi discurso, quizá lo hallaba sobrado deficiente.

- ¡Ah! exclamó por fin. ¿Dios hace eso? ¿Y por qué hace eso?

Juzgué prudente no engolfarme más en tan escabrosos asuntos, y dije como última palalabra:

- Niño, los hombres marchamos en el mundo con una venda impenetrable sobre los ojos. Quizá cuando esa venda caiga de los míos, me sea posible contestarte...

¿Y quién es capáz de contestar a todas las candorosas preguntas que nos hacen esas boquitas, frescas como las flores en la aurora? ¿Qué hombre de ciencia, qué filósofo profundo tiene conocimientos suficientes para ello?...

El niño es un libro: estúdialo, si quieres conocer la vida; es el camino más corto para ver cuán incomprensible es el hombre, ser intelijente, dotado de un espíritu, que se afana por probarse á sí mismo, que es una máquina que ejerce sus funciones matemáticamente; un trozo de materia viva, que el tiempo desmenuzará para que vaya á tomar parte de otras vidas, ya vegetales, ya animales; un resultado de diversas trasformaciones que no es aún el resultado final; una evolución de esa misma materia, que seguirá evolucionando después; una apariencia del protoplasma, en fin, pero nada más que eso: alma y mentira, son ya para él una misma cosa...

Estudia los niños. A su contacto verás desarrollarse ante tus ojos panoramas nuevos, inmensos.... Porque ellos mismos plantean problemas nunca imajinados, y quizá lleguen á mostrarnos alguna vez la oculta vía que buscarnos sin hallarla jamás, el camino de la felicidad de que ellos gozan en sus juegos inocentes, sin que un pensamiento triste llegue á turbar la placidez de su semblante siempre risueño, aun hasta cuando las lágrimas cristalinas resplandecen en sus mejillas, como otros tantos diamantes sobre una fresca hoja de rosa....


Córdoba, Febrero 9 de 1887.

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