Allá, en lejanos tiempos, cuando los pobres no pensaban, porque no tenían libertad para ello todavía, cuando ciertos hombres eran señores, y esclavos los demás, habitaba en una ciudad populosa un humilde carpintero, acompañado por su mujer y dos hijos pequeños, que, si le daban alegrías pasajeras, constituian para él una pesada carga, una fuente de disgustos nunca concluida.
Una noche en que, solo en su taller, se quejaba de su suerte, envidiando á los ricos, y maldiciendo de su destino, mientras trabajaba afanoso para ganar el pan del día siguiente, sintió de pronto que una mano ruda daba dos golpes á su puerta. Dirigióse á ella, pero antes de que pudiese abrir, se halló frente á frente con un hombre todo vestido de negro, cuyos ojos relucían extrañamente en medio de la semi-oscuridad del taller. Juan -que así se llamaba el carpintero- contempló con asombro al recién llegado, vió sus ojos chispeantes como áscuas, sus manos velludas, negras, espantosas, sus largas y retorcidas uñas, y dijo para sí, dando diente con diente:
- ¡Este caballero debe ser el diablo!
Y el diablo era, sí señores, aunque Vds. no lo crean porque jamás lo han visto aparecerse á nadie; en el diablo que se presentaba á tentar al carpintero para llevarse su alma á las cavernas infernales; así me lo ha asegurado mi madre, cuando ya era anciana, aunque luego me decía que solo se trataba de un apólogo: yo no sé lo que quiere decir esa palabra, pero supongo que ella se refiere á las apariciones del demonio.
En fin, aquel enlutado era Satanás en persona.
- Sí, soy el diablo, dijo el desconocido, contestando á los pensamientos de Juan, cuyo temor aumentó más aún. Soy el diablo, y como me he propuesto protejerte, al oir tus lamentaciones de esta noche, al saber cuánto envídias á los ricos, he acudido á tí para darte una fortuna...
- ¡Una fortuna! exclamó el carpintero, cuyo miedo desapareció ante tan májica palabra ¿Y qué se necesita para eso?
- Vamos por partes, y no nos apresuremos, dijo el diablo. Ante todo soy una persona ordenada, y no me gusta perder el tiempo en vano. He aquí mi proposición: desde mañana serás rico, inmensamente rico, pero solo durante el día; por la noche tendrás que volver á tu existencia anterior, no ser ya D. Juan, el magnate, sinó simplemente Juan el carpintero.
- ¿Y tendré que trabajar también? preguntó el desgraciado, temiendo que continuasen sus pesadas tareas, y ya no muy contento del contrato propuesto por el demonio.
- No; pero tendrás que pensar, y ya sabes que de noche es cuando se pasan en revista todas las acciones del día: trabajo por trabajo, creo que preferirás éste.
- ¿Y qué tendré que darle á Vd. en cambio? preguntó el carpintero sin perder el respeto al desconocido, pero loco de alegría.
- Absolutamente nada. Ya me servirás bastante, sin darte cuenta de ello. ¿Aceptas mi proposición?
- ¡De mil amores! gritó Juan lleno de júbilo.
- Reflexiónalo bien, añadió el hombre negro reposadamente. Mira que puedes haberte equivocado; quizá la felicidad que ha de darte la riqueza no sea digna de cambiarse por tus desdichas de obrero pobre cargado de familia... Mira, también, que la fortuna trae grandes pesares para los que á ella llegan de pronto, y que no estás preparado para formar parte de esa sociedad á la que ha de llevarte tu dinero...
-¡No importa, no importa! exclamó Juan, temiendo que se le escapase la ocasión de llegar á la dicha tanto tiempo ambicionada. Concédame Vd. esa fortuna, que con ella sabré arreglármelas de modo de ser feliz.
- Bien, te la concederé; pero aún quiero darte una muestra más del desinterés de mis acciones: no trato de engañarte y te doy toda una semana de prueba; si después de transcurrida te arrepientes de tus deseos, nada habremos hablado; si persistes en tu intención, esa fortuna será tuya siempre.
- ¡Oh! no cambiaré de opinión dentro de una semana, ni nunca, dijo Juan. Déme Vd. pronto el dinero, y yo se lo agradeceré tanto más cuanto ahora me encuentro en la mayor miseria.
- Pues bien, desde mañana estarás dotado de esa doble existencia hasta dentro de ocho días, al fin de cuyo plazo vendré de nuevo á verte, dijo el enlutado; serás rico desde las ocho de la mañana hasta la media noche; y antes de que Juan hubiese dicho una palabra, desapareció, quién sabe por donde, dejando al carpintero con la boca abierta para contestar; pero éste no se afligió por ello, giró sobre sus talones, loco de contento, y fué á acostarse, abandonando en el taller su obra aún no terminada...