II


Toda aquella noche la pasó en una agitación extraña; el sueño huía de él, y mil visiones horribles lo atormentaban, haciéndole pensar cosas espantosas... Por fin logró dormirse cuando las primeras claridades del nuevo dia comenzaban á penetrar por los vidrios de la ventana.

Cuando despertó era ya tarde; el sol se acercaba á la mitad de su carrera y en su pobre habitación se veía claro.

Miró á su alrededur y nada extraordinario vió, salvo la ausencia de su mujer y sus hijos, que supuso estarian como de costumbre en el taller.

Vistióse apresuradamente, é iba ya á tomar sus herramientas para entregarse de nuevo á sus tareas, cuando el recuerdo de lo que habia pasado en la noche anterior vino á causar honda impresión en su cerebro. ¿Era aquello verdad? ¿era sólo una enojosa pesadilla?...

- ¡Eh! son locuras, dijo por fin, sacudiendo la cabeza. Mejor es que prosiga trabajando.

Pero apenas llegó al taller, quedóse mudo de asombro: Allí no estaban sus herramientas, allí no estaba su fogón, ni su mesa de carpintero, ni sus cepillos, ni sus formones. El almacén presentaba un aspecto tristísimo y desolado: las cuatro paredes, blancas, manchadas aquí y alla, silenciosas y tétricas, alineándose hasta el gran portón que daba á la calle, abierto de par en par, como la órbita vacía del ojo de un esqueleto; el suelo terroso, lleno de virutas, de manchas de cola, de clavos mohosos, inservibles; el techo lleno de telas de araña cubierta de polvo, deshabitadas como el taller, antes tan lleno de ruido, de animación, de vida... Juan sintió un malestar indecible, oprimiósele el coraron, y agolpáronse las lágrimas á sus ojos. Pero, por fin, recordando la promesa del enlutado, sacudió sus pesares y salió del taller con paso firme.

Caminaba empujado por una fuerza extraña, sin detenerse, recorriendo casi toda la ciudad de extremo á extremo, hasta que ese mismo poder sobrenatural hízolo detenerse á la puerta de un hermoso palacio, subir una gradería, y penetrar al interior, como si fuese el dueño absoluto de tan valiosa finca.

Al verlo llegar, el portero se descubrió, poniéndose de pié: lo mismo hicieron cuantos criados halló Juan en su trayecto, lo que lo asombraba cada vez más; y de ese modo continuó recorriendo el palacio, hasta que penetró en un dormitorio verdaderamente régio.

- Esta es tu casa, dijo entonces una voz, y el carpintero aun mas asombrado, vió surjir delante de sí al mismo enlutado que se le apareciera la noche anterior. Me he esforzado en guiarte hasta aqui, porque ésta es tu mansión diurna y lo será por espacio de una semana por lo menos.

Juan no sabía qué decir, pero, al fin, sus temores de que todo fuese un sueño, le hicieron preguntar:

- ¿Y el dinero? ¿Donde está el dinero?

- Aquí, contestó el diablo, abriendo un armario lleno de talegos de oro; aquí y en los sótanos del edificio, donde encontrarás todo el que quieras.

Juan, no contento con mirar aquellas riquezas incalculables, las tocó, las movió, abrió un talego, luego otro, luego otro, y hubiera seguido así, á menos que su protector no le hubiese dicho:

- Como necesitarás ropas mejores que esas, debo indicarte este otro armario, donde encontrarás cuántas prendas de vestir desées.

Y esto diciendo, ante los asombrados ojos de Juan, presentó el guarda-ropa mejor surtido que se haya visto jamás...

Juan lo miraba todo, sin querer creer que era verdad lo que le confiaban sus sentidos, pero casi convencido ante aquella portentosa evidencia.

- Y ahora, me voy -añadió el diablo- pero sin apartarme mucho de aquí: en cuanto me necesites, aunque no me llames estaré á tu lado. Aun mas: durante los primeros dias guiaré tus pasos, porque estarás algo ignorante en lo que resta á tu nueva posición, y no quiero que hagas un mal papel.

Y, como de costumbre, el enlutado desapareció, aún antes de que Juan hubiese pensado en contestar, dejándolo perplejo en medio del espléndido palacio.

Asi permaneció durante largo rato, hasta que, al cabo, el recuerdo de su esposa y de sus hijos revivió en su corazón.

- ¿Cómo podré llamarlos? ¿Cómo podré verlos? se preguntaba.

El diablo habia prometido, y cumplió; la misma fuerza que lo llevara á su nueva casa, empujó su brazo hácia el cordon de una campanilla. Lo agitó nerviosamente, y un segundo después presentábase ante él un criado vestido con la mayor correccion.

- ¿Donde está María? preguntó Juan, viendo que el servidor no rompía el silencio.

- La señora se encuentra con los niños en sus habitaciones, contestó el criado, cuadrándose en postura militar. Creo que todavía no se ha levantado... pero si el señor quiere, iré á informarme.

- Sí, hágame Vd. el servicio, señor, de ir á informarse para avisarme en seguida. Se lo agradeceré mucho.

El criado dió muestra de asombro al oir tan respetuoso tratamiento, pero después, siempre correcto, sin decir una sola palabra, inclinóse ante el improvisado milonario y salió de la habitación.

Juan aprovechó de esta circunstancia para cambiarse de ropa, aunque, admirado, casi no se atrevía á tocar aquellos magníficos trajes.

Cuando el criado volvió, estaba terminando de arreglarse.

- La señora duerme todavía.

- Ah! dijo Juan.

- ¿El señor se viste hoy sólo? preguntó humildemente el criado, pero con un lijero acento de admiración. ¿No desea el señor que yo le ayude?

Juan miró á aquel hombre, ya anciano, vestido con lujo, de mirada leal y lenguaje esmerado, y díjole con la mayor cortesía:

- Muchísimas gracias; no se incomode Vd.; le agradezco mucho sus atenciones...

- Parece que D. Juan no me conoce hoy, murmuró, sonriendo lijeramente, el criado. Me trata de un modo tan extraño...

En esto el ex-carpintero concluyó de vestirse.

- Hágame Vd. el servicio de·conducirme á donde está Maria, dijo.

La admiración del criado subió de punto:

- Si yo me atreviese... si el señor quisiera... creo que... un médico... podria servirle... porque no sé lo que veo en el semblante del señor, que .... que dá á comprender que se halla enfermo...

El ambicioso, compendiendo por fin las sonrisas y las reticencias del criado, miróse á un grande espejo, y viéndose vestido de tan estravagante manera, no pudo menos que soltar la risa.

El anciano, siempre correcto, pero algo pálido, retrocedió hasta la puerta. En ese momento Juan lo miró, y tal era la impresión de espanto que vió en su semblante, que se adelantó á él, creyendo, á su vez, que estuviese enfermo. Pero el criado, al ver ese ademán, para él amenazador, dió una vuelta, cerró la puerta de un formidable golpe tras de si, y púsose en precipitada fuga por todo el palacio, gritando desaforadamente:

- ¡Está loco! ¡el señor está loco!...

Juan no se asombró por eso, antes bien, haciendose audaz abrió la puerta y salió también de su cuarto. Al pasar por los regios corredores, todos los criados que encontraba, emprendian la fuga como el que antes le habia servido; pero el ex-carpintero, de estupefacción en estupefacción, de susto en susto, íbase acostumbrando á aquellas peripécias, de modo que recorria el palacio sin preocuparse de los deserción general que causaba. Así caminó largo rato, hasta que al fin se detuvo en el término de un corredor.

- ¿En dónde estará mi mujer? se preguntó. Quisiera encontrarla.

E inmediatamente después sintió la influencia de ese poder extraño que lo sacara de la carpintería en aquella mañana memorable, que lo empujaba esta vez irresistiblemente hácia una puerta situada en aquel mismo corredor. Fué á ella, la abrió, y encontróse en una habitación lujosamente alhajada, pero solitaria, muda. Recorrióla con la vista, examinó los numerosos cuadros, y esas mil insignificancias que se hallan en los gabinetes de las mujeres ricas, hasta que una puerta, cerrada por ámplias colgaduras de terciopelo llamó su atención; alzó la cortina y vió un espléndido dormitorio, alumbrado por la luz ténue y difusa que atravesaba los vídrios cubiertos de preciosas telas; muebles artísticos; tapices admirables, y allí en el fondo, un lecho magestuoso, de madera finísima, de cuyo dosel, casi á la altura del techo, pintado con caprichosas alegorías, caían las colgaduras de raso en ámplios pliegues, y sobre cuyos mullidos colchones dormía una mujer. Acercóse el nuevo millonario de puntillas, y cuando estuvo cerca, cuando hubo mirado aquellas facciones, no pudo contener un grito.

- ¡Maria! exclamó.

La mujer lanzó un suspiro, volvióse en la cama, restregóse los ojos, miró á Juan, como asombrada, y dijo con acento de enojo;

- ¡Ah! sois vos D. Juan. ¿Qué tenéis, que venís á despertarme tan temprano? ¡Creo que no guardáis las consideraciones debidas á vuestra esposa!...

-¡Tan temprano! ¡Si es la una de la tarde! ¡Si estás acostumbrada á levantarte á las cinco de la mañana! ¿Y á esto llamas temprano? ¡Por Dios que debes estar loca, Maria!... Además... me hablas de una manera tan extravagante que voy a convencerme de que has perdido el juicio.

Ella le miró con asombro, estuvo un momento silenciosa y murmuro por fin, como si no se atreviese á levantar la voz, de miedo de que su marido hiciera con ella algun desacato.

- Reportaos, Juan. ¿Qué manera de hablar es esa? Creo que usáis de un lenguaje digno solo de los obreros, de esa gentuza degradante que tanto despreciamos.

Aquello era más de lo que el carpintero podía sufrir.

- ¡Vamos, vamos, con mil demonios! Déjate de hablar disparates, recuerda que tengo la mano pesada, y que cuando llego á enojarme... Hum!... ¡No me hagas acabar la paciencia!...

Ella dió un salto en la cama, cojió con mano febril el cordón de la campanilla, que pendía á su alcance, y lo agitó desesperadamente.

Juan, con los brazos caidos, la boca abierta, los ojos más abiertos aun, con el ademán del asombro más grande, contempló á su mujer, que lo miraba á su vez con gesto de terror pánico. Por fin, la llegada de una criada, puso término á la escena.

- Conducid al señor á sus habitaciones, dijo Maria con voz desfallecida, conmovidos sus nervios, y la vista expresando aun el miedo mas horrible. Y señaló á su marido la puerta del dormitorio.

El carpintero, agoviado por aquellos inesperados sucesos, salió casi llorando de las habitaciones de Maria, que se revolvió nuevamente en el lecho, acomodó su cabeza en las almohadas, y no tardó en volver á dormirse, buscando en el sueño el olvido de aquellas escenas degradantes.

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