Pocos instantes despues un hombre vestido de militar se acercaba á la casita blanca al gran galope de su caballo. En cuanto llegó á la puerta echó pie á tierra y entró rápidamente, haciendo resonar la espada que llevaba á la cintura en las piedrecitas de las calles del jardín. Don Juan, al verle, se adelantó hácia él con paso acelerado.
- ¡Es mi hijo! exclamó.
Amélia, que no veía al recien llegado, oculto aún tras de los árboles, abandonó tambien su asiento; pero no bien pudo mirar el rostro del joven, abrió los ojos desmesuradamente, se puso pálida, del color de la cera, y lanzó una exclamación, mitad suspiro, que no fué oida por su esposo.
En su corazón revivieron todas sus acalladas pasiones: el apuesto militar que á ella se acercaba, era el hombre que se aparecía en todos sus sueños, aquel cuya imágen llevaba grabada en el alma, aquel á quien amaba sin conocerle, sin saber siquiera su nombre!.... ¡El hijo de su esposo! ¡Su hijo, por lo tanto!... Imposible describir la tempestad que este descubrimiento levantó en su pecho herido .... Sin embargo pudo sobreponerse á su conmoción: y avanzó al encuentro del joven, séria, casi ceñuda .....
Este no la había olvidado tampoco; al verla palideció ligeramente; y sonrió con tristeza, al escuchar estas palabras de boca de su padre:
- Arturo, te presento mi esposa.
Las manos se estrecharon ligeramente.
- Señora .....
- Señor ....
No dijeron más. Ambos recordaban su encuentro, ambos temían el abismo que se abría bajo sus pies... Sin embargo, Amélia era una mujer honrada; Arturo era un hombre noble. Aquel encuentro les lastimaba, les hería, les hacía sufrir tormentos inauditos, les obligaba á recordar la dicha soñada... pero tenían que acallar su corazón, que ahogar sus sentimientos, para no herir de muerte á ese pobre hombre que no adivinaria -á su parecer- el drama que estaba desarrollándose ante sus ojos ... Pero don Juan era demasiado perspicaz para no comprender que algo oculto había en esa turbación. Lo comprendió, y temió, porque recordaba las revelaciones que le había hecho su mujer. Sin embargo, pudo conservar su entereza. - Supongo, Arturo, que esta primer visita será larga, dijo con acento reposado.
El jóven titubeó, miró á Amélia, luego á su padre, y murmuró bajando la vista:
- Te escribí diciéndote que pasaría en tu casa un mes; pero, desgraciadamente, mi estadía al lado tuyo no puede ser más que de horas: asuntos urgentes reclaman mi presencia en Córdoba.
Estas palabras confirmaron más á don Juan en sus sospechas.
- ¿Qué asuntos? preguntó. Sé perfectamente que nada te llama á la vieja ciudad, é ingratitud tuya sería no pasar con nosotros algunas semanas siquiera. Temes, sin duda, aburrirte; pero te aseguro que al lado de Amélia los dias parecen instantes, las horas soplos .....
Amélia creyó ver una ligera ironía en las últimas palabras de su marido; alzó la cabeza con orgullo, miró á don Juan firmemente, y dijo sin vacilaciones, con voz entera y ademán resuelto:
- Sí, Arturo: aquí tiene Vd. su hogar. Al lado de su padre..... y de su madre, hallará el cariño que tánta falta le ha hecho en el mundo, cuando solo, sin família, sin esos amores grandes y puros que solo se disfrutan bajo el techo paterno no, ha echado Vd. de menos la casa en que corrió su niñez y el cariño de la madre que le ha faltado. Olvide sus penas anteriores: Juan le ama entrañablemente, y yo, por mi parte, le ayudo á quererlo ..... Sea Vd. nuestro hijo, siquiera por algunos dias .....
Una lágrima asomaba á los ojos de don Juan, que comprendió todo aquel heroismo ..... Arturo, pálido y tembloroso, no acertaba á decir una palabra.
- ¿Se queda Vd? preguntó Amélia.
- Quédate, Arturo, murmuro don Juan.
- ¡Me quedo!... contestó el joven con voz ahogada.