IX

Pocos pasos habíamos dado desde que salimos del café.

Laura se había repuesto de su sobre exitación, y caminaba erguida, sin dirijirme una palabra... Comprendía que ya no le era posible convencerme, y no lo pretendió.

De pronto el joven del dominó blanco, que salía de la Opera, reconoció á Laura y se colocó delante de nosotros.

— ¡Detengase Vd! me gritó con enojo.

— ¿Con qué objeto? pregunté.

— Con el de que me entregue esa mujer, si no quiere... y no terminó su amenaza con la voz sino con el ademán.

— Esta no es mujer, dije, impasible.

Creyó que le oponía resistencia, y sacó un revólver, con el que me apuntó al pecho.

Numerosas personas nos rodeaban.

— ¡Devuélvame mi compañera, ó hago fuego! grito furioso.

Sin inmutarme abandoné el brazo de Laura. -Él creyó que se la cedía, y dióme tiempo para que yo sacara mi revólver antes de que se apercibiese de ello.

Y apuntándole también:

— Cuide Vd. de no errar el tiro, dije friamente, porque sinó le anuncio que mi pulso estará demasiado certero, para que Vd. repita estas indignas escenas.

Algunas de las personas que nos rodeaban se interpusieron.

— En cuanto á esa, que llama Vd. mujer, añadí, puede, Vd. llevarla; se la cedo de buen grado; nunca lo hubiese hecho por fuerza... Por otra parte... no le arriendo la ganancia... ¡Divertirse!...

Era el último bofetón; mi venganza estaba completa.

Ignoro qué efecto produjo en Laura.

Permanecía de pié, apoyada en la pared, temblando como una epiléptica, y horriblemente pálida; la luz de los faroles de la Ópera daba tintes extraños á su rostro.

Lo que sigue ya lo sabes.

Entré de nuevo en el vasto salon del baile, donde me hallaste á las dos de la mañana, con los ojos brillantes y tambaleándome como un ébrio. Pero - repetiré mis anteriores palabras - no estaba beodo porque no había bebido casi ... ¡en cambio sufría horriblemente!...

En la bacanal busqué el olvido, que encontré á veces. Después el recuerdo de Laura se borró para siempre, sin que haya vuelto á evocarlo hasta ahora, para demostrarte que aún esos inmensos dolores se acaban con el tiempo. Si no quieres creerlo, vuelve á verme dentro de un año; para entonces ya te habrás convencido.

No quiero hablarte de mis padecimientos, porque me sería imposible retratarlos con fidelidad. Cierra los ojos -como te he dicho ya una vez - suponte que te hallas en las mismas circunstancias, y tu imajinación te pintará, mejor de lo que yo puedo hacerlo, el estado de mi espíritu después de tan terrible golpe y durante el año más largo de mi vida ...

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