V


¿Para qué describirte el aspecto del teatro? Tu has asistido á aquel baile, que terminó con una cuadrilla bastante exajerada, y en el que no se perdió ocasión de reir, sobre todo á costa de los demás; viste el salón lleno de una multitud compacta, bulliciosa, enloquecida; escuchaste esas conversaciones banales y venales, que se oyen en casos así, y tomaste parte en la locura general. Yo también, pero ¡de cuán diferente manera!..

En medio del tumulto perdí mi acompañante, que no resistió al contagio de movimiento, lanzándose con una pareja cualquiera en los giros vertiginosos de un wals; é iba á retirarme, cuando la máscara de dominó negro con camelias blancas llamó mi atención: bailaba alegremente con el joven que paseaba en el corso con ella.

Si me preguntas por qué traté de colocarme cerca de ambos, no te sabré contestar: hay acciones que se llevan á cabo sin premeditación, sin causa aparente; la causa, sin embargo, tiene que existir, existe. ¿Cuál es? La respuesta se presenta fácil: el instinto, cierto don de clarovidencia que tiene el hombre en general -la intuición de las desgracias ó de las dichas... El hecho es que yo me acerqué á ellos ...

Ya habrás adivinado tú, desde el momento en que subí en el carruaje -como entonces lo adiviné yo, aunque con menos claridad- que aquella mujer era Laura. ¡Laura!... Pero yo no me daba aún cuenta exacta de ello...


. Terminó el wals, y ambos fueron á sentarse á pocos pasos de donde yo estaba. Ella encontrábase fatigada: se conocía en la agitación de su pecho; él la hablaba en voz baja, suavemente, con el rostro tan cerca del suyo, que sus alientos debían confundirse. De pronto la joven, sofocada, se quitó la careta de raso ...

Ya te he dicho que yo adiviné quien era, que yo lo sabia desde que la ví en el corso... Sin embargo, el efecto que me produjo el reconocimiento definitivo, es imposible de describir. Ruégote, pues, que cierres los ojos, que te abstraigas un instante, y que reproduzcas la escena creyéndote tú el protagonista: es el medio mejor de que te formes una idea de los mil encontrados sentimientos que experimenté en ese punto; es, por otra parte, el sistema que adoptan algunos escritores para narrar lo que han imaginado, dándole tintes de verdad. En cuanto á mí, me abstengo de decir una palabra á ese respecto; perdería el tiempo sin tener resultado alguno, y te fastidiaría á fuerza de ser pesado.

Lo que sí te diré, es que estuve á punto de arrojarme sobre·ambos, con la intención de matarles. ¿Qué me detuvo? No he llegado á esplicármelo jamás...

Quedé, pues, clavado en mi sítio, hasta que -¡admírame!- en un instante en que el joven del dominó blanco se apartó de Laura, me acerqué á ella y la invité á bailar. Disfrazando la voz, segura de no ser conocida -se había puesto ya la careta- aceptó y se apoyó en mi brazo, que un segundo ántes temblaba. Sin duda, al acercarme á ella, vió en mis ojos, en la expresión general de mi fisonomía, un destello, un relámpago fugitivo, que la puso en guárdia, y no quiso negarse á bailar conmigo, por no acrecentar mis sospechas. Ponía en práctica -sin saberlo quizá- el procedimiento empleado por un personaje de La Carta Robada de Poe: se mostraba, para que no diesen con ella... Yo estaba ya en aparente serenidad absoluta.

La orquesta comenzó á tocar una habanera, la música más incitante y voluptuosa. ¡Cómo la bailó Laura!.. Hubiera sido capaz de enloquecer al hombre más indiferente; pero yo era de hielo.

Cuando la pieza terminó, vi que los ojos de la joven brillaban entre los inmóviles párpados de la careta.

— Voy á invitarte á cenar, la dije reposadamente; pero con una condición: me has ilusionado, y, aunque no trato de ofenderte, debo decir que puede que seas vieja y fea; no me agradan esos , y quiero creer que eres un portento de hermosura. Así, pues, mi condición es que no te saques la careta. ¿Aceptas?

Ella vió en eso una tabla de salvación; la propuesta no había sido hecha sin habilidad.

— No sé si soy fea, pero te aseguro que no soy vieja, exclamó riendo. Sin embargo, estoy convencida de que no te agradaría verme.

Excitaba mi curiosidad, siguiendo el mismo peligroso método adoptado.

— Es lo que yo supongo, contesté sonriendo tambien, aunque esa sonrisa me costaba un esfuerzo sobrehumano. Pero no importa. ¿Vienes ó nó á cenar conmigo?

— Tengo compañero, dijo.

— ¡Bah! exclamé. Yo tambien tengo compañera... aunque no aquí. Es una muchacha á quien he hecho creer que me voy á casar con ella. Sin embargo, eso no signitica que por las noches no reciba á otros galanes, según se me ha dicho por el barrio, y que no me engañe ... muy hábilmente ... como lo hago yo, por otra parte.

La alusión era demasiado personal; sentí, por su brazo, que se estremecía toda; pero pronto consiguió sobreponerse á su emoción.

— Así, pues, repuse, un engaño á tu compañero no será el primero ni el último en el mundo. Acepta, máscara, y nos divertiremos.

— ¡Acepto! exclamó con audacia, jugando el todo por el todo.

Y juntos salimos del baile, abandonando al joven del dominó blanco.

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