VI


Frente á la Opera hay un café, hoy ya refaccionado - el café de Repetto, si no lo recuerdo mal; —en ese café, á la izquierda, habia un saloncito particular, uno solo, cuya única puerta daba al patio donde en las noches de estío se sentaban los parroquianos á beber y á tomar el fresco.

A aquel saloncito nos dirigimos Laura y yo.

Hice que nos sirvieran todo de una vez, y que nos dejarán solos para poder hablar libremente, sin temer interrupciones.

En un principio cambiamos pocas palabras, sin importancia alguna.

Ambos temíamos, aunque de diferente manera, la situación en que íbamos á encontrarnos á los pocos instantes: yo, estando cierto de quién era ella; Laura sospechando que yo la hubiese conocido, temiendo que llegara á conocerla, si no fuese así, y diciéndose, para infundirse valor, el Alea jacta est: la suerte está echada! ...

La cena estaba por terrminar.

Laura no se había quitado la careta de raso negro, como quedó convenido; comía levantando la parte inferior que, siendo flexible, no presentó inconveniente para ello.

Yo conservaba mi máscara de serenidad absoluta: comprendía toda la importanda de lo que iba á pasar de allí a poco y no quería poner en guardia á mi adversario , alarmándolo, ya por medio de mis palabras, ya por dejar traslucir mi agitación interior. Cuando entré en materia, lo hice decididamente.

— Habrás creido que soy un extravagante, -dije sonriendo,- al escuchar mi súplica de que no te descubrieras el rostro; pero te has equivocado: yo te conozco, y no quería aparecer ante tí como cómplice de tus calaveradas; esa es la causa de mi extraño pedido.

— ¡Que me conoces! exclamó lanzando una carcajada homérica. ¡No seas loco, y no digas tonterías! Nunca me has visto.

— ¿Y si te dijera tu nombre?

Se turbó un instante, pero luego reaccionando, creyendo sin duda que la confundía con otra:

— ¡Dilo! contestó, como desafiándome.

— Te llamas... Laura, pronuncié tranquilo , recalcando cada letra, mientras llenaba de champagne su copa y la mia.

La ví palidecer detrás de la careta; se estremeció toda... Luego, viéndome tan tranquilo, hizo un sobrehumano esfuerzo, logró reponerse, y su primera acción fué descubrirse el rostro; yo la miré impasible.

Estaba muy pálida, sus lábios temblaban, aunque casi imperceptiblemente, y sus ojos lanzaban rayos.

— Sí, soy Laura, murmuró.

Incliné la cabeza, como diciendo que ya estaba convencido de ello.

Despues, un silencio de un minuto reinó en el saloncito particular.

— Bebamos, dije con cierta indiferencia, levantando mi copa de champagne para romper las hostilidades.

Ella tomó la copa del espumante vino, y llevándola á los lábios:

— Bebamos... y hablemos, contestó.

Hízose otra pausa, que ella misma terminó con estas palabras:

— ¿Cuándo me has conocido?

— Cuando te ví en el corso. Sabía que ibas á ir á él, y luego al baile, y me he propuesto encontrarte... Ya ves que lo he conseguido.

Laura quería dar á aquella conversación un aspecto de frivolidad que yo tambien estaba interesado en conservar. Temía, sin duda, encarar decididamente las sérias cuestiones que estaban en tela de juicio.

Al oir aquella frase enrojeció levemente, pues de seguro la avergonzaba que yo conociera su falta, ó quizás temía por el porvenir, al ver que nuestro casamiento debía romperse, aun antes que de que se hubiera realizado...

— Si, lo has conseguido, murmuró.

— Al querer encontrarte me guiaba un objeto de importancia; y como en estas fiestas es cuando se dice la verdad, sin ambajes ni rodeos, la ocasión ha sido bien elejida y mejor hallada... Se trata de hacerte una pregunta...

Me interrumpí, sabiendo que de esa manera el golpe sería mas rudo.

Ella, ansiosa, respirando agitadamente, sintiéndose algo mareada por tantas emociones, esperó, clavando en mí sus ojos, tímidamente, quizá con cierta vergüenza, y no sin algún temor.

Yo proseguí, lentamente:

— Sabes que no puedo casarme contigo; que eso sería absurdo, insensato... Sin embargo, hay un medio de que ese grande amor que siento por tí, y que me retribuyes, obtenga su recompensa en este mundo... A tí no te importa el qué dirán; sé que eres indiferente á la crítica, y que te muestras impávida ante todos, aunque conozcan tus costumbres...

Volví á interrumpirme, añadiendo luego bruscamente:

— ¿Quiéres ser mi querida?...

Al pronunciar esa frase comprendí todo su alcance. Ninguna mujer, por más abyecta que sea, puede escuchar impasible esas palabras, del mismo que poco antes la juraba amor tierno, puro, sublime. ¡La mujer, eterno niño, derrama siempre lágrimas por el desvanecimiento de sus sueños!...

Aquello era una puñalada, y una puñalada á traición.

Para los homicidios morales no hay leyes en la tierra, y uno debe hacerse justicia por su mano. Yo, -víctima de homicidio moral- me convertía en juez y en ejecutor: sentenciaba al reo, y llevaba á cabo la sentencia. Era una venganza; por lo tanto no diré que obraba bien.... ni tú lo creerás tampoco.

En cuanto á Laura, se había levantado de su asiento, ríjida y mortalmente pálida; pero volvió á sentarse, sin pronunciar una sola palabra, aturdida por el rudo golpe recibido...

— ¿Quieres ó nó? la pregunté de nuevo, sonriendo implacablemente. -Supongo que no extrañas mi proposición...

Permaneció un instante en silencio, pero comprendí que quería hablar; así, pues, aguardé á que dominara su emoción.

— Vd, Armando, dijo por fin, tiene razón al insultarme de esa manera. (Nota que ya no me hablaba de tú). Yo lo he engañado, y eso nunca se perdona; le he hecho creer en mi inocencia que no existía, sin arrepentirme hasta ahora, en que comprendo cuánto sufre trás esa máscara indiferente...

— ¡Que yo sufro! exclamé con una carcajada. ¡Mal me conoces, Laurita!

— Si, Vd. sufre; no trate de hacerme creer lo contrario, dijo ella.

— ¡Déjate de bromas, y vamos á lo importante. ¿Quieres ser mi querida?.

Se puso aun más pálida.

— ¡Oh calle Vd.! No aumente sus padecimientos... y los mios. Está Vd. sudoroso, sus ojos brillan, sus manos tiemblan, y si sonríen sus labios es gracias á un esfuerzo que denota la grandeza de su alma!... Pero si Vd. sufre, la culpa no es mia. -Escuche mi vindicación: por naturaleza, por temperamento, por instinto- no se asombre Vd. al oírme hablar así: estoy acostumbrada á decirlo todo -busco el placer en cualquier parte, hasta que le hallo; me he entregado siempre al primer hombre que me solicitaba; es una enfermedad terrible, pero es una enfermedad en la que no soy culpable... Así, por esa causa, hace dos años, desde que tenía quince, mi vida es una sucesión de amores, correspondidos siempre por mí!... Sin embargo, nunca sentí lo que he sentido por Vd.; nunca latió mi corazón como esta tarde, cuando me habló Vd. de nuestro casamiento... ¡que ya no se llevará á cabo!... De veras! me creí buena! ¡olvidé lo pasado! ¡escuché arrobada sus palabras!... Y cuando Vd. me dió un beso en la frente, ví presentarse ante mis ojos un mundo nuevo, lleno de encantos, lleno de felicidad... el mundo en que soñaba cuando mi madre posaba sus labios en esta misma frente, hoy manchada! ... Por que yo le amo... le amo...

Lancé una carcajada.

— ¡Oh! ¡si! continuó casi llorando. ¡Es lo que merezco! ¡Desprécieme Vd...! pero yo le amo.... Es un vicio de mi organismo, una infamia de la naturaleza hácia mí, lo que me hizo pecar antes de ahora, lo que me ha arrojado en los brazos de ese hombre que abandoné en el baile. ¡No me culpe Vd. á mí! ¡Yo soy inocente! ¡Hay una fuerza superior que me empuja; esa fuerza es la única culpable!

Estaba abatida y había palidecido horriblemente!

Yo, sin poder dominarme más, veía el instante en que iba á estallar en sollozos.

Aquella escena me estaba matando.

Sin embargo, tuve aún fuerzas para reir con sarcasmo, mientras decía:

— Y hasta ahora no has contestado á mi pregunta, que es lo que más me interesa ¿quieres ó nó, ser mi querida?

Dejó caer su bella cabeza sobre el pecho y permaneció silenciosa algunos instantes; luego, al levantarla, ví que su palidez había desaparecido. El rostro de Laura, cubierto de rubor, mostraba sobre su tez de terciopelo las huellas de una lágrima....

— Es Vd. cruel, muy cruel, murmuró sollozante. Pero es Vd. cruel con cierta justícia... Yo lo he engañado, me he burlado de su amor, haciéndole esperar la felicidad, cuando al lado mío solo hallaría un cúmulo de pesares... Al parecer, he tratado de mostrarme como no era, vestida con galas que no me pertenecían: con la inocencia, el pudor, la ignorancia del mal, la pureza de alma y cuerpo... Y sin embagro, no he mentido: á través de todas mis liviandades, de todas mis pasiones, he pasado sin mancharme el ropaje blanco y puro... ¡Mi alma se conserva como el primer dia, límpia de todo pecado; mi cuerpo desfalleciente, ha rodado muchas veces por el fango, pero mi espíritu es todavía digno de elevarse al cielo!...

Hizo una larga pausa; luego prosiguió:

— Me cuento en esa raza maldecida de mujeres que, empujadas por el instinto, por la fuerza de la carne, pertenecen á todos, ruedan en el mundo empujadas por todas sus pasiones, y caen por fin para no levantarse más, en los centros que la civilización ha creado para saciar sus apetitos, centros vilipendiados después por los mismos que cooperan á formarlos!... Una enfermedad, un defecto de organización, me lleva hácia ese extremo... Creí encontrar en Vd. una tabla de salvación, á la que me aferré desesperada, soñando con la costa apetecida... ¡Rodemos hasta su fondo, en fin!... Pero sepa Vd. que, al despreciarme, desprecia al Dios que me hizo defectuosa, como se desprecia al artífice ó al artista que no ha sabido ejecutar perfecta su obra!... ¡Que mi caida continúe!... Quizás Vd. se arrepienta alguna vez de haberme abandonado en la pendiente!....

Yo sentía cierto temor al escucharla. Hablaba, como presa de la fiebre, con acentos de inspirada.

Sin embargo, llegué á dominar esa extraña emoción, volviendo á darle el golpe que tanto la hería.

— ¡Vamos! ¡vamos! dije. Abandona el lirismo de una vez para siempre. ¿Es imposible pedirte una contestación categórica sin que te niegues á darla? ¡Una eternidad hace que te dirijo la misma pregunta! ¿Quieres ser mi querida?

Desde aquel instante enmudeció. Ví que sus ojos se llenaban de lágrimas.

Llamé al mozo que nos había servido y pagué la cena.

Luego, ofreciendo el brazo á Laura: — Vamos, la dije. Te acompañare hasta tu casa; luego me contestarás.

Bajó la vista, tomó mi brazo sin mirarme, y salimos.

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