«La provincia de Buenos Aires ha venido experimentando lentamente un cambio que la aleja en modo notable de su punto de partida. Ni es ya lo que era ni es aún lo que será. En su vasto escenario, el gaucho por una parte y el hombre ilustrado por otra -la absoluta mayoría y la absoluta minoría-, han cedido sus puestos a nuevos elementos que no teniendo caracteres definidos, no siendo bien aptos para sostenerse, combatir, triunfar en la lucha por la vida, están destinados inevitablemente a desaparecer. Son individualidades de transición, que no pueden subsistir, aun cuando circunstancias más o menos artíficiales les hayan dado el predominio que hoy ejercen. Su injusta y transitoria preponderancia es lo que nos mantiene aún lejos de la relativa perfección a que hubiéramos llegado. Pero tenían que surgir si es cierto lo de que «natura non facit saltum», lo mismo que debemos aguardar con fe un cambio favorable y próximo, pues un tipo intermedio no puede perpetuarse, y menos en primera línea.»
Esto es algo tedioso, como lo comprenderá su mismo autor. Por eso saltamos, sin más, a párrafos de corte no tan científico, pero en cambio más interesantes en nuestra humilde opinión:
«Estos «dirigentes» de pueblo de campo, de partido, hasta de provincia, semejantes a las nubes macizas como montañas al parecer, cuyos perfiles se destacan rudamente en el cielo, pero que ni siquiera aparecían en los antiguos negativos fotográficos, cual si no existieran -esos dirigentes, digo, pueden tomarse por individualidades con rasgos típicos propios, pero apenas se estudian sus líneas, su masa se desvanece, como la nube, sin dejar impresionado el cerebro. De ahí la dificultad de retratarlos y analizarlos. Son como las aguas vivas, que se liquidan fuera del mar. Tienen algo de moluscos, y sin duda por eso cierto amigo, observador y cáustico (la alusión a Silvestre es evidente) ha dicho hablando de un pueblo de la provincia:
«Pago Chico es un banco de ostras con concha y sin concha». En las indefensas encarnaba sin duda al pueblo en general; en las defendidas a las autoridades satélites...»
Nuestro autor entra en materia algo más abajo:
«El intendente municipal, el presidente del Concejo Deliberante, el juez de paz, el comandante militar y el comisario de policía de un partido, podrían ser trasplantados a cuarenta o cien leguas de su campo de acción, dentro de la provincia, y actuar en un medio desconocido sin que ni en el primer momento se notara el cambio. Estas cinco personas forman en cada pueblo la oligarquía comunal. Son ramas de un mismo tronco. Ligadas estrechamente, hacen vida pública común. Se apoyan la una en las cuatro y las cuatro en la una. Con los mismos defectos y las mismas faltas, dentro de la misma carencia de opinión propia, se sirven mutuamente de paño de lágrimas o de harnero para tapar el cielo. Son cooperadores, encubridores o cómplices de sí mismos, según el caso.
«La justicia, el orden público, la administración, hasta la guardia nacional, están en sus manos. Para ello tienen auxiliares de la misma extracción, con iguales tendencias: los secretarios, los inspectores, el contratista, el procurador, el médico de policía, el empresario de la casa de juego, diez, veinte más. Este es el «partido oficial» entero, o la sociedad comercial e industrial completa. Ahí está la oligarquía que a veces tiene un jefe visible -el senador o uno de los diputados de la sección electoral, última forma del caudillo-, que nunca está, seguro de sus subalternos, como éstos no lo están de él, lógica desconfianza en esa asociación egoísta, instable mientras no exista entre sus miembros algún férreo e inconfesable lazo de unión.
»Se busca en el pasado de esos hombres y se encuentra siempre el mismo oscuro punto de partida. Tal andaba de «chiripá» y con la pata en el suelo hace cinco años; tal otro era carrero; el de más allá fue agente de policía; aquél, incapaz de trabajar, vivió del juego como fullero o como empresario de timbas amparadas por la autoridad, o tuvo casa de prostitución; éste lleva sobre su conciencia despojos y asesinatos...
»-¿Por qué no entregan ustedes las instituciones de campaña a hombres menos desprestigiados? -preguntábase a un gobernante.
»-Porque los hechos no se venden ni sirven para instrumentos -contestó.
»Casi no hay uno de estos hombres que pertenezca a una raza determinada. Tienen sí, aspecto criollo, pero en su ascendencia se halla siempre la mezcla, a la que sin duda impidió dar benéficos resultados el ambiente en que se desarrollaron los productos. Con los defectos del gaucho amalgaman los que les vienen del antepasado extranjero, llegado en busca de aventuras después de dejar la conciencia donde no pueda estorbar, y no se encuentran en ellos ni la nobleza, ni la generosidad, ni el amor al trabajo, ni siquiera el valor, que es la última virtud que se eclipsa en nuestro paisano.
»Cuando se apalea o se maltrata a algún enemigo de la autoridad, inútil es buscar la persona que lo hizo: siempre es alguna mano traidora y desconocida, o un grupo de emponchados irresponsables.
»No han ascendido por esfuerzo propio ni por méritos adquiridos. Se ha buscado lo que sirva de ciega herramienta y lo que no tenga elementos propios para independizarse. Hombres incoloros, incapaces de atraer opinión, bastan para los fines opresivos, pero son inhábiles, en el caso, para sacudir el yugo, hasta en beneficio propio. Con otros afiliados, ciertos gobiernos no hubieran podido subsistir. Se comprende, pues, que muchos hombres hayan sido sacrificados y que muchos surgidos con aptitudes para el gobierno, desaparezcan de pronto bajo el peso del partido oficial que llegó a temerlos. Por eso, cuando se observa una excepción, un hombre de cierta importancia dedicado a la actuación política oficial, no hay más que revisar los libros de los bancos, o la lista de concesionarios de centros agrícolas, de ensanches de ejido, o los legajos polvorientos de los juzgados de crimen... Ahí está el secreto...
»En cuanto a la sociedad oficial cuyos componentes hemos enumerado ya, se ocupaba puramente de su comercio, feliz porque le dejaban «mañas libres». La renta municipal, las multas policiales, las coimas de las casas de juego y otras, la enajenación de los terrenos de la comuna ¡qué negocio!... ¿Política? Ni la querían ni la estudiaban: les iba hecha de La Plata, la ponían inmediatamente en acción y ni medían su alcance ni les importaban sus consecuencias. Era, por otra parte, tan limitada y tan monótona, que se la sabían de memoria y le dedicaban el menor tiempo posible, deseosos de acabar pronto para seguir robando. En un principio se preocupaban de llevar gente a las elecciones para darles cierta apariencia de legalidad; pero como esto exige dedicación y gastos, lo fueron reduciendo a su menor expresión: el piquete de policía armado a rémington frente al atrio, y en el portal de la iglesia los escrutadores copiando los registros.
»Llegose una vez hasta cerrar las puertas, para que algún votante intruso no fuera a interrumpir a los que copiaban nombres... mil cuatrocientos nombres de ciudadanos votando unánimes y entusiastas por los candidatos oficiales.
»Como no podían abundar los hombres de la especie requerida para gobernar la comuna, se jugaba a las cuatro esquinas con los puestos públicos: un año, Luna, era juez de paz, Carbonero intendente y Machado presidente del Concejo; al año siguiente, Carbonero era el juez de paz, Machado el intendente y Luna presidente de la Municipalidad. Y la permuta se repetía desde tiempo casi inmemorial, sin que se interpolara ningún elemento nuevo. Tanta era la escasez de hombres que en otros partidos algunos tenían que representar dos papeles: éstos eran, por regla general, diputados-intendentes.»