INTERESES PATRIÓTICOS

«¡Decime si no es cosa de morirse de risa por no reventar de rabia! Hacía una punta de meses que mandábamos nota sobre nota al comité central de la capital, sin que esos señores se dignaran contestarnos una sola palabra. Parecía que se hubiesen muerto de repente. Viera, por encontrar alguna disculpa, decía que era probable que el gobierno hiciera interceptar la correspondencia en el mismo correo, de aquí o de allí.

-¡Andá ver! -le contestaba yo-. Es que no saben qué decirnos, ni tienen plan, ni menos plata. Aquí hay que sostener el comité, dar algo a la gente, comprar armas, por un si acaso, ayudar a tu diario que pierde demasiado, y como nadie da nada, claro está que se hacen los suecos para no tener que mandar fondos desde allí.

Él no me quería creer, pero anoche vino furioso a la botica. ¡Por fin había llegado algo de Buenos Aires! ¡Pero ni vos mismo adivinás qué! Una lista de candidatos para diputados, todos ilustres desconocidos que ni siquiera se han asomado al Pago, pidiéndonos que la votemos ¡sin la más ligera modificación!, «porque de eso dependen los altos intereses patrióticos que con tanta altivez y civismo hemos sabido defender hasta hoy».

-¿Qué vamos a contestar? -le dije a Viera.

-No sé -me contestó- lo que sé es que me dan mucha rabia.

-Pues contestales que aquí no podemos votar, porque no nos dejan, y que aunque nos dejaran, no votaríamos sino por una lista hecha después de consultar nuestra opinión. Que para cambiar de nombre y no de costumbres, más vale ser oficialista, que así siquiera se está cerca del candelero.

-Nos dirán que tenemos delegados en el comité central, y que ellos se han encargado ya de interpretar nuestra opinión -me observó Viera.

-Bueno, hijo, mientras nos contentemos con esas lavaditas de cara -le dije- vamos a estar siempre en las mismas. ¿Querés que te dé un buen consejo? ¿Sí? Pues hacé como ellos, no les contestés una palabra y el día de las elecciones les mandás un telegrama diciendo que el comisario Barraba y sus fuerzas han impedido el acceso del pueblo a los atrios, como será verdad por otra parte. Mirá, Viera: si el país se compone ha de ser por algo muy raro y que nadie se espera. Lo que es nosotros y los otros, nunca daremos pie con bola.

No sé qué te parecerán estas afirmaciones, pero así como las pienso y se las dije a Viera, te las digo a vos por lo que puedan valer.»

Podríamos seguir espigando largo tiempo y con fruto en el feracísimo campo del epistolario silvestrino, pero todo tiene su término y preciso es dárselo a estos interesantes extractos, para ceder parte del espacio que resta a los prometidos párrafos de la especie de «Psicología de las autoridades de campaña» desarrollada por el periodista amigo de Silvestre. El lector verá que las mal llamadas «Memorias» no se cierran tan mal con este trabajillo.

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