VI

25 de Noviembre.

Continúo, señor de X, bajo la influencia de esta tontería, de esta murria estúpida que me iguala al más cándido de los colegiales. Mi desordenado trabajo mental sigue dándome mucha guerra, y por las noches la hiperemia del cerebro no me deja dormir. El gran simpático responde al punto á la presión de arriba, y ya me tienes hecho un ovillo ardiente, de puro nervioso, con alternativas de angustia y de exaltación febril. No te cuento las cosas que se me ocurren en las horas negras de insomnio, porque, de fijo, mis disparates y atrevimientos te parecerían los más estrafalarios que habrías oído en tu vida. Te contaré lo que en pleno día pienso, cuando mi mente se despeja de aquellas nieblas y el contacto del mundo me devuelve la razón.

Verás: ahora he dado en la tecla de que Augusta no es ni con mucho el arquetipo de perfecciones que imaginé, llevado de aquel prurito de idealización, que me entró como podría entrarme un dolor neurálgico. Esta maldecida enfermedad ha tomado otro sesgo, y ahora discurro que la bella por quien suspiro (la frasecilla será todo lo cursi que quieras, pero la sostengo) no es un ángel, que está dotada de las seductoras imperfecciones que Naturaleza derramó con sabia mano en la humanidad toda, y que quizás, quizás se juntan y hermanan en ella dichos defectos con mayor relieve que en otras de su edad y clase. No vayas á deducir de esto que la tengo por mala, no. Es que en la tierra no tenemos ángeles, ni en verdad nos hacen gran falta. Mi inclinación hacia Augusta, á quien acabo de borrar del escalafón de los serafines, no es, en esta nueva etapa de mi mal, menos vehemente; y si en ella no hay pureza absoluta, tampoco hay absoluta impureza, pues en las pasiones humanas entran siempre por lo común todos los estímulos que corresponden á las diferentes regiones que componen nuestra naturaleza. Decir amor de corazón, amor de imaginación, amor de sentidos, es no decir nada, ó expresar abstracciones sin valor alguno en la realidad. Todo marcha con orgánico engranaje, y ninguna parte de nuestro sér se emancipa de las demás que lo constituyen.

Pero basta ya de filosofías, y sigue prestando la debida atención á las confidencias de tu amigo. ¿Á que no aciertas en qué empleo ahora mis facultades de idealización? Pues en figurarme el marido de mi prima, Tomás Orozco, como el hombre más completo que imaginarse puede, y en esto no hago más que responder con mis ideas á tu opinión acerca de él. Orozco es, según tú, la mayor perfección moral que en nuestros tiempos puede alcanzarse; Orozco merecería, según tú, el dictado de santo, si nuestra época consintiese aplicar este nombre con propiedad. Es la persona que deberíamos tomar por modelo para cumplir nuestros deberes humanos y sociales. Si alguien existe en quien la observación leal no puede señalar un solo defecto, es Orozco. Fijas están en mi mente tus ardorosas alabanzas de este hombre, y créelo, me duelen como si fueran abrojos de una corona de martirio clavada en mi cabeza. Porque has de saber, amado Teótimo, que este sujeto, á ningún otro comparable, según tú, y también según mi entender, me demuestra vivísimo afecto, me rodea de delicadas atenciones cuando voy á su casa, me recuerda la estimación que su familia tuvo siempre á la mía y su padre á mi padre, y con esto ha traído á mi alma una turbación y un desasosiego que no puedo encarecerte.

Ahora falta un término de la ecuación que no puedo resolver, y allá va para que te hagas cargo de todo. Me preguntas si creo que mis pretensiones respecto á Augusta podrán tener acogida favorable, y muy bajito, pero muy bajito, de modo que nadie lo entienda más que tú, te respondo que sí. ¿Me fundo acaso en algo terminante y afirmativo? No: es una idea, un presentimiento, una corazonada. Estas cosas se saben sin saber por qué se saben. Es algo que se ve en las brumas del horizonte con los ojos de la previsión y, si se quiere, del temor. Pues bien, amigo mío: espero, y me tengo por un miserable si lo que espero llega. Hay y habrá siempre en mí algo que me impide caer en la depravación y en la laxitud de conciencia de mis contemporáneos. Al menos, creo que seré de los últimos que caigan. Ciertas traiciones, que fácilmente obtienen disculpa en nuestros tiempos, no caben en mí. Y no te digo más, porque fácilmente comprendes mi confusión y la tremenda batahola que llevo en mi conciencia. Aquí pongo punto, porque si me dejara llevar de mi pensamiento, y me abriera todos los grifos para seguir vaciando en el papel lo mucho que sobre el particular se me ocurre, te aburriría; y si intento escribir de otra cosa, no podré, porque el horno no cuece más bollos que los que tiene dentro.

Sigue el consejo que voy á darte. No vuelvas más á este Madrid, donde se pierde el candor, y se deshoja al menor soplo la flor de nuestras honradas ilusiones. Equisillo de mis pecados, quédate en esa ruda Orbajosa, entre clérigos y gañanes; búscate una honrada lugareña, con buen dote y hacienda de diez ó doce pares de mulas, que las hay, yo te aseguro que las hay. Búscala guapa, no digo rolliza, porque lo que es rollizas y frescas no las habrás visto nunca. Elige la menos amarilla y flácida, la que se te figure menos puerca dentro del hinchado armatoste de refajos verdes y amarillos; cásate con ella, hazte labrador, ten muchos hijos, sanotes y muy brutos, vive vida patriarcal y bucólica, y no aspires á otros goces que los que te brinden esa ciudad y ese campo, productor de los mejores ajos del mundo. Fórmate una familia, en la cual no pueda salir nadie que tenga ideales; come sopas, y no aspires ni á ser cacique de campanario. Dichoso el que logra emanciparse de esta esclavitud de las ideas, y aprende á vivir en la escuela de la verdadera sabiduría, que tiene por modelo á los animales, querido Equis, á los mismísimos animales.

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