VII

1.º de Diciembre.

Vengan esos cinco, Equis de mis entretelas. El espíritu de tu amigo no se dejará dominar de la maleza estúpida que le amenazaba, y cuyas primeras manifestaciones pudiste colegir de mis cartas precedentes. Ha surgido en mí una energía medicatriz, que de la noche á la mañana me regenera, atiesando mi voluntad, mi sér todo, dándome noción cierta de la ridiculez de mi enfermedad. Ello ha sido de una manera súbita: me levanté un día con ganas atroces de reirme de mis sandeces amorosas, y me reí, sorprendiéndome mucho de verme objeto de mi propia burla. La naturaleza moral, como la física, tiene estas bruscas remisiones, victorias rápidas que la vida alcanza sobre la muerte, y la razón sobre el principio de tontería que en nosotros llevamos. Bastóme aplicar algunos esfuerzos mentales á esta acción interna, para verla crecer y hacerse dueña al fin de todo el campo. No tardé en ver las cosas con claridad, y en notar lo inconveniente de que se rompa la relación armónica que cada individuo debe guardar con su época. Augusta no dejó de parecerme tan interesante y bonita como antes; pero al propio tiempo comprendí que no debía apasionarme como un cadete, ni devanarme los sesos como un seminarista descarriado, sino plantarme esperando los sucesos con frialdad y mundología. El que tome por lo serio esta sociedad, está expuesto á estrellarse cuando menos lo piense.

El fenómeno que te estoy refiriendo no ha venido aislado. Apareció entre accidentes varios, que en el término de un día, de horas quizá, distrajeron mi ánimo, movieron mis ideas como el viento mueve la veleta. La política, hijo de mi alma, con las vehemencias increíbles que determina en nosotros, no ha tenido poca parte en este cambio, de lo que deduzco que la res pública es cosa muy buena, un emoliente, un antiflogístico eficacísimo para ciertos ardores morbosos de la vida. Y las irritaciones que uno coge en este dichoso Congreso, obran también como revulsivo, trasladando el desorden orgánico á la piel, ó si quieres, á la lengua, por donde se escapa el mal ó fluido pernicioso.

Y á propósito de esto, voy viendo cuán cierto es lo que tantas veces me has dicho, fundado en tu larga experiencia. Aquí hay que hablar ó condenarse á perpetua nulidad é insignificancia. Al que se calla no le hacen maldito caso. Supón que eres, como yo, consumado gramático del idioma del silencio, y que en tales condiciones pides un favorcito á cualquier ministro. Como no te teme, ni le prestas tus servicios en el banco de la Comisión, ni le consumes la figura de vez en cuando con preguntas fastidiosas, te sonríe muy afable cuando le saludas; pero no te da nada, créelo; no te da más que los buenos días; cosa de substancia ten por cierto que no te la da. No creas que me incomodo por esto: reconozco que el favor ministerial es un resorte del sistema, y no debemos criticar que se utilice para acallar á los descontentos y recompensar á los servidores, porque si suprimimos aquel resorte, adiós sistema. Ello está en la naturaleza humana, y es resultado de la eterna imperfección con que luchamos de tejas abajo. Ó nos declaramos serafines con patas, ó hemos de reconocer que el régimen, bueno ó malo, tiene su moral propia, su decálogo, transmitido desde no sé qué Sinaí, y que difiere bastante de la moral corriente; y si no, que salga el Moisés que ha de arreglarlo.

Hoy estoy inspirado, amigo mío, y si no escribo de política, reviento, porque este tema me divierte, hace derivar mis pensamientos del centro congestivo en que me atormentan, y me esponja, créete que me esponja, me refresca el cuerpo y el alma... Pues verás. He caído en la cuenta de que es una sandez este silencio mío, esta pasividad, esta inercia de grano inconsciente en el famoso montón parlamentario que hace las leyes, sostiene los gobiernos y robustece las instituciones. Tiene muy poca gracia desperdiciar la influencia y el favor con que el amigo Estado debe corresponder á nuestros servicios. Nada, yo hablo ó reviento, yo me despotrico el mejor día; y aunque me tengo un miedo horrible como orador, y aunque, al considerarme hablando, me entran ganas de prenderme á mí mismo y mandarme á la cárcel, la lógica humana y cierta ambiciosilla que me muerde el corazón, impúlsanme á vencer mi torpeza y cobardía. Ya empecé anteayer, como quien deletrea, presentando á primera hora una exposicioncita de Orbajosa para que le rebajen los consumos; pronto seguiré mi aprendizaje en las Secciones, dando explicación breve, de acuerdo con otro que me las pida; y, por fin, metido en una comisión de fácil asunto, ten por cierto que lo empollo bien, y me largo mi discursito como un caballero. Todo es empezar. Una vez perdida la vergüenza, lo demás va por sus pasos contados. Y dejando de ser pasivo en la política, da uno empleo y desagüe á mil cosas malas que dentro le bullen. Si la política es un vicio, con este daño inocente se pueden matar otras diátesis viciosas que nos trastornan el seso. ¿Qué te parece? ¿te ríes? Dame tus graves consejos, alma de cántaro; vacía ese saco de filosofías pardas y de marrullerías espirituales. Espero tu exequatur ó una rociada de vituperios, porque te conozco, y quien no te conoce, que te consulte. Con que, ¿hablo ó no hablo? ¿Conviene hablar, aunque sea ladrando?

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