XIII

17 de Diciembre.

Pues decía que este Calderón te encaja las papas más gordas que da la fantasía humana, y se queda tan fresco. Lo mejor es que no miente á sabiendas, porque se cree á pie juntillas cuanto dice. Yo me río con él lo que no puedes figurarte. El otro día me porfiaba que un misterioso industrial de Madrid ha establecido, bajo el patrocinio secreto de altos personajes, el más extraño negocio que se puede imaginar. ¿Á que no lo aciertas? Pues el negocio consiste en hacer el matute en gran escala por medio de los carros fúnebres, de unos cuantos hombres vestidos de cura, y de unas mujeronas disfrazadas de hermanas de la Caridad. Daba tales pormenores, que parecía estar en el ajo y ser de la partida. Te advierto que en todas las extravagancias que te cuenta Calderón, hay siempre alto personaje: esto no puede faltar.

Tía de este tipo y también de Augusta, por parte de madre, es doña Serafina Calderón, señora respetable, muy querida de toda la familia, y especialmente del matrimonio Orozco. De noche nunca la ví en la casa, y hace un mes que no va tampoco de día, porque padece gravísima afección al pecho, y dicen que se morirá pronto. Desde que Augusta ha dado en pasar las tardes junto á su tía enferma, me siento muy solo en el Retiro y Castellana, y elevo una humilde oración al Altísimo para que la señora se ponga buena, ó al menos se alivie. Pero el Altísimo no me hace maldito caso, y mi prima no pasea.

Ya comprenderás que, fuera de las rabietas que paso como enamorado y no correspondido, lo paso regularmente en casa de Orozco. Allí tenemos billar, tresillo, bezigue, y algunas noches música, con grandísimo júbilo mío. Augusta toca el piano muy bien, y sería consumada profesora si estudiase algo más. Te aseguro que cuando la oigo, me transporto al séptimo cielo. Los devorantes del famoso bando capitaneado por mi padrino, aunque fingen humanizarse con el trato de Beethoven, Listz y Chopin, no dejan en paz á sus víctimas. Allí se desmenuzan las cuestiones que van saliendo, traídas por la prensa, ó por ese otro periodismo hablado sotto voce que no se atreve á expresarse en letras de molde. Hay noches benignas en que las hachas sólo despuntan las ramas; pero otras, querido Equis, caen con estruendo y furia los troncos más robustos. Creerías que están todos poseídos de un vértigo ecualitario, de un furor terrorista y guillotinante, ansiosos de establecer para los casos de moral el nivel del suelo raso. Durante varias noches se trató del crimen misterioso de la calle del Baño (habrás leído algo de esto en la prensa), y excuso decirte que prevaleció, con gran lujo de fundamentos lógicos, la popular especie de que influencias altísimas aseguraron la impunidad de los asesinos. Vino después la cuestión del escandaloso desfalco de la Deuda. Quedó probada la inocencia de los infelices que están presos, y la culpabilidad de Fulano y Zutano (personas muy conocidas). También oirás allí que en un círculo social muy señalado se cotizan las credenciales de Cuba como si fueran títulos del 4 amortizable.

Esto de la inmoralidad ultramarina, ¡María Santísima! es la correa más larga de todas. Algo se cuenta que indudablemente es exacto; pero añaden tales horrores, que me resisto á creerles. En la crítica de los negocios coloniales lleva la voz cantante aquel Aguado de quien antes te hablé, el cual estuvo allá tres años y se trajo, según dicen, media isla. Pues las cosas que éste desembucha, más son para oídas y calladas que para referidas. Ya comprenderás que allí, tratándose de la situación, es cosa corriente lo de esto se va, esto no dura tres meses, esto se cae de pura corrupción, etc. Y á lo mejor se hacen preguntas muy chuscas. «Oye, tú (dirigiéndose á mí), ¿qué hay de ese ministro que se quiere marchar porque el Consejo no le aprueba el nombramiento de director en favor de X?...» Pon aquí un nombre muy desacreditado. Rara es la noche en que alguno de la partida no lleva noticias de este jaez: «En el Consejo de hoy se han tirado los trastos á la cabeza... Dicen que andan á tiros en tal ó cual parte... Los revolucionarios, contentísimos.»

Se entabla allí cada polémica que Dios tirita. Villalonga, echándoselas de hombre de orden y de ministerial, aunque parezca mentira, defiende al Gobierno algunas veces; pero Aguado, furioso porque no me le echan para allá otra vez, sale espada en mano al combate. Su lengua es horrorosamente mortífera. «El Presidente del Consejo no dice más que embustes, y á todo el que coge le engaña como á un chino.» Otro día asegura (le consta de buena tinta) que dos ministros han reñido por cuestión de faldas; que están de uñas los tales con los cuales... Cisneros se baña en agua rosada, y aunque siempre trata estas materias de una manera espiritual, y se chunguea del ministerialismo acomodaticio de Villalonga, así como de la furibunda y ciega oposición de Aguado, no por eso es menos cáustico en sus conclusiones.

Cuando se deja caer por allí, Augusta suele defender al Gobierno por enzarzarles, y también pincha al Catón ultramarino para verle hecho un basilisco, soltando veneno por lengua y ojos. En cuanto al ex-ministro, aparenta tomarlo á broma; pero mete su cuarto á espadas, lanzando puntaditas, pues está esquinado con la situación, aunque lo disimula. Dice que va al grupo para saber noticias. Á veces las desmiente con tibieza, á veces con un calor que viene á reforzarlas. Volviendo á mi prima, te contaré algo que te hará reir. Tiene un gran talento natural, no bien cultivado. Ya sabes que se educó en Francia, que perdió á su madre siendo muy niña, y que la casaron muy joven. Su inteligencia se ha cultivado sola; hace gala, como ya te he dicho, de altiva y temeraria independencia en sus juicios, y nada le desagrada tanto como encontrarse con una opinión que los demás aceptan. Hace pocas noches aseguraba que no puede soportar la literatura española, desde Moratín inclusive para atrás, y nos dijo que, fuera del Quijote, no ha podido nunca leer tres páginas seguidas de ningún autor en prosa ni en verso, místico ni profano; que el teatro de capa y espada le es atrozmente antipático, leído y visto representar; que los tan ponderados místicos, sin excluir Santa Teresa, no valen más que para narcóticos en caso de insomnio rebelde; que varias veces intentó leer la historia de Mariana, y que siempre le ha producido jaqueca; que los romances y poemas de fabla antigua le recuerdan demasiado á su desapacible y adusta tierra de Campos, pues son la misma cosa puesta en letras, el clima helado y seco y la tierra estéril... En fin, que en literatura es también iconoclasta rabiosa, y que á ella no le den más que lo moderno español, y más aún lo francés. En lo francés, le gusta todo lo del siglo pasado; pero no pasa más allá, y hasta los padrotes Molière y Racine le resultan de una insipidez intolerable.

De esta radical opinión surgió una disputa muy viva entre ella y Federico Viera. Ya conoces el carácter de Federico; su ingenio, que sería fecundísimo si lo cultivara; sabes que jamás se queda en los términos medios; que en sus simpatías y aborrecimientos va hasta el furor, y que su desmedido orgullo suple en él, como en otros muchos, las energías de la convicción para sostener cualquier idea. Te añadiré que de los amigos de Orozco, sin contar á Calderón y á mí, Federico es el que tiene más confianza en la casa, pues su amistad con Tomás data de larga fecha. Augusta se pelea con él, siempre que hay ocasión, contradiciéndole con cierto énfasis, buscándole las vueltas, y zahiriendo sin piedad sus quijotismos. Él toma en serio los furores iconoclastas de su amiga, y ella los exagera para exaltarle. No sé el tiempo que duró aquella discusión deliciosa, en que mi prima se permitió decirle: «¡Pero qué tonto es usted...! Quiere hacernos creer que ha leído el poema del Cid. No tendría usted tan buen color.» Y él: «Sí: eso lo dice usted por afán de originalidad, y no niego que está usted monísima sosteniendo tales disparates...» Simpatizo cada día más con este pobre Viera; y si no me agradase tanto por bueno y leal, habría de gustarme por desgraciado. Á propósito de él, tengo que contarte algo que te ha de interesar.

Abur, gaznápiro. Dios te libre de caer en el bando de los devorantes ó manteadores.

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