XIV

20 de Diciembre.

La opinión que en tu carta me indicas respecto á mi prima no me parece ajustada á la verdad. ¿Se funda acaso en informes míos dados con ligereza y cuando no había hecho las convenientes observaciones? Pues me retracto, querido Equis; me trago todo lo escrito, y ahora, conociendo mejor cosas y personas, quiero quitarte de la cabeza esos juicios malévolos. Créelo: Agustina es buena; ama con firmísima ternura á su marido. Sus aspiraciones afectivas están colmadas, y nada revela en ella que padezca inquietudes del alma, ni curiosidades de esas comparables á las de los geógrafos navegantes que buscan mundos mejores que los conocidos. Noto en ella la tranquilidad del que está contento en su mundo y no indaga con ansiosa mirada lo que habrá más allá del horizonte. Ya estoy oyéndote decir: «Este tonto se viene cada día con una cantinela distinta... y lo peor es que pretende se le admitan todas estas ideas, variado fruto de su fecunda impresionabilidad.» Reconozco, señor maestro, que varío la tocata con demasiada frecuencia. Es que yo no me aferro á las opiniones, ni tengo la estúpida vanidad de la consecuencia de juicio. Observo lealmente, rectifico cuando hay que rectificar, quito y pongo lo que me manda quitar y poner la realidad, descubriéndose por grados, y persigo la verdad objetiva, sacrificándole la subjetiva, que suele ser un falso ídolo fabricado por nuestro pensamiento para adorarse en efigie. Ríete de mí; pero acepta la versión que hoy te mando, que es la oficial, la verdadera. Que es honrada te digo, y si me lo niegas, hombre de poca fe, nos veremos las caras.

Y, sin embargo, Equis de mil demonios, heme aquí empecatado, heme aquí sin poder vencer la diabólica intención que en mí ha nacido, y que tras largas vacilaciones se manifiesta positivamente. Mira si estoy dominado por la infernal influencia, que creyendo no es ella terreno dispuesto para el mal, me inclino á seguir tu consejo satánico. Es que los obstáculos nos infunden temeridad, y los peligros nos ilusionan más que la confianza. No, no hay allí, como tú sostienes, una fácil victoria; pero contando con la resistencia, solicitado quizás por la resistencia misma, romperé pronto el fuego.

Somos muy pillos los descendientes del señor de Adán. Llevamos el mal en nuestra naturaleza, y la cultura nos ha dado una filosofía pérfida y farisáica para cohonestarlo. La sociedad, con diarios y persuasivos ejemplos, nos incita á cursar esta filosofía, y si no lo crees, ahí tienes á mi padrino, el castizo Cisneros, que me repite á cada instante su famosa prescripción, resultado de un profundo saber sociológico: «Manolo, no seas burro. Haz el amor sin reparo alguno á las mujeres de todos tus amigos.»

El afecto del honrado y leal Orozco me da algunos malos ratos todavía en esta campaña infernal, que aún no ha salido de la esfera nebulosa de mi intención. ¡Ah! en la voluntad mía, ya he ultrajado al hombre sin par, modelo de nobleza y rectitud. Pero, como te dije antes, el siglo fecundo en que vivimos nos da una filosofía muy cómoda para acudir al remedio de estos desastres de la conciencia. ¡Hay tantos casos semejantes! ¡Si fuera yo el primero que alterara la ley moral! ¡Si introdujera yo esta moda de los esposos de mérito, burlados y escarnecidos! No mil veces. Yo no he puesto la sociedad tal y como se halla hoy; yo no he reformado el Decálogo, rebajando los pecados gordos á la categoría de veniales; yo no he aceptado las enmiendas á la ley fundamental, que la convierten en papel mojado. Yo llego y me encuentro las cosas como las dejaron otros, y no he de hacer el reformador ni el protestante.

Me dices una cosa que me lanza más al disparadero. Dices que llame y me responderán. Llamaré, hijo mío, aun dudando mucho de que me respondan. Soy como aquél que sin saber palabra de la asignatura iba á examen, diciendo: «me expongo á que me aprueben.» Eso digo yo: «llamaré: me expongo á que me abran la puerta.» ¿Y si no me la abren?

Por ahora no te diré nada sobre el particular. Me reservo para cuando tenga que comunicarte el éxito ó el fiasco.

Y vamos á las informaciones que tantas veces me has pedido acerca del pobre Federico Viera. Me volvió á decir ayer que te había escrito, y ahora sí creo que lo ha hecho. No le tengas mala voluntad por su tardanza en contestar á tus cartas, la cual no significa que te olvide, sino que anda medio trastornado con las mil cosas que le rebullen en la cabeza. El problema de la vida es en él, por la pícara suerte y por los obstáculos permanentes de su carácter, de muy difícil solución. Yo creo que llegará á la vejez dando vueltas al tal problema sin resolverlo nunca. Conozco algunos así, y les tengo por los seres más dignos de lástima. Federico Viera es uno de los hombres de más entendimiento que creo existen en España. Quizás por tenerlo tan grande y algo incompleto, así como por la acentuación quijotesca de algunas prendas morales y por carecer de otras, ha de fracasar constantemente. ¡Qué lástima! Pocos hombres conozco aquí más simpáticos y de trato tan seductor. De mí sé decirte que le estimo de veras, y que trato de mejorar su adversa suerte. Pero me parece que no haremos carrera de él. Quéjase de la fatalidad, ¡el comodín de todos los que equivocan el camino de la vida! pero yo voy creyendo que en este caso la fatalidad existe, y que Federico no adelanta porque se lo estorba alguna fuerza interior incontrastable, y también circunstancias externas independientes de su voluntad.

Ha pasado de los treinta años, y se encuentra sin carrera, sin medios de fortuna, incapacitado para desempeñar un destino, pues carece de condiciones legales para obtenerlo, y no es cosa de que empiece por oficial quinto. Aborrece la política, sin considerar que es la única puerta practicable que ante él se abre. Sobre esto hemos tenido vivas disputas. «La política, le digo, será todo lo inmoral que quieras. Ella tendrá sus máculas como todas las cosas; pero es un medio, y hay que aceptarlo como tal cuando no se tienen otros. Es una especie de proteccionismo, un sistema de beneficencia que el país ejerce para dar colocación á los que se han quedado sin casillero en el reparto de puestos sociales. Viene á ser como una sucursal de la Providencia; y si no existiera, los desastres que habrían de ocasionarse serían mucho mayores que los tan cacareados y evidentes daños que ahora se le atribuyen.» Al fin me pareció que le convencí; pero la dificultad está en meterle en la política. Si lo lográramos, figúrate cuánto brillaría. No conozco á nadie con más facultades oratorias. Sus contados ensayos periodísticos revelan también aptitud extraordinaria para el caso. Posee como nadie ese golpe de vista rápido, esa preciosa facultad de ver el lado conveniente y oportuno de las cuestiones, abandonando los demás. Pues nada de esto le sirve mientras no tenga la afición, el prurito ambicioso que á otros, faltos de aptitud, les sobra.

Por mi parte, trato de empujarle, y he bebido los vientos estos días para conseguirle un acta en cualquier elección parcial; pero no me ha sido posible. Á nuestro amigo le perjudica el nombre de su padre, que es la mayor de sus desdichas. Lo mismo es decir Viera, que surge la imagen de ese solemnísimo bribón, cuya triste fama permanece en Madrid, viviendo él fuera de España. Esta es la fatalidad de Federico, el sino perverso que le hará miserable y desgraciado toda su vida; pues aun cuando llegara á vencer los inconvenientes del deshonrado nombre que lleva, no se quitará nunca de encima la mala sombra que su padre ha echado sobre él con la perversa educación que le dió. Este muchacho se ha malogrado, porque su padre no supo serlo nunca, ni tuvo autoridad sobre él para encarrilarle y hacerle hombre. La niñez y juventud de Federico coincidieron con la época en que Joaquín Viera gastaba lo suyo y lo ajeno, sin cuidarse para nada de su hijo. Crióse para aristócrata; adquirió necesidades, de esas con las cuales se identifica el sér, y que vienen á formar parte del sér mismo; se hizo al regalo, á la disipación, al lujo, á la generosidad, y á los vicios que cría la esplendidez y que no pueden separarse de ella. Aunque su despierta imaginación no desdeñó la lectura, jamás estudió nada formalmente, ni se aplicó á carrera alguna científica ni literaria. Vino el desastre, y el que se había criado caballero, encontróse peón. Era tarde para atajar las consecuencias de este abandono. Aún se forjaba ilusiones el pobre chico durante algún tiempo, aspirando á plantear no sé qué empresas industriales. Humo y tontería. Lo que han pasado él y su pobre hermana, no es para dicho brevemente.

Harto sabes tú que soporta su desgracia con estoicismo admirable, y que encubre su miseria con arte exquisito. Nadie que le vea y le trate sospechará las procesiones que andan por dentro. Viste bien y con esa fácil elegancia que es una cualidad antes que una costumbre. Frecuenta, por hábito y necesidad espiritual, lo que llamamos bárbaramente el gran mundo, y sabe distinguirse en él, siendo bien recibido en todas partes y muy echado de menos en sus ausencias.

Me parece que á la hora presente, á pesar de que le has tratado bastante, no le conoces tan bien como yo. Contigo era siempre reservado; conmigo tiene espontaneidades que nadie le ha merecido todavía. De la amistad hemos llegado poco á poco á la familiaridad, y me cuenta algunos pormenores de su vida pasada, y aun de la presente, por demás interesantes. Recuerdo haberte oído decir que jamás entraste en su casa; yo sí, y conozco á su hermana. Sobre esto hay mucho que hablar: iremos despacio para no confundirnos.

Si he merecido de Viera confianzas y revelaciones inapreciables, todavía hay en su existencia repliegues que no he podido desdoblar. Es hombre que no se abre nunca por entero. Respeto sus secretillos, y no juzgo prudente ni delicado forzar el arca de discreción en que los guarda. No es misterio para nadie su afición al juego, ni que este vicio es en él el único arbitrio practicable para ir conllevando la vida... ¡vida sumamente azarosa, figúrate!... Pero te advierto que no es posible andar con más dignidad en tratos tan ruínes. Sus degradaciones no están á la vista de los que públicamente le tratamos. Él se las arregla allá con su vicio y saca lo que puede, sin que se trasluzca nada en la vida ordinaria. Yo me he permitido hablarle de esto, incitándole á arreglarse de otro modo, y me responde con amarga tristeza que no puede ser, que está ya hecho á ese angustioso sistema, y que no halla manera de abandonarlo. He procurado sondear el abismo de su situación económica, llegando hasta proponerle un medio decoroso de regularizar su presupuesto; pero no quiere aceptarlo. Me ha confesado que sus deudas son enormes, y que sólo con un golpe de suerte, con una de esas ventoleras favorables que en breves momentos amontonan un capital, podría ponerse á flote. Y no hay quien le quite de la cabeza esta idea fija y monomaniaca. Es tan delicado, que fuera de los antros más ó menos decentes, donde pulsa la fortuna, nada verás en él que signifique rebajamiento moral. Nadie, absolutamente nadie, entre nuestros muchos amigos, puede jactarse de que Viera le ha dado sablazo grande ni chico. Antes reventará que pedir. Yo no sé cómo se las compone, ni qué casta de garduña usurera le suministra lo que necesita cuando viene la mala. Te aseguro que me inspira compasión este hombre, y á veces me pongo á discurrir qué haría yo para favorecerle sin lastimarle. Debe de haber por ahí, en manos negras y rapaces, mucho papel suyo, que seguramente se ha de cotizar en baja constante; pero por más que le hurgo para que me informo de esto, no obtengo de él más que vaguedades y evasivas.

Es amigo de Cisneros, que le aprecia mucho, y á menudo le invita á comer para tenerle por oyente y admirador; amigo también de Orozco, que le protegería (me consta) si él se dejara proteger, y discurre, como yo, procedimientos delicados é indirectos de favorecerle. El padre de Federico fué, en sus tiempos de prosperidad, compinche del padre de Orozco, y ambos armaron, según dice la gente, aquella trampa de La Humanitaria que arrambló con los ahorros de una generación. Don José Orozco ya no existe; Joaquín Viera anda huído por el extranjero, ocupado en obscuros negocios; y si alguna vez se descuelga por aquí, viene sable en mano contra los amigos de su hijo. Considera, alma cristiana, esta anomalía de las razas, y mira por dónde de padres perversos han nacido hijos tan apreciables, cada uno por su estilo. He de añadir que Orozco, sea por tradiciones de amistad, sea por otra causa que no se me alcanza, tiene para ese tuno de Viera, padre, increíbles deferencias; y no sólo se ha dejado herir más de una vez por el tremendo chafarote del gran petardista, sino que en cierta ocasión le libró de un bochornoso proceso. Federico se muestra muy agradecido á Orozco, y le tiene en tanta estimación como el más entusiasta, como tú, por ejemplo. Y en reciprocidad de estos sentimientos, Augusta y su marido le consideran y agasajan, aunque no pierden ripio (ella sobre todo) para censurar con benevolencia su incorrecta manera de vivir. Más de una vez me han dicho que arbitre un medio de mejorar la situación de Viera y su hermana, negociando diplomáticamente con él, sin herir su susceptibilidad vidriosa. Hemos discutido los medios sin encontrar solución práctica. Ambos han deplorado ingenuamente que un hombre de tan buen fondo, tan caballero, tan bien cortado para la vida digna y honrosa, se envilezca buscando un infame jornal en las salas del crimen. Yo también lo lamento, nos afligimos todos; pero no veo manera de evitarlo. Y basta por hoy. De aquello, buenas impresiones. Ya te las contaré otro día.

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