XLI

23 de Febrero.

¿Qué es esto, Equis de mi vida? ¿Está escrito que yo he de volverme loco, y que seas tú quien me remate?

Vamos por partes. Hoy, cuando estaba disponiendo mis bártulos, cae sobre mí como un aerolito, mejor dicho, como si desde Orbajosa me arrojasen un canto rodado, el insigne hijo de esa localidad, don Juan Tafetán, el cual, después de saludarme en tono lacrimoso, participándome que le han limpiado el comedero, y que viene á solicitar con mi ayuda, ¡Dios nos asista!, su reposición, me entrega un encarguillo que le diste para mí.

El paquete... Pero no: he dicho que vayamos por partes, y por partes hemos de ir. Pues las quejas que del afligido pecho de Tafetán salieron, partirían una roca. Díjome que esa gente está furiosa contra mí por la indiferencia, rayana en menosprecio, con que, de algún tiempo acá, he mirado los asuntos del distrito. Los encumbrados Polentinos, así como los humildes Licurgos, hállanse acordes en ponerme de hoja de perejil, porque he permitido con mi incuria que los de la oposición se hayan montado sobre los nuestros. Estos, es decir, los que fueron míos, celebraron la semana pasada un patriótico meeting para convenir en la forma y manera de darme una silba si tengo la frescura de presentarme en la metrópoli del ajo. ¡Y yo, que, en el colmo de la inocencia, creí ó temí que saldría á recibirme la música del pueblo con sus desacordados trompetones! ¡Y ya me figuraba oir el restallido de los cohetes que á los aires lanzaría, un homenaje á mi persona, la diestra mano de Frasquito González!

Pero dime tú, ¿es cierto lo que me cuenta este pobre hombre, con el cual no sé qué hacer ni dónde ponerlo, ni cómo consolarle en su tribulación de cesante? ¿Es cierto, dí, que en toda esta temporada de angustias, fiebre y diligencias policiacas, no he contestado ni una sola carta de los caciques y gente menuda del distrito? ¿Es cierto que en esto que llamaremos interregno se ha resuelto la cuestión del emplazamiento de la estación del ferrocarril, situándola en Valdegañanes, y dejando á nuestra Urbs Augusta á diez y siete kilómetros de la línea? ¡Bueno se va á poner El Impulsor, que decía no hace mucho que el ferrocarril llamaba á las puertas de Orbajosa con el alerta de las locomotoras, esos centinelas avanzados de la civilización! ¿Y es cierto (el cabello se me eriza al escribirlo) que los de Valdegañanes, esas lumbreras apagadas del obscurantismo, amenazan con arrancar de cuajo el Juzgado y llevárselo á su término? ¿Es cierto que nuestros enemigos, envalentonados por mi abandono, han secado la fuente de los Chorrillos, llevándose el caudaloso real de agua al abrevadero de Penitentes de San Bartolomé de Abajo? ¿Es cierto que me birlaron el peatón de Fuente los Tojos, y el estanco del tío Majavacas, y que me han dejado cesante á este sin ventura Tafetán? Cierto debe de ser, pues se trae una cara tan compungida que ni la de la Magdalena se le iguala. Pues con estos golpes y la destitución en masa del Ayuntamiento de Villahorrenda, veo por tierra, ó á punto de derrumbarse, eso que los representantes del país llamamos el altarito, ó sea mi poder político en el pedazo de España que tuvo la honra de elegirme su esclavo y opresor. Ante tal cúmulo de desastres, querido Equis, resuelvo aplazar la visita á mis electores, con el doble objeto de ver si puedo poner algún puntal al consabido altarejo, y de librarme de la serenata que mis siervos y tiranos ¡ay, dolor! me tienen preparada.

Y vamos á lo otro, pues dije que iríamos por partes, y por partes ¡vive Dios! iremos. Tafetán me entrega un grueso paquete, que me parece, al pasar de sus temblorosas manos á las mías, una caja de bizcochos borrachos. Y he aquí que me digo: «¡Por dónde se le ocurre á este tonto ahora mandarme bizcochos borrachos! ¡Ah! ¡Es que necesito medicina dulce y narcótica! ¡Qué talento tiene este Equis!... Pues, señor, abro el mamotreto y me encuentro que contiene papeles. ¡Ajajá! Cinco cuadernos manuscritos, de igual tamaño próximamente, y muy cosiditos con hilo encarnado. Los hojeo con febril curiosidad. Lo primero que me llama la atención es la letra. Yo conozco esta letra... Pero, señor, ¿de quién es esta condenada letra? De Equis no es, y, sin embargo, me es familiar, familiarísima... Y de una sorpresa grande pasamos á otra mayor. Figúrate cuál sería mi asombro al ver los nombres de Augusta, Orozco, Federico, Malibrán, corriendo en medio de las hojas, pasadas velozmente por mis dedos. Lo que más me maravilla es que la disposición de los nombres á la cabeza de trozos más ó menos largos de texto, parece indicar que el contenido de los cuadernos está en diálogo dramático. Me fijo en el encabezamiento de uno de ellos, y veo que dice: Jornada tercera. La portada del primero es lo que remata mi estupor, y desconfío de mis ojos cuando leo: Realidad, novela en cinco jornadas. Abro tanta boca, que el mismo Tafetán, haciendo un paréntesis en su consternación de cesante con nueve hijos, se ríe de mí.

¿Pero qué es esto, Equis de todos los demonios? ¿Qué drama es éste, ó qué novela, y quién la ha escrito? ¿Has sido tú? ¿Es un bromazo que me das?... ¡Anda, anda! Leo la lista de personajes, escrita en la primera hoja, y me encuentro á toda mi gente. Equis, Equis, explícate, por tu vida, si no quieres que yo acabe de perder la razón. ¿Por qué no acompaña al paquete una carta tuya, informándome del por qué de este extrañísimo y misterioso escrito? ¡Pero si yo conozco la letra... la he visto mil veces, y no puedo en este momento, por el trastorno de mi cabeza, recordar á quién pertenece!... ¡Ah! ya caigo en ello. La letra es tuya, tuya, desfigurada. No me lo niegues. Tú, que eres de la familia de los Merlines; tú, que posees un poder de adivinación no concedido á todos los mortales; tú, que sabes ver la cara interna de los hechos humanos cuando los demás no vemos más que la cara exterior, y penetrar en las vísceras de los caracteres, cuando los demás sólo vemos y tocamos la epidermis; tú, Equisillo diabólico, has sacado esta Realidad de los elementos indiciarios que yo te dí, y ahora completas con la descripción interior del asunto la que yo te hice de la superficie del mismo. De modo que mis cartas no eran más que la mitad, ó si quieres, el cuerpo, destinado á ser continente, pero aún vacío, de un sér para cuya creación me faltaban fuerzas. Mas vienes tú con la otra mitad, ó sea con el alma; á la verdad aparente que á secas te referí, añades la verdad profunda, extraída del seno de las conciencias, y ya tenemos el sér completo y vivo. ¿Es esto así? Dime sí ó no, y mientras me arrojo como un hambriento sobre tu Realidad, carguen contigo los demonios, y conmigo también.

DE EQUIS Á INFANTE

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