XXV

26 de Enero.

¡Malibrán! No puedo evitar hablarte de este tipo, que se me ha plantado en la nariz como una mosca. Quiero echarle, le sacudo y vuelve. Me persigue, me le encuentro en donde quiera que estoy; llego á pensar que no es él á quien veo, sino á mi execrable sospecha, representada en carne mortal. Es que desde ayer no se aparta de mi cerebro la idea de que he despejado la famosa incógnita: X = Malibrán. ¿Me equivocaré también, ahora?

Anoche estuvimos juntos largo rato en el Teatro Real. Hablóme de Augusta con un cierto respeto que me pareció afectado. No podía yo tirar de la lengua á semejante hombre, diciendo de mi prima alguna picardía capciosa para obtener una respuesta lúcida, y al elogiarla con calor, ponderando su rectitud moral y el cariño que tiene á su marido, parecióme que eran finamente irónicas las palabras con que Malibrán acogía mis alabanzas. Luego noté como que esquivaba aquella conversación, rebuscando otros temas de charla. Si me apuras, no puedo darte la razón de la antipatía que el diplomático me inspira. Quisiera se me presentase ocasión de tener un altercado con él; pero es tan correcto el maldito, que ni esa esperanza me queda. Le rompería la crisma, aunque después comprendiese que había hecho una inútil barbaridad. Para colmo de desventura, hoy al mediodía me le encontré en casa de Orozco, y allí almorzamos juntos. No me queda duda de que Augusta y él cambiaron algunas palabras, que no debían de ser cosa buena, cuando hablaban tan bajito. ¡Sabe Dios...! Adelante. En un rato que nos encontramos solos, me dijo mi prima: «Tomás está muy disgustado con una carta que ha recibido hoy.» Picada mi curiosidad, la interrogué y supe que la carta es de Joaquín Viera, el padre de Federico, y que en ella anuncia su llegada á Madrid para dentro de dos ó tres días. Has de saber, y no hago más que dar traslado de lo que me contó mi prima, que siempre que se aparece en Madrid ese pájaro de mal agüero, trae estudiado algún plan de sablazo en grande escala para atacar con él á los que tuvieron la desgracia de ser sus amigos. Orozco ha sido víctima varias veces de las combinaciones sutiles de aquel insigne tramposo, las cuales merecen más bien el nombre de estafas.

«Esto será—observé yo,—otro motivo de zozobra para el pobre Federico, á quien siempre he oído hablar de su padre con muy poco entusiasmo. Cada vez que viene á Madrid, le deja envuelto para mucho tiempo en una atmósfera de escándalo y vergüenza.»

Augusta manifestó propósitos de hacer los imposibles para precaver por todos los medios á su marido contra la malicia del que explota su extremada bondad. Orozco tiene con él increíbles debilidades, y no le trata nunca con el desprecio que merece; suele ceder á sus malvadas exigencias, por lástima sin duda, en memoria quizás del gran afecto que los padres de ambos se tenían.

¿Qué te parece todo esto? Dirás que aquí se prepara algún enjuague. Pues lo mismo pienso yo. Y sábete que me han entrado ganas de conocer á ese celebérrimo espadista, que hace tantos años desapareció de aquí, y no viene sino contadas veces y por corto tiempo, con el temido alfanje en la mano. Pues hoy, hablando de esto con Augusta y Orozco, dijéronme que Viera senior es hombre de trato seductor, capaz de embaucar con su labia á medio género humano. No se parece nada á su hijo, todo susceptibilidad, orgullo y delicadeza, esclavo del punto de honor y de las leyes de la respetabilidad aparente. Añadió Tomás que Joaquín vive hace tiempo del chantage, amenazando desde el extranjero, ó presentándose con alguna máquina ingeniosa de líos y enredos. Porque eso sí, es hombre de grandísimos recursos intelectuales, muy sabedor de negocios de todo género, y con una trastienda y una flexibilidad y una mónita que dan quince y raya al más pintado. Augusta no le puede ver, y se complace en aplicarle las terribles denominaciones de timador, tramposo, caballero de industria, etc... No comprende, y en esto nos hallamos todos de acuerdo, que de un padre tan sin paladar moral haya salido un hijo con la cualidad contraria, extremada hasta rayar en defecto.

Suspendo el trabajo, y continuaré mañana.

Continúo hoy 27. Si esta carta fuera un capítulo de novela, debería titularse ¡¡¡Ancora il Malibrán!!! así, con muchas admiraciones y su poquitín de italiano. Porque no he visto asiduidad más aterradora. Si veinte veces voy á casa de Orozco, veinte veces me le encuentro. Y por más que procuro chocar con él, no puedo conseguirlo. Le llevo la contraria en todo lo que habla. Digo mil barbaridades; sostengo que el arte italiano es un arte de filfa; que Rafael me parece un pintor de muestras; que Tiziano dibuja menos que el último alumno de la Academia; que el Mantegna puede pasar como chico aplicado (te advierto que yo no sé quién es el Mantegna), y que todos los pre-rafaelistas no son más que unos pintamonas. ¡Qué asuntos tan tontos, qué pobreza en la composición, qué falta de verdad!... En fin, chico, que yo mismo me río de lo bruto que soy ó que aparento ser. Pues aunque Augusta suele apoyarme con aquella monísima independencia de criterio que le hace tanta gracia, no consigo mi objeto. El otro me rebate con dulzura y benevolencia. Su exquisita educación pone una muralla infranqueable á mi odio insensato. Si charla con Orozco de política extranjera, le llevo la contraria con más furor. Me declaro rabioso parnellista: sostengo que Gladstone es un progresista de morrión; que el canciller de hierro está chocho y debe retirarse, dedicándose á la cría de aves de corral; que el Austria, mira que esto tiene gracia, es una nación que para nada sirve, y debe desaparecer, repartiéndosela Rusia, Alemania é Italia... en fin, no sigo para que no te rías de mí. Ni por esas: no me vale apoyar mis opiniones con terquedad, á ver si le sulfuro y me sale con alguna denegación provocativa. Pues como si hablara con la misma estatua de la prudencia. Á mi prima le dirige frases de una galantería refinada y madrigalesca, y bien claro veo cómo se esponja la muy hipócrita oyéndolas. Recordarás que en cierta ocasión me habló de él en términos muy desfavorables, diciéndome que era persona malévola y peligrosa... Farsa, hijo, pura farsa y disimulo para desorientarme.

Pues oye otra cosa. Por la noche, Malibrán daba las gracias á Orozco por haber atendido la recomendación que le hizo, en favor de no sé quién. Ya sabes que Tomás socorre con delicadeza á multitud de familias que han venido á menos. Pues bien: al oir las expresiones de gratitud del diplomático, noté que el semblante del grande hombre expresaba cierta contrariedad primero, y después verdadero disgusto. Malibrán sonreía bondadosamente, y no insistió. Como yo manifestara á mi prima, casi en el momento mismo, mi sorpresa por la actitud de Orozco, me dijo en un gracioso y largo aparte: «No seas cándido: tú no conoces á mi marido, como no le conoce tampoco ese majadero de Malibrán, que se las da de tan diplomático y tan Metternich. Á Tomás no le gusta que le alaben sus acciones benéficas, ni aun que le den gracias por ellas. Te lo advierto para tu gobierno. Cree que la generosidad y la caridad pierden su mérito con el bombo. ¿Sabes lo que á él le agrada? Te lo diré para que te pasmes. Lo que á él le hace feliz es el secreto absoluto de sus buenas acciones, y la ingratitud de los favorecidos. Te advierto esto porque como también tú le has recomendado á esa desgraciada viuda de Freire, si la favorece, no se te pase por la cabeza darle las gracias: lo mejor que puedes hacer es no hablar del asunto. ¿Á qué abres tanto la boca, tonto? Vosotros los que presumís de listos, no entendéis palotada de los secretos humanos. Tomás es un santo, lo que se llama un santo. ¿No lo has comprendido? ¿Pero crees tú, bobalicón, que no hay santos en esta época? Pues los hay, los hay, con sus levitas, sus fraques y sus chisteras, en vez de mitra, báculo y sayal. Esa serenidad suya, que le diferencia tanto de las demás personas, no se altera sino cuando le trompetean los beneficios; te pone tan nervioso, que, créelo, me causa inquietud. Con que ya sabes, y adviérteselo también á tu amigo le petit Talleyrand, para que no volváis á incurrir en la simpleza de mostraros agradecidos.»

Quedéme con esto como puedes suponer. Era un desconocido perfil de la figura de Orozco, mejor dicho, un golpe de luz, que resuelvo añadir sin pérdida de tiempo al retrato no concluído. ¿Y qué opinas tú de este aspecto de la persona del grande hombre? Te soy franco: no he acabado de entenderlo, y me parece que tú, por más que digas, no lo entenderás tampoco.

Share on Twitter Share on Facebook