XXVI

28 de Enero.

Pues ayer se me ocurrió, revolviendo en mi mente las palabras de Augusta, lo que vas á leer: «Malibrán no es. Si lo fuera, habría confianza entre ellos, y la pecadora no tendría que valerse de mí para advertir á su cómplice la inconveniencia de hacer al marido demostraciones de gratitud. Esto parece la pura lógica. Pero como la lógica, en cuestiones de amor, suele andar como Dios quiere, me doy á cavilar si no será todo una bien ensayada comedia para envolverme y confundirme más. Es mucho cuento esta señora Humanidad, querido Equis, y cada día vemos en ella cosas más raras é incomprensibles. Estoy sobre aviso, y sigo observando.»

Vamos á otra humana rareza. Ha llegado ese, la estrella con rabo. Llámole así, porque su aparición produce general terror. Le he visto, he hablado con él, hemos almorzado juntos, y puedo asegurarte que no he visto hombre más seductor y ameno. El podrá ser un pillo de siete suelas, y de fijo lo es cuando todo el mundo lo dice; pero á las primeras de cambio, da el pego al lucero del alba.

Con la presencia de su padre aquí y la barrabasada de su hermanita, está Federico inaguantable de mal humor é intolerancia. Por cierto que el papá no sólo se muestra indulgente con la chiquilla, sino complacidísimo de su resolución, y le da el permiso legal. No hay en él ni asomos de las ideas del hijo en punto á distinciones sociales y al decoro de los nombres. Se pasa de demócrata, y su despreocupación social, política y religiosa te parecería cinismo si no la revistiera, al expresarlas, de formas tan simpáticas. Por cierto que hijo y padre difieren tanto en lo espiritual como se asemejan en lo físico. Tan grande es el parecido entre uno y el otro, que les tomarías por hermanos; y hasta la diferencia de edad se amengua por estar Federico bastante envejecido y el otro rozagante, esponjado y hecho un pollo, como suele decirse. Pero entre los caracteres hay tal diferencia, que no cabe aproximación. Es de esas distancias de que no podemos dar idea ni aun llamándolas abismos.

Sé que hoy han celebrado una conferencia Orozco y Viera padre; pero nada pude traslucir, aunque almorcé en la casa esta mañana, y allí estaba cuando anunciaron al tramposo. Me parece, por lo que oí á mi prima y al mismo Tomás, que se trata de sablazo gordo, como los suele dar ese consumado tirador. Augusta indignadísima. Aunque de las pocas palabras que Orozco pronunció sobre este asunto, se desprende que abre la bolsa, no sé yo si el abrirla reservadamente para el pícaro que fué socio y compinche de su padre, entra también en la categoría de esas obras misericordiosas practicadas en secreto, y que no deben ser agradecidas. ¡Ah! por lo que hace al agradecimiento de ese bribón, que me lo claven en la frente. He podido colegir que Viera le ha presentado un antiguo crédito, obligación ó no sé qué de la célebre Humanitaria, y que hay dudas de si la tal obligación ha prescrito ó no legalmente. Veremos lo que resulta de esto.

Después de la visita del espadista, tenía Orozco la cara tan plácida, tan serena como siempre, y por ella no podía traslucirse que padeciese la más ligera agitación. Augusta, en cambio, parecía muy contrariada. ¿Será que no encuentre práctica ni conveniente, en los tiempos que corren, la santidad de su consorte? No lo sé. Algo más tengo que decirte; pero estoy muy cansado, chiquillo, porque... Vamos, te lo cuento si no lo dices á nadie. Estuve esta noche en casa de la Peri. No pongas el ceño de moralista empalagoso y cursi. Hemos ido á que nos echara las cartas. Á ver, ¿tiene eso algo de particular? ¿Pues no va uno á las cátedras del Ateneo y de la Universidad, con objeto de instruirse? ¿Y acaso en estos templos de la sabiduría se encuentran unas chicas tan guapetonas como las que esta noche había en casa de Leonor? Amado Teótimo, todo es aprender, observar y cursar la difícil carrera de la vida; y eso de que vaya uno todas las noches á oir discutir sobre la Organización de los Poderes públicos, ó sobre lo que pasó en la época merovingia, empacha, créelo, empacha y embrutece. Es preciso echar una cana al aire, sobre todo antes de tenerlas... Con que, abur, que me voy al catre.

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