XXVII

30 de Enero.

Gordas y frescas, amigo Equis. La hermana de Federico, la gran demócrata y revolucionaria, se casa con su querido hortera, realizando así el soñado ideal de la concordia de las clases, de la reconciliación del pasado con el presente, ¿Qué tal? Ahí tienes á la señora realidad haciendo muy calladita lo que escribís en vuestros libros y otros dicen en sus discursos. Yo te pregunto: ¿precede la idea al hecho, ó el hecho á la idea? Pero dejémonos de averiguaciones, y vete enterando de la realidad. El chico que ha venido á entroncar su humilde nombre con el de los Vieras y Gravelinas, pertenece á una de esas honradas familias mercantiles, oriundas del valle de Mena, la verdadera antesala de la calle de Postas. Le llaman Santanita, y es simpático, de cara inteligente, guapín, modesto. Ha ido á suplicarme que intercediera con el señor de Orozco para obtener la plaza de tenedor de libros en una casa de banca, y te aseguro que me interesó aquel humilde representante del estado llano, que se abre paso, á codazo limpio, entre la turbamulta social.

Por lo poco que hablé con él, me pareció uno de esos caracteres que, bajo la capita de modestia, ocultan una voluntad decidida para marchar impávidos hacia su objeto. Sabe arrimarse á los que pueden serle útiles; no pierde ripio, y olfatea donde guisan. La chica está depositada en casa de la viuda de Calvo (no la conoces, ni hace al caso), señora de campanillas, á quien el padre de Santanita sirvió de administrador, mayordomo ó no sé qué. Ha venido á menos, y vive de una pensión que le da Orozco. Ya sabe ese pillo de Santanita á qué árbol se arrima. Me ha dicho Tomás que no podía hacer nada por él; pero algo hará, tú lo has de ver. Ya voy conociendo las santas marrullerías de ese hombre sin segundo, que practica la hipocresía de la dureza de corazón. Todo su empeño está en que le tengan por insensible á las miserias y desdichas humanas. Pero lo que es á mí no me la da.

Bueno: quedamos en que el tal hortera es una diligente hormiga. Clotilde no podía aspirar á un Coburgo-Gotha, y cuando las cosas vienen rodadas, debemos tener por buenas las soluciones impuestas por el carácter nivelador de la época presente. ¿Qué tal? Estoy cargante hoy. Pues te diré: más lo está Federico, obcecado hasta el punto de asegurar que preferiría ver á su hermana muerta á verla casada con el pobre Santanita. Es que nuestro amigo lleva á todas las cosas el ardor del sectario, y es inútil intentar persuadirle. Ve el mundo por cristales muy subjetivos, y lo que para nosotros es natural, á él le parece monstruoso. La pavorosa estrella con rabo se marcha para otros mundos, cumplido al parecer el objeto de su aparición en éste; pero ignoro la verdad de lo ocurrido entre él y Orozco. En el rostro de éste no he podido leer nada; pero el de Viera resplandece con esa luz particular que encienden en nuestros ojos los triunfos de la voluntad. No me queda duda de que ha obtenido todo ó parte de lo que solicitaba. Augusta debe de saberlo; pero no se clarea, y cuantos esfuerzos hago para meter la nariz en este secretillo han sido inútiles. Pero hoy ha ocurrido algo que aumenta mi confusión, pues no sé cómo relacionarlo con los demás hechos conocidos para sacar la deseada luz.

Pues verás: anoche me dijo Orozco que no dejase de ir hoy á almorzar, que tenía que hablarme. Figúrate si me apresuraría yo á ir. ¡Qué mañana tan deliciosa! Augusta amabilísima conmigo, como no lo ha estado nunca, muy alegre, y despidiendo chispas de gracia de aquella boca infernal... digo, celestial. He dicho infernal porque si no se la hizo el diablo, como una trampa para coger almas, no entiendo yo quién diablos se la pudo hacer. Tomás, como siempre, reflexivo y cariñoso, revelando esa quietud serena de las almas superiores, que han encontrado el suelo firme y se sienten bien plantadas en él. Por dicha mía, no almorzó allí ningún extraño más que yo. Ni siquiera estaba Calderón, que nos habría mareado lindamente contándonos alguna nueva versión del crimen. No se habló más que del bodorrio de Clotilde, de Santanita y de lo vividorcillo que es. Augusta censuró acerbamente á Federico por su disconformidad con las ideas dominantes en el mundo, su apego al antiguo y ya desacreditado prestigio de los nombres y de las clases. Orozco le disculpaba, asegurando que las ideas y el sentir de las cosas, acumulándose en nuestra vida durante los años que empalman la juventud con la edad madura, forman un conglomerado de tal dureza, que es tontería pensar que ha de ceder ante las ideas y el sentir de los demás. Si Federico es así, no podemos nada contra él, y sólo conviene procurar que el bien se realice, respetando las ideas y aun las preocupaciones de cada cual.

Esto llevó la conversación al terreno en que nuestro buen amigo quería ponerla; y como yo notase en él cierto embarazo para abordar el asunto, le ayudé, y pude sacar en limpio lo siguiente: Orozco desea mi intervención para que Federico se decida á aceptar de él un beneficio, que no ha expresado todavía en forma concreta. La dificultad principal que surge es el carácter puntilloso de Viera, y su resistencia, no sólo á admitir cierta clase de favores, sino á declarar su pobreza y angustiosa manera de vivir. Para vencer esta dificultad es para lo que se recurre á mí, esperando que con diplomacia consiga yo doblegar el inflexible tesón de nuestro amigo. Orozco no ha hecho más que apuntar su idea, esforzándose en quitar valor á la generosidad que envuelve; y por lo que he podido entender, no se trata aquí de un donativo, que sólo serviría para apuntalar pasajeramente un presupuesto en ruínas: trátase de asegurar al favorecido un modo de vivir que le libre para siempre del molesto enjambre de usureros é ingleses, y le aparte de las salas del crimen... ¿Vas entendiendo?

Y ahora te pregunto tu parecer sobre caso tan extraño de protección, y sobre el intríngulis que esto pueda tener. Preveo que tu opinión es que en el caso referido no hay ni puede haber más que lo aparente; un acto de generosidad, digno del alma elevadísima de mi amigo. Perfectamente. ¿Pero no se te ocurre enlazarlo con otra cosa? ¿Me entiendes, tonto? ¿No se te ocurre, como se me ha ocurrido á mí, buscar un hilo entre la intención cristiana del grande hombre y el objeto de ella, y seguir ese hilo cuidadosamente hasta descubrir que se enreda en la blanca mano astuta de una mujer? ¿No has pensado que el plan de Orozco pueda ser más sugerido que espontáneo? ¿No se te pasa por la cabeza que el conocimiento de dicho plan y de su determinación inicial podría darme la llave del arca en que se guarda el secreto que busco? ¿Crees tú que no hay tal relación? ¡Cuánto me alegraría de que me contestaras de una manera categórica!

Pero no me contestarás, porque no es posible sentenciar desde lejos un pleito tan obscuro y delicado. Dirás que esta sospecha mía nace de la mezquindad de sentimientos propia de la época, de la mala costumbre de señalar en todo hecho grandemente generoso móviles bajos. No: yo miro la acción por el lado de Orozco nada más, y admito que es un rasgo admirable; no quiero ver el consabido hilo; no quiero ver más que el acto noble y altamente cristiano, pues aunque existiera el móvil sugestivo que es objeto de mi inquietud, no por eso valdría moralmente menos el acto en cuestión. También en nuestra edad, dígase lo que se quiera, hay ejemplos de estupenda virtud, no inferiores á los de antaño. Eso de que ahora no se dan santos, es una tontería. No habrá martirios en el orden material; no habrá aquellas penitencias rudas, brutales y calagurritanas; pero hay exaltación de las almas, hay fiebres de virtud, secretos entusiasmos por el bien, y sacrificios quizás mayores que los de otros tiempos, porque en los nuestros hay más materia que sacrificar.

Excuso decirte que aquella conferencia trastornó mis ideas, llevándome á decir con toda seguridad: «Malibrán no es.» Y si al pronto me fijé de nuevo en Federico, no he seguido afirmándolo, y me concreto á preguntármelo á todas horas del día y de la noche. «¿Será ese? Y si es, ¡con qué donosa perfidia me engaña! ¡No le perdono la doblez, no se la perdono!» Por cierto que hace diez días que no he hablado con él, ni he podido encontrarle en los sitios á donde habitualmente va. Esta noche me han dicho que le vieron en el Teatro Real en el palco de Augusta. Yo no le ví.

31 de Enero.—Anoche no pude concluir ésta porque me acometió Morfeo, y no tuve más remedio que echarme en sus brazos. Te la mando hoy con esta postdata que no deja de tener miga. Pues verás: hoy me ha hablado Villalonga con cierto misterio de unas palabras malignas dichas por Malibrán en casa de la Peri, en una cena que allí celebraron anoche. La cosa es grave. El petit Talleyrand se permitió algo más que esas reticencias que inspira el champagne, y de las cuales ninguna reputación está libre. Ya adivinarás que las chinitas iban contra mi prima. Pues dijo, como quien no dice nada, que había descubierto la madriguera donde la muy hipócrita tiene su amoroso refugio. Lo más indigno es que de algunos días á esta parte ha dado en pegarse á Orozco y en adularle bajamente, y mañana se van juntos á las Charcas (el monte que Tomás posee más allá de las Zorreras) á cazar un par de días... ¡Figúrate cómo me habré puesto yo, con las ganas que le tengo á ese...! Mi primer impulso fué ir en su busca, pedirle explicaciones, pegarme con él si no me las daba... Pero lo he pensado mejor, y me guardo para otra ocasión las ganas de pelea. ¿No es verdad, amigo mío, que tú me aconsejas no hacer el paladín? Si eso lo hubiera dicho Malibrán delante de mí, pase que yo... Pero más vale que no haya sido en mi presencia, porque así me veo libre de disgustos y de la ridiculez que acompaña siempre al paladinismo. Tengo un humor de mil demonios.

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