XXVIII

3 de Febrero.

Querido Equis: no sé lo que me pasa ni cómo puedo escribirte, ni si entenderás estos garabatos. Mi mano no acierta á trazar las letras. La sorpresa, el pavor de esta misteriosa tragedia han desquiciado la máquina toda, y no sé lo que hago ni lo que digo, ni aun lo que siento. No te escribo para darte la tremenda noticia, que ya sabrás por los periódicos (hoy no se habla de otra cosa en Madrid). Te escribo para que no te inquietes, juzgando que podría tocarme alguna parte en las complicaciones de este asunto... No me toca más que el horror de que estoy poseído, la confusión espantosa que me acongoja más que el horror mismo... Ayer al mediodía, hallándome en la cama, sentí que me despertaban, sacudiéndome un brazo. Era Calderón: le miré entre dormido y despierto... Figúrate el efecto que harían en mí estas palabras que me dijo: «Levántate... ¿no sabes lo que pasa?... ¡Federico Viera asesinado!... ¡Su cuerpo encontrado hoy en un muladar, allá, no sé dónde!... Levántate.»

Creí soñar... Me revolví contra Calderón... Bromas pesadas... creí que eran bromas. Su cara consternada me hizo estremecer... Él me iba echando la ropa encima de la cama para que me vistiera. Yo me volví estúpido... No podía creer tamaña atrocidad... ¡Asesinado! ¿Y por quién? Es lo primero que se ocurre. Calderón me dijo: ¿Por quién? La justicia lo averiguará... ¡Pobre muchacho!... todo el cuerpo lleno de balazos y cuchilladas...» Levantéme temblando, la garganta oprimida, sin poder hablar... «¿Dónde?—¡Allá!...» ¡Valiente información! ¡allá! «Le han llevado al Depósito—añadió Calderón.—El juez amigo mío no conocía al muerto; pero, por algo que se halló en su cartera, se supo su nombre. Me avisaron... Le reconocí. Miedo horrible, querido Manolo. El juez quiere identificación en regla. Vamos tú y yo... La hermana no lo sabe. Vamos.»

Todo se me volvía preguntar: «¿Pero quién le ha matado?...—Vete á saber... lances del juego quizás... amores... venganza... Vete á saber. Misterio. Yo no lo entiendo... Vamos. ¡Qué trance!» El pobre Calderón estaba como trastornado. Yo más aún. Salimos, tomamos un coche, fuimos allá... Antes pasamos por el Juzgado de guardia: se nos unió un médico forense. ¡Qué día, Equis! Si mil años viviera, creo que no podría olvidar las emociones espantosas de ayer, la pavura que llenaba mi ánimo... Hoy me es imposible referírtelas: diría mil disparates, no acertaría á expresar cosa alguna con claridad... Si te escribo hoy es para que te tranquilices con respecto á mí. Estoy abrumado de pena y horror; pero nada más. Mañana, si logro tranquilizarme, te contaré todo... ¡Ay! presumo que habrá materia larga, más larga de lo que convendría. Necesito descanso. En veinticuatro horas no he podido pasar bocado; sólo he tomado café y más café... Dormir, imposible. Aguarda un día para que te entere de lo que he visto y sentido... no de la verdad, que ignoramos. Estamos todos en completa obscuridad respecto al tremendo suceso. Adiós.

Share on Twitter Share on Facebook