XXXIV

12 de Febrero.

Prepárate para oir las versiones del drama ocurrido en el solar del polvorista, que así, según supe después, se llama el sitio donde apareció muerto nuestro amigo. No te cuento todo lo que la fantasía popular nos regala, porque sería tarea interminable; te doy sólo las variantes que más aceptación tienen en los corrillos chismográficos, algunas corriendo con el crédito que le dan labios de reconocida autoridad en el arte de la maledicencia; otras desacreditadas, pero no por eso mal recibidas. La primera que te endilgaré es la que oí en la Peña de los Ingenieros, y se funda en datos suministrados por aquel viejo zorro de quien te hablé en una de mis cartas, ¿no te acuerdas? el que me aseguró haber visto salir á Augusta de cierta casa en la cual no debía de entrar con buenos fines. Roguéle me dijese cuanto supiera, y por fin me designó la casa, aunque no podía hacerlo del piso. Es una de las del paseo de Santa Engracia, próxima al solar del polvorista. Del portal al vertedero, habrá unos sesenta pasos míos. Esta mañana hice mis pruebas topográficas sobre el terreno; pero te advierto que estas pesquisas son para mi uso particular, pues la primera condición que me puso el señor aquél para clarearse conmigo, fué que no había de llevar ningún dato á las diligencias judiciales.

Vale más que te dé un breve extracto de sus propias palabras: «Mire usted, amiguito, yo no quiero meterme en líos, ni delatar á nadie. Si se tratara de un asesinato por robo, yo sería el primero en ayudar á la justicia con los indicios que tengo; pero en una desgracia ocasionada por amores clandestinos; en una tragedia íntima, de éstas cuyos factores son la pasión, los celos, el sentimiento exaltado de la dignidad y el honor, creo yo que no debe intervenir la acción de los ciudadanos. Por tanto, las noticias de la casa, que para mí son de una autenticidad incontestable, porque no una, sino varias veces he visto entrar en ella á esa señora y á su amante (que de Dios goce), se las comunico á usted para que se vaya ilustrando; pero ello ha de quedar entre nosotros, porque si usted tiene la debilidad de llevar este dato al juez, y el juez me llama, negaré yo la referencia y le dejaré á usted por mentiroso. Hablando en plata: creo que el poder judicial hace bien en no apurar la investigación de estos asuntos de amor y celos, porque las querellas y zaragatas por la posesión de una hembra, están, como el duelo, por cima de las leyes, dígase lo que se quiera. No extrañe usted que, cuando ocurre un caso como el de su amigo, sobre todo si el muerto pertenece á las clases principales, resulte que es suicida por lances de juego ó por arrebato de locura. Bien sé que la solución no satisface á la justicia estricta; pero me parece que el camino derecho produciría mayores males, por aquello de summum jus summa injuria

Dióme qué pensar la opinión de aquel sujeto, que reforzaba sus argumentos con sus canas, pues bien se le conoce que es hombre de consumada pericia y de erudición enciclopédica en todos los ramos de fragilidades humanas. Respecto al hecho, lo reconstruye de este modo: «Orozco tuvo noticia de la infidelidad de su mujer y del lugar donde podría comprobarlo por sus propios ojos. Presentóse allí en la noche del primero de Febrero.» Le interrumpí para hacerle ver que esto era imposible por hallarse Tomás en las Charcas; y él, echándose á reir, me dijo: «No sea usted inocente. Las coartadas se preparan con habilidad cuando se tiene empeño en ello, y lo que ha habido es el recurso vulgarísimo de fingir un viaje, despidiéndose y quedándose. Para mí, Orozco les sorprendió y no tuvo valor para matar á su mujer. Hirió al infeliz Viera, disparándole á quemarropa. Esta primera herida es la del costado, mortal, aunque no inmediatamente. El herido pudo huir. Acosado por el agresor, y cuando ya estaba caído y exánime, recibió el segundo balazo, el de la cabeza, con el cual quedó rematado.»

El aspecto de verosimilitud de esta hipótesis no ganaba mi ánimo, lleno de dudas acerca de la participación de Orozco. Cierto que por grandes que sean la virtud de un hombre, su prudencia y suavidad de costumbres en los actos corrientes de la vida, no podemos responder de que ese mismo hombre, movido de los celos y hostigado por el mayor ultraje que á su dignidad puede inferirse, no se transforme de pacífico en vengador. El conocimiento del carácter de una persona nos puede dar la norma de su proceder probable en todas las situaciones sociales, menos en aquéllas que se derivan de la pasión amorosa, los celos ó el honor. Tratándose de la situación creada á un hombre por estos grandes móviles, no podemos responder de que sus actos se contengan en un límite fácil de trazar. Se vuelve fiera irresponsable, y todas las prendas que constituían su personalidad en la vida ordinaria, se eclipsan y se desvirtúan. Pues á pesar de esto, y de la posibilidad de la exaltación homicida de Orozco, yo no entro con ella. Mi entendimiento la repugna. Qué quieres que te diga: no veo, no puedo ver á Orozco, revólver en mano, persiguiendo á su enemigo. Ello podrá ser: pero yo no sé reproducir el acto en mi mente, no acierto á figurarme la cara ni la actitud trágica de un hombre á quien he visto ayer mismo ostentando una serenidad y un reposo de ánimo que... vamos, que no pueden en manera alguna ser obra de la hipocresía, y sostengo que no hay histrionismo en grado tal de perfección.

En la misma Peña corría otra variante, en la cual Orozco no figura sino como impulsor del crimen, por medio de un asesinato mercenario. Este esperó á Federico cuando salía, y pim, pam. El principal sostenedor de esta historieta asegura que un amigo suyo, al pasar á las nueve de la noche por la bocacalle que da ingreso al vertedero, vió á un hombre de mala traza, y que á las diez le volvió á ver. Esto del matador pagado me parece todavía menos aceptable. Que Orozco matara, puede ser, aunque yo no siento el acto, ¿me entiendes?, no hay en mi ánimo ese movimiento íntimo de fe que nos lleva á la convicción. Pero lo de comprar un asesino me parece contrario á toda lógica. Orozco no es capaz de eso.

Completaré estas noticias diciéndote que he tratado de hacer hoy, en la que llamaremos casa del crimen, algunas indagaciones. La casa, que es de construcción reciente, no tiene más que dos pisos, bajo y principal, y dos cuartos en cada uno de ellos. El principal de la izquierda y el bajo de la derecha están con papeles. Me inclino á creer que el bajo izquierda es el lugar nefando. Interrogo á los porteros; pero no he visto gente más discreta. Les ofrezco gratificación; les hago comprender que no soy de la curia, que no se les seguirá perjuicio por las revelaciones que me hagan, y nada. Tranquilos y confiados, ni aceptan mis dádivas, ni me dan ninguna luz. Ó son inocentes, ó están vendidos ya. Me inclino á creer esto último. Enseñáronme los dos cuartos vacíos, en los cuales todo indica que no han sido habitados aún. En el principal vive un procurador, con señora y la mar de chiquillos; en el bajo de la izquierda, objeto de mis sospechas, hay un almacén ó taller de muebles, de éstos que se anuncian en Madrid como almonedas. Entré; no se podía dar un paso, porque todo está obstruido con sillerías en blanco, butacas apiladas, sofás patas arriba. En el centro de la sala, llena de mil trebejos, y donde se masca el polvo del pelote y se le enredan á uno los pies en las sartas de muelles de acero, dos hombres trabajan en tapicería. La mujer que me enseñó el establecimiento, y á quien intenté hacer cantar ofreciéndole con habilidad buena recompensa, se ofendió de mis insinuaciones. Su altanería desdeñosa me pareció sincera ó muy bien fingida. Á pesar de tantas señales contrarias á mi idea, no sé por qué insisto en pensar que aquellas paredes encerraron lo que yo presumo y Dios sabe.

Por lo demás, como adquisición de conocimientos reales sobre este problema, no he adelantado nada. La obscuridad es mayor cada día, el vértigo crece, la razón se apaga, y si de ésta no me vuelvo loco, creo que tengo asegurada mi cordura por todo el resto de mis días.

Hasta mañana, y dime algo, ilumíname. Á veces el que está lejos de los acontecimientos ve más y mejor que el que los toca con sus narices. Dime cuanto se te ocurra, que por disparatado que sea, no ha de llegar á las gárrulas novelas que se forjan aquí. Adiós.

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