XXXIV

Pecho á los escalones, y otra vez al piso segundo, á la oficina de Pantoja. Cuando entró, Guillén, Espinosa y otros badulaques estaban muy divertidos viendo las aleluyas que el primero había compuesto, una serie de dibujillos de mala muerte, con sus pareados al pie, ramplones, groseros y de mediano chiste, comprendiendo la historia completa de Villaamil desde su nacimiento hasta su muerte. Argüelles, que no veía con buenos ojos las groseras bromas de Guillén, se apartaba del corrillo para atender á su trabajo. Rezaba la aleluya que el Sr. de Miau había nacido en Coria, garrafal dislate histórico, pues vió la luz en tierra de Burgos; que desde el vientre de su madre pretendía, y que el ombligo se lo ataron con balduque. Entre otras particularidades, decía la ilustrada crónica, con dudosa gramática: En vez de faja y pañales,—le envuelven en credenciales; y más adelante: Pide teta con afán,—y un Presupuesto le dan. Luego, cuando el digno funcionario llega á la mayor edad, Henchido de amor sin tasa,—con Zapaquilda se casa; y á poco de estrenada la vida matrimonial empiezan los apuros. El desmantelado hogar de Villaamil se caracteriza en este elegante dístico: Cuando faltan patacones,—se dan á cazar ratones... Pero en lo que el inspirado coplero explaya su numen, es en la pintura de los sublimes trabajos villaamilescos: Modelo de asiduidaz,—inventa el INCOME TAZ... Al Ministro le presenta—sus planes sobre la renta... El Jefe, al ver el INCOMIO,—me le manda á un manicomio. Por fin le arroja el poeta estas flores: Su existencia miserable—la sostiene con el sable; y por aquí seguía hasta suponer el glorioso tránsito del héroe: Le dan al fin la ración,—y muere del alegrón... Los gatos, cuando se mueren,—dicen todos: Miserere...»

Al ver á Villaamil escondieron el nefando pliego, pero con hilaridad mal reprimida denunciaban la broma que traían y su objeto. Ya otras veces el infeliz cesante pudo notar que su presencia en la oficina (faltando de ella Pantoja) producía un recrudecimiento en la sempiterna chacota de aquellos holgazanes. Las reticencias, las frases ilustradas con morisquetas al verle entrar, la cómica seriedad de los saludos le revelaron aquel día que su persona y quizás su desventura motivaban impertinentes chanzas, y esta certidumbre le llegó al alma. El enredijo de ideas que se había iniciado en su mente, y la irritación producida en su ánimo por tantas tribulaciones, encalabrinaban su amor propio; su carácter se agriaba; la ingénita mansedumbre trocábase en displicencia y el temple pacífico en susceptibilidad camorrista.

—Á ver, á ver—gruñó, acercándose al grupo con muy mal gesto.—Me parece que se ocupaban ustedes de mí... ¿Qué papelotes son esos que guarda Guillén?... Señores, hablemos claro. Si alguno de ustedes tiene que decirme algo, dígamelo en mis barbas. Francamente, en toda la casa noto que se urde contra mí una conjuración de calumnias; se trata de ponerme en ridículo, de indisponerme con los jefes, de presentarme al señor Ministro como un hombre grotesco, como un... ¡Y he de saber quién es el canalla, quién...! ¡Maldita sea su alma! (terciándose la capa, y pegando fuerte puñetazo en la mesa más próxima).

Quedáronse todos fríos y mudos, porque no esperaban en Villaamil aquel rasgo de dignidad. El caballero de Felipe IV fué el primero que se explicó aquel súbito cambio de temperamento, por un desequilibrio mental. Además de que odiaba profundamente á Guillén, sentía lástima de su amigo, y echándole el brazo por encima del hombro, le rogó que se tranquilizara, añadiendo que donde él estuviera, nadie osaría zaherir á persona tan respetable. Mas no se calmaba Villaamil con estas razones, porque vió al maldito Guillén aguantando la risa con la cara pegada al pupitre, y en un arrebato de cólera se fué á él, y con ahogada y trémula voz le dijo:

—Sepa usted, cojitranco de los infiernos, que de mí no se ríe nadie... Ya sé, ya sé que ha hecho usted unos estúpidos versos y unos mamarrachos ridiculizándome. En Aduanas he oído que si yo propuse ó no propuse al Ministro el income tax... y si me mandó ó no me mandó á un manicomio.

—¿Yo?... D. Ramón... ¡qué cosas tiene!—replicó Guillén cortado y cobarde.—Yo no he hecho las aleluyas; las hizo Pez Cortázar, el de Propiedades, y Urbano Cucúrbitas es el que las ha enseñado por ahí.

—Pues hágalas quien las hiciere, el autor de esa porquería es un marrano que debiera estar en un cubil. Me ultrajan porque me ven caído. ¿Es eso de caballeros? Á ver, respóndanme. ¿Es eso de personas regulares?

El santo varón giró sobre sí mismo, y se sentó, quebrantadísimo de aquel esfuerzo que acababa de hacer. Siguió murmurando, como si hablara á solas: «Es que por todos los medios se proponen acabar conmigo, desautorizarme, para que el Ministro me tenga por un ente, por un visionario, por un idiota».

Exhalando suspiros hondísimos, encajó la quijada en el pecho y así estuvo más de un cuarto de hora sin pronunciar palabra. Los demás callaban, mirándose de reojo, serios, quizás compadecidos, y durante un rato no se oyó en la oficina más que el rasgueo de la pluma de Argüelles. De pronto, el chillar de las botas de Pantoja anunció la aproximación de este personaje. Todos afectaron atender á la faena, y el jefe de la sección entró con las manos cargadas de papeles. Villaamil no alzó la cabeza para mirar á su amigo ni parecía enterarse de su presencia.

—Ramón—dijo Pantoja en afectuoso tono, llamándolo desde su asiento.—Ramón... pero Ramón... ¿qué es eso?

Y por fin el amigo, dando otro suspirazo como quien despierta de un sueño, se levantó y fué hacia la mesa con paso claudicante.

—Pero no te pongas así—le dijo D. Ventura quitando legajos de la silla próxima para que el otro se sentara.—Pareces un chiquillo. En todas las oficinas hablan de ti, como de una persona que empieza á pasearse por los cerros de Úbeda... Es preciso que te moderes, y sobre todo (amoscándose un poco), es preciso que cuando se hable de planes de Hacienda y de la confección de los nuevos Presupuestos, no salgas con la patochada del income tax... Eso está muy bueno para artículos de periódico (con desprecio), ó para soltarlo en la mesa del café, delante de cuatro tontos perdularios, de esos que arreglan con saliva el presupuesto de un país y no pagan al sastre ni á la patrona. Tú eres hombre serio y no puedes sostener que nuestro sistema tributario, fruto de la experiencia...

Levantóse Villaamil como si en la silla hubiera surgido agudísimo punzón, y este movimiento brusco cortó la frase de Pantoja, que sin dada iba á rematarla en estilo administrativo, más propio de la Gaceta que de humana boca. Quedóse el buen Jefe de sección archipasmado al ver que la faz de su amigo expresaba frenética ira, que la mandíbula le temblaba, que los ojos despedían fuego; y subió de punto el pasmo al oir estas airadas expresiones:

—Pues yo te sostengo... sí, por encima de la cabeza de Cristo lo sostengo... que mantener el actual sistema es de jumentos rutinarios... y digo más, de chanchulleros y tramposos... Porque se necesita tener un dedo de telarañas en los sesos para no reconocer y proclamar que el income tax, impuesto sobre la renta ó como quiera llamársele, es lo único racional y filosófico en el orden contributivo... y digo más: digo que todos los que me oyen son un atajo de ignorantes, empezando por ti, y que sois la calamidad, la polilla, la ruina de esta casa y la filoxera del país, pues le estáis royendo y devorando la cepa, majaderos mil veces. Y esto se lo digo al Ministro si me apura, porque yo no quiero credenciales, ni colocación, ni derechos pasivos, ni nada; no quiero más que la verdad por delante, la buena administración, y conciliar... compaginar... armonizar (golpeando los dos dedos índices uno contra otro) los intereses del Estado con los del contribuyente. Y el mastuerzo, canalla, que diga que yo quiero destinos, se verá conmigo de hombre á hombre, aquí ó en mitad de la calle, junto al Dos de Mayo, ó en la pradera del Canal, á media noche, sin testigos... (dando terribles gritos, que atrajeron á los empleados de la oficina inmediata). Claro, me toman por un mandria porque no me conocen, porque no me han visto defendiendo la ley y la justicia contra los infames que en esta casa la atropellan. Yo no vengo aquí á mendigar una cochina credencial que desprecio; yo me paso por las narices á toda la casa, y á vosotros, y al Director, y al Jefe del Personal, y al Ministro; ¡yo no pido más que orden, moralidad, economía...!

Revolvió los ojos á una parte y otra, y viéndose rodeado de tantas caras, alzó los brazos como si exhortara á una muchedumbre sediciosa, y lanzó un alarido salvaje gritando: «¡Vivan los presupuestos nivelados!»

Salió de la oficina, arrastrando la capa y dando traspiés. El buen Pantoja, rascándose con el gorro, le siguió con mirada compasiva, mostrando sincera aflicción. «Señores—dijo á los suyos y á los extraños, agrupados allí por la curiosidad,—pidamos á Dios por nuestro pobre amigo, que ha perdido la razón».

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