A su regreso a Utica se encontró con cartas de Sila en que le prevenía que despachara el resto, del ejército y con una sola legión esperara allí al pretor, que iba a sucederle. No dejó de causarle novedad semejante orden, y se desazonó con ella interiormente; el ejército, por su parte, se disgustó muy a las claras, y rogándoles Pompeyo que marchasen, prorrumpieron en expresiones ofensivas contra Sila, y a aquel le dijeron que de ningún modo le abandonarían y permitirían que se confiase de un tirano. Procuró Pompeyo al principio sosegarlos y tranquilizarlos; pero cuando vio que no se aquietaban bajó de la tribuna y quiso retirarse a su tienda desconsolado y lloroso; pero ellos, conteniéndole, le volvieron a colocar en la tribuna, y se perdió gran parte del día pi- diéndole los soldados que permaneciera y los mandase, y rogándoles él que obedecieran y no se sublevasen; hasta que, instándole y gritándole todavía, les juró que se daría muerte si continuaban en hacerle violencia, y aun así con dificultad los aquietó. El primer aviso que tuvo Sila fue de haberse sublevado Pompeyo, y dijo a sus amigos: “Está visto que es hado mío, siendo viejo, tener que lidiar lides de mozos”, aludiendo a Mario, que, siendo muy joven, le dio mucho en que entender y puso en gravísimos riesgos. Mas cuando supo la verdad, y observó que todos recibían y acompañaban a Pompeyo con demostraciones de amor y benevolencia, corriendo a obsequiarle se propuso excederlos. Salió, pues, a recibirle, y, abrazándole con la mayor fineza, le llamó Magno en voz alta, y dio orden a los que allí se hallaban de que le saludaran de la misma manera; y magno quiere decir grande. Otros son de sentir que esta salutación le fue dada la primera vez por el ejército en el África, y que adquirió mayor fuerza y consistencia confirmada por Sila. Como quiera, él fue el último que al cabo de mucho tiempo, cuando fue enviado de procónsul a España contra Sertorio, empezó a darse en las cartas y en los edictos la denominación de Pompeyo Magno, porque ya no era odiosa, a causa de estar muy admitida en el uso, y más bien son de apreciar y admirar los antiguos Romanos, que condecoraban con estos títulos y sobrenombres no sólo los ilustres hechos de armas, sino también las acciones y virtudes políticas, habiendo sido el mismo pueblo el que dio a dos el nombre de Máximos, que quiere decir muy grande: a Valerio, por su reconciliación con el Senado, que estaba en oposición con él, y a Fabio Rulo, porque, ejerciendo la censura, a algu- nos ricos que siendo de condición libertina se habían hecho inscribir en el Senado los arrojó ignominiosamente de él.