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Consumíase Sila viendo hasta qué punto de gloria y de poder subía Pompeyo; pero no atreviéndose por pundonor a estorbarlo, se mantuvo en reposo. Sólo hizo excepción cuando por fuerza y contra su voluntad promovió Pompeyo al Consulado a Lépido, trabajando por él en los comicios y ganándole por su grande influjo el favor del pueblo; porque entonces, viendo Sila que se retiraba de la plaza con grande acompañamiento, “Observo- le dijo- ¡oh joven! que vas muy contento con la victoria; ¿y cómo no con la grande y gloriosa hazaña de haber hecho designar cónsul antes de Cátulo, el mejor de los hombres, a Lépido, el más malo? Pero cuidado no te duermas y dejes de estar solícito sobre los negocios, porque te has preparado un rival más fuerte que tú”. Pero donde más principalmente declaró Sila que no estaba bien con Pompeyo fue en el testamento que otorgó: porque haciendo mandas a los demás amigos y nombrándolos tutores de su hijo, ninguna mención hizo de Pompeyo. Llevólo éste, sin embargo, con gran moderación y política; tanto que, habiéndose opuesto Lépido y algunos otros a que el cadáver se sepultara en el Campo Marcio y a que la pompa se hiciera en público, tomó el negocio de su cuenta y concilió al entierro gloria y seguridad al mismo tiempo.

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