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No bien había fallecido Sila, cuando se vio cumplida aquella profecía porque queriendo Lépido subrogarse en su autoridad, al punto, sin andar en rodeos ni buscar pretextos, echó mano a las armas, poniendo en movimiento y acción los restos corrompidos de las turbaciones pasadas, que habían escapado de las manos de Sila. Su colega Cátulo, a quien estaba unido lo más justo y lo más sano del Senado y del pueblo, en opinión de prudencia y de justicia era entonces el mayor de los Romanos, pero parecía más propio para el mando político que para el mando militar. Reclamando, pues, los negocios mismos la mano de Pompeyo, no dudó por largo tiempo adónde se aplicaría, sino que se declaró por los hombres de probidad y se le nombró general contra Lépido; éste ya había puesto a sus órdenes gran parte de la Italia y se había apoderado de la Galia Cisalpina por medio del ejército de Bruto. En todos los demás puntos venció fácilmente Pompeyo luego que marchó con sus tropas; pero en Módena de la Galia se detuvo al frente de Bruto largo tiempo, durante el cual, cayendo Lépido sobre Roma, y acampándose a sus puertas, pedía el segundo consulado, infundiendo terror con un gran tropel de gente a los ciudadanos que estaban dentro; mas disipó este miedo una carta de Pompeyo, de la que aparecía que sin batalla había acabado la guerra, porque Bruto, o entregando él mismo su ejército, o habiéndole hecho éste traición, mudó de partido, puso su persona a disposición de Pompeyo, y con escolta que se le dio de caballería se retiró a una aldea, orillas del Po, donde sin mediar más que un día se le quitó la vida, habiendo Pompeyo enviado allá a Geminio. Acerca de esto se hacían grandes cargos a Pompeyo, pues habiendo escrito al Senado, inmediatamente después de la mudanza de Bruto, en términos de significar que éste voluntariamente se le había pasado, envió después otra carta, en la que, verificada ya la muerte de Bruto, le acusaba. Hijo era de éste el otro Bruto que con Casio dio muerte a César, varón del todo semejante al padre en cuanto a saber hacer la guerra y saber morir, como lo decimos en su Vida. Lépido, de resultas, huyó sin detención de la Italia, retirándose a Cerdeña, donde enfermó y murió de pesadumbre, no por el estado de los negocios, según dicen, sino por haber dado con un billete, por el que se enteró de cierta infidelidad de su mujer.

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