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Justamente lo manifestaron bien pronto los hechos, porque, poniendo edictos por todas partes, convocaba a los soldados y llamaba ante sí a los poderosos y a los reyes que estaban en la obediencia del imperio romano, y, recorriendo la provincia no dejó en su lugar nada de lo dispuesto por Luculo, sino que alzó el castigo a muchos, revocó donaciones y, en una palabra, hizo, por espíritu de contradicción, cuanto había que hacer para demostrar a los que miraban con aprecio a Luculo que de nada absolutamente era dueño. Quejósele éste por medio de sus amigos, y habiendo convenido en verse y conferenciar, se vieron, efectivamente, en la Galacia. Como era conveniente a tan grandes generales, que tan grandes victorias habían alcanzado, los lictores de uno y otro se presentaron con las fasces coronadas de laurel; pero Luculo venía de lugares frescos y defendidos por la sombra, y Pompeyo había hecho algunos días de marcha por terrenos áridos y sin árboles. Viendo, pues, los lictores de Luculo que el laurel de las fasces de Pompeyo estaba seco y marchito enteramente, partiendo del suyo, que se mantenía fresco, adornaron y coronaron con él las fasces de éste; lo que se tuvo por señal de que Pompeyo venia a arrogarse las victorias y la gloria de Luculo. Autorizaba a Luculo la dignidad de cónsul y su mayor edad, pero la dignidad de Pompeyo era mayor por sus dos triunfos. Con todo, su primer encuentro lo hicieron con urbanidad y mutuo agasajo, celebrando sus respectivas hazañas y dándose el parabién por sus victorias; pero en sus pláticas, en nada moderado y justo pudieron convenirse, sino que empezaron a motejarse: Pompeyo a Luculo, por su codicia, y éste a aquél, por su ambición; de manera que con dificultad pudieron lograr los amigos que se despidieran en paz. Luculo en la Galacia distribuyó la tierra conquistada e hizo otras donaciones a quienes tuvo por conveniente. Pero Pompeyo, que estaba acampado a muy corta distancia, prohibió que se le prestase obediencia y le quitó todas las tropas, a excepción de mil seiscientos hombres que, por ser orgullosos, reputó le serían inútiles a él mismo y que a aquel no le guardarían subordinación. Censurando y vituperando además abiertamente sus operaciones, decía que Luculo había hecho la guerra a las tragedias y farsas de aquellos reyes, quedándole a él tener que combatir con las verdaderas y ejercitadas fuerzas, ya que Mitridates había al fin recurrido a los escudos, la espada y los caballos. Mas defendíase, por su parte, Luculo diciendo que Pompeyo iba a lidiar con un fantasma y sombra de guerra, siendo su mafia acabar con los cuerpos muertos por otros, a manera de ave de rapiña, e ir dilacerando los despojos de la guerra, pues que de esta manera había inscrito su nombre sobre las guerras de Sertorio, de Lépido y de Espártaco, terminadas ya felizmente: ésta por Craso, aquélla por Cátulo y la primera por Metelo; por tanto, no era de extrañar que se arrogase ahora la gloria de las Guerras Armenias y Pónticas un hombre que había tenido arte para ingerirse en el triunfo de los fugitivos.

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