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Con este motivo, el ejército se entregó, como era natural, a los mayores regocijos, y pasó el tiempo en sacrificios y convites, como si en sólo Mitridates hubieran muerto diez enemigos. Pompeyo, habiendo puesto a sus hazañas y expediciones un término que no esperaba le fuese tan fácil, regresó al punto de la Arabia, y pasando con celeridad las provincias intermedias llegó a Amiso, donde recibió muchos presentes de parte de Farnaces y también muchos cadáveres de personas de la casa del rey, entre los cuales, aunque por el semblante no podía distinguirse muy bien el de Mitridates, a causa de que los embalsamadores se habían olvidado de extraerle el cerebro, le conocieron, sin embargo, por las cicatrices los que tuvieron la curiosidad de verle, pues Pompeyo no pudo sufrirlo, sino que, teniéndolo a abominación, mandó lo llevaran a Sinope, habiéndose admirado de la brillantez y magnificencia de las ropas y armas de que usaba. Su tahalí, que había costado cuatrocientos talentos, lo había sustraído Publio y lo vendió a Ariarates, y la tiara, Gayo, que se había criado con Mitridates, la regaló secretamente a Fausto, hijo de Sila, que la había pedido, por ser obra muy primorosa. De esto no tuvo por entonces noticia alguna Pompeyo; pero habiéndolo sabido después Farnaces, castigó a los ocultado- res. Habiendo, pues, ordenado y arreglado los negocios de aquella provincia, dispuso e hizo el viaje de vuelta con mayor aparato. Así es que, habiendo aportado a Mitilena, dio libertad e independencia a la ciudad por consideración a Teófanes y asistió al certamen acostumbrado de los poetas, cuyo único argumento fue entonces sus hazañas. Gustóle mucho aquel teatro, y tomó el diseño de su figura para construir otro semejante en Roma, aunque mayor y más magnífico. Llegado a Rodas oyó a todos los sofistas y regaló a cada uno un talento, y Posidonio escribió la conferencia que tuvo a su presencia contra el retórico Hermágoras sobre la invención oratoria en general. En Atenas se condujo del mismo modo con los filósofos, y habiendo dado a la ciudad cincuenta talentos para sus obras, esperaba aportar a la Italia el más próspero y feliz de los hombres, con ansia por ser visto de los que deseaban su vuelta; pero el Mal Genio, a quien debe de estar encargado mezclar siempre alguna parte de mal con los mayores y más brillantes favores de la fortuna, le estaba preparando tiempo había un regreso que le fuese de sumo dolor, pues Mucia lo había cubierto de ignominia durante su ausencia. Mientras estuvo lejos no hizo gran caso Pompeyo de los rumores que le llegaron; pero cuando se halló cerca de Italia y tuvo más tiempo para pensar en ellos, por lo mismo que se aproximaba a la causa, le envió el repudio, sin manifestar entonces por escrito ni haber dicho después por qué motivo se divorciaba; pero en las cartas de Cicerón se manifiesta cuál fue el que intervino.

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