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Empezaron a correr por Roma diferentes especies acerca de Pompeyo, y era grande la inquietud que había, porque al punto haría entrar el ejército en la ciudad y se consolidaría su monarquía. Craso, recogiendo sus hijos y su caudal, se ausentó, o porque verdaderamente temiese, o por conciliar, lo que parece más cierto, mayor crédito a aquella acusación y suscitar contra él más violenta envidia. Mas Pompeyo, luego que puso el pie en tierra de Italia, congregó en junta a los soldados, y habiéndoles hablado con la mayor afabilidad y agrado de lo que convenía, les dio orden de que se restituyeran cada uno a su patria y se retiraran a sus casas, no olvidándose de concurrir después a su triunfo. Cuando la noticia se difundió por todas partes sucedió una cosa admirable, y fue que, al ver las ciudades desarmado a Pompeyo Magno, y que como de un viaje volvía con unos cuantos amigos y familiares, acudieron a él las gentes en gran número por el amor que le tenían, y acompañándole le llevaron a Roma con mucho mayores fuerzas; de modo que, si hubiera tenido pensamientos de conmover y alterar el gobierno, no tenía que echar de menos al ejército para nada.

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