Como la ley no permitía entonces que antes del triunfo entrase en la ciudad, representó al Senado sobre que se suspendieran los comicios de elección de cónsules y se le dispensara esta gracia para poder, hallándose presente, dar pasos en favor de Pisón; pero habiéndose Catón opuesto a su demanda, quedó desairado en ella. Pasmado de la libertad de Catón y de su entereza, de la que él sólo usaba a las claras en lo que entendía justo, concibió el deseo de ganar por dife- rentes medios a tan señalado varón; y teniendo Catón dos sobrinas, propuso casarse él con la una y casar a su hijo con la otra; pero Catón desechó esta tentativa, que, en cierta manera, era un cebo para corromperle y sobornarle por medio de aquel deudo, aunque disgustando en ello a su hermana y a su mujer, que no estaban bien con que se rehusase la afinidad de Pompeyo Magno. Quiso en esto Pompeyo que fuera designado cónsul Afranio, y gastó para ello grandes cantidades con las tribus, de su propio caudal, yendo los que las recibían a los jardines del mismo Pompeyo; aquel soborno hízose público, murmurando todos de Pompeyo, porque aquella misma dignidad con que se habían recompensado sus triunfos, y que tanto le había ilustrado, siendo la primera de la república, la hacía venal para los que no podían aspirar a ella por su virtud. “Pues de esta afrenta teníamos que participar- dijo Catón a las mujeres de su casa- si nos hubiéramos hecho deudos de Pompeyo”: con lo que reconocieron que acerca de lo honesto discurría Catón con más acierto que ellas.