Según los que están empeñados en compararle continuamente y para todo con Alejandro, no llegaba entonces su edad a treinta y cuatro años; pero en realidad rayaba en los cuarenta; ¡y ojalá hubiera terminado allí su vida mientras tuvo la fortuna de Alejandro!, porque desde este punto en adelante, el tiempo, si le ofreció alguna dicha, fue muy sujeta a la envidia, y las desgracias fueron intolerables; porque habiendo adquirido por los más honestos y convenientes medios el gran influjo de que gozaba en la república, con usar mal de él en favor de otros, cuanta autoridad conciliaba a éstos otro tanto perdía de su gloria, y con semejante condescendencia, sin advertirlo, quitaba a su propio poder toda la fuerza y eficacia; y así como las partes y puntos más defendidos de una ciudad, luego que han recibido a los enemigos comunican a éstos su fortaleza, de la misma manera, exaltado en la república César por la autoridad de Pompeyo, con aquello mismo que le sirvió contra los demás derribó y acabó con éste, lo que sucedió de esta manera. Ya cuando Luculo llegó del Asia, tan mal tratado por Pompeyo como se ha dicho, el Senado le hizo la mejor acogida: y después de la vuelta de éste procuró mover y despertar su ambición para que otra vez tomara parte en el gobierno. Hallábase ya Luculo en cierta indiferencia para todo y muy tibio para volver a los negocios, por haberse entregado a los placeres y a las distracciones propias de los hombres ricos: sin embargo, al punto se animó contra Pompeyo, y, tomando sus cosas muy a pecho, en primer lugar alcanzó la confirmación de las providencias que éste le había revocado, y en el Senado tenía mucho más favor que él con el auxilio de Catón. Desquiciado, pues, y excluido por aquella parte, Pompeyo se vio en la precisión de acogerse a los tribunos de la plebe y de reunirse con los mozuelos, de los cuales Clodio, que era el más inso- lente y más osado de todos, lo puso a la merced del pueblo; de manera que, trayéndolo y llevándolo a su arbitrio de un modo que no convenía a la dignidad de tan autorizado varón, le hacía apoyar las leyes y decretos que proponía para adular a la plebe y ganarle sus aplausos; y a pesar de que con esto le degradaba, aun le pedía el premio como si le hiciera favor, habiéndole arrancado, por último, como tal el que abandonase a Cicerón, que era su amigo, y de quien en las cosas de la república había recibido importantes servicios; pues hallándose éste en peligro y habiendo acudido a valerse de su auxilio, ni siquiera se le dejó ver, sino que, haciendo cerrar el portón a los que venían en su busca, se marchó por un postigo y los dejó burlados; y Cicerón, temiendo el resultado de la causa, tuvo que huir de Roma.