Entonces César, que volvía del ejército, recurrió a un arbitrio que le granjeó por lo pronto aprecio, autoridad y poder para en adelante, pero que fue de gran ruina para Pompeyo y para la república. Iba a pedir el primer consulado, y como viese que, estando entre sí indispuestos Craso y Pompeyo, si se inclinaba al uno había de tener al otro por enemigo, puso por obra el reconciliarlos y hacerlos amigos; cosa por lo demás loable y muy política, pero intentada por él con mal objeto, y tan sagaz como traidoramente ejecutada; porque el poder de la república, que como en una nave regulaba los movimientos para que no se inclinase a un lado ni a otro luego que vino a un mismo punto y se hizo uno solo, constituyó una fuerza que sin resistencia ni oposición lo trastornó y destruyó todo. Así Catón, a los que eran de opinión de que la discordia ocurrida después entre César y Pompeyo había traído la ruina de la república les decía que se equivocaban echando la culpa a lo último, pues que no era su desunión y enemistad, sino su conformidad y concordia, la que había sido para la república la primera y más cierta causa de sus males. Porque fue César elegido cónsul, y dedicándose al punto a adular al desvalido y al pobre, propuso leyes para enviar colonias y repartir las tierras, prostituyendo la dignidad de su magistratura y convirtiendo el consulado en tribunado de la plebe. Opúsosele su colega Bíbulo, y como Catón se preparase a sostener con viveza su partido, trajo César al tribunal a Pompeyo a vista de todo el pueblo, y, saludándole, le preguntó si abogaría por las leyes, y contestóle que sí. “Pues si alguno –continuó- usase de fuerza contra ellas, ¿te pondrás de parte del pueblo en su auxilio?” “Sin duda- volvió a responder Pompeyo-; y contra los que amenacen con espadas traeré espada y escudo.” Nunca Pompeyo había hecho o dicho hasta aquel punto cosa tan arrojada e insolente; tanto, que sus amigos hubieron de tomar su defensa, excusándole con que aquello no había sido más que un pronto; pero en todo cuanto después hizo se vio bien claro que se había entregado a César para cuanto se intentase. Porque al cabo de pocos días, cuando nadie podía esperar tal cosa, se casó con la hija de César, desposada con Cepión, con quien estaba a punto de casarse, y para templar de algún modo el disgusto de Cepión le propuso su propia hija, que antes había sido prometida a Fausto, hijo de Sila, y César se casó con Calpurnia, hija de Pisón.