Por este tiempo, como Pompeyo hubiese enfermado de cuidado en Nápoles, y recobrado la salud, los napolitanos, por inspiración de Praxágoras, hicieron sacrificios públicos por su restablecimiento, e imitando este ejemplo los de los pueblos vecinos fue de unos en otros corriendo toda Italia, y no hubo ciudad, grande ni pequeña, que no hiciese fiestas por muchos días. Fuera de esto, no había lugar que bastase para los que le salían al encuentro por todas partes, sino que los caminos, las aldeas y los puertos estaban llenos de gentes que hacían sacrificios y banquetes. Muchos le salían a recibir con coronas y antorchas y le acompañaban derramando flores sobre él, de manera que su vuelta y todo su viaje fue uno de los espectáculos más magníficos y brillantes que se han visto; y así, se dice no haber sido ésta la menor de las causas que atrajeron la guerra civil. Porque el exceso de esta satisfacción dio mayor calor al orgullo con que ya pensaba acerca de los negocios; y creyéndose dispensado de aquella circunspección que hasta allí había afianzado y dado estabilidad a sus prósperos sucesos, se entregó a una ilimitada confianza y al desprecio del poder de César, como que ya no necesitaba de armas ni de una gran diligencia contra él, sino que aun le había de ser más fácil entonces el destruirlo que le había sido antes el levantarlo. Concurrió además de esto haber venido Apio de la Galia, trayendo las tropas que Pompeyo había dado a César, y haber empezado a apocar las hazañas de éste, desacreditándole en sus conversaciones y diciendo que el mismo Pompeyo no llegaba a conocer todo el valor de su poder y gloria buscando apoyo en otras armas contra César, cuando con las suyas propias podía destruirle apenas se dejase ver, ya que tanto era el odio con que miraban a César y tan grande la inclinación que tenían a Pompeyo; éste se engrió de manera y llegó a tal extremo de descuido con la excesiva confianza, que se burlaba de los que temían la guerra; a los que le decían que si viniese César no veían con qué tropas se le podría resistir, sonriéndose y poniendo un semblante desdeñoso les contestaba que no tuvieran cuidado ninguno, “pues en cualquier parte de Italiadecía- que yo dé un puntapié en el suelo brotarán tropas de infantería y caballería”.