Ya César daba calor con más viveza a los negocios, no apartándose mucho de la Italia, enviando continuamente a Roma soldados suyos para que votaran en las asambleas y ganando y corrompiendo con intereses a muchos de los magistrados, de cuyo número era el cónsul Paulo, traído a su facción con mil quinientos talentos; el tribuno de la plebe Curión, a quien redimió de inmensas deudas, y Marco Antonio, que por la amistad de Curión participó también para las suyas. Díjose entonces que un tribuno de los que habían venido del ejército de César, hallándose a la puerta del Senado y llegando a entender que éste no prorrogaría a César el tiempo de su mando, echó mano a la espada diciendo: “Pues ésta lo prorrogará”; y a esto se dirigía cuanto se hacía y meditaba. Con todo, las proposiciones e instancias de Curión en cuanto a César parecían más moderadas, porque pedía una de dos cosas: o que Pompeyo también renunciara, o que no se quitaran a César las tropas, pues de este modo, o reducidos a la clase de particulares estarían a lo justo, o conservándose rivales permanecerían como estaban, cuando ahora el que quería debilitar al otro doblaba por lo mismo su poder. Ocurrió después que Marcelo apellidó ladrón a César, y fue de parecer que se le tuviera por enemigo si no deponía las armas; mas, con todo, Curión pudo obtener, con Antonio y con Pisón, que se decidiera este asunto en el Senado, porque propuso que pasaran al otro lado todos los que fueran de opinión de que sólo César dejara las armas y Pompeyo retuviera el mando, y pasaron la mayor parte. Propuso otra vez que se hiciera la misma diligencia, pasando a su lado los que quisieran que ambos depusieran las armas y ninguno de los dos quedara con mando, y a la parte que hacía por Pompeyo sólo pasaron veintidós, pasando a la de Curión todos los restantes. Éste, como si hubiera ganado una victoria, corrió lleno de gozo a presentarse al pueblo, que le recibió con grande algazara, derramando sobre él coronas y flores. Pompeyo no asistió al Senado porque los que mandan ejércitos no entran en la ciudad; pero Marcelo se levantó, diciendo que ya nada oiría desde su asiento, pues al ver que estaban en marcha diez legiones, habiendo pasado los Alpes, enviaría quien se les opusiese en defensa de la patria.