Engreídos con este suceso, los del partido de Pompeyo querían se diese pronto una batalla decisiva; pero Pompeyo, aunque a los reyes y a los caudillos que no se hallaban allí les escribía en tono de vencedor, temía el resultado de una batalla, esperando del tiempo y de la escasez y carestía triunfar de unos enemigos invictos en las amias y acostumbrados largo tiempo a vencer en unión, pero desalentados ya por la vejez para toda otra fatiga militar, como las marchas, las mudanzas de campamento y la formación de trincheras, que era por lo que no pensaban más que en acometer y venir a las manos cuanto antes. Pompeyo, hasta aquel punto, había podido con la persuasión contener a los suyos; pero cuando César, después de la batalla referida, estrechado de la carestía, tuvo que marchar por el país de los Atamanes a la Tesalia, no pudo ya contener la temeridad de los suyos, quienes, gritando que César huía, unos proponían que se marchara en pos de él y se le persiguiera, y otros, que se diera la vuelta a Italia, y aun algunos enviaban a Roma sus domésticos y sus amigos a que les tomaran casa cerca de la plaza, corno que ya iban a pedir las magistraturas. Muchos se apresuraron a hacer viaje a Lesbo para pedir albricias a Cornelia de que estaba concluida la guerra: porque Pompeyo, para tenerla en mayor seguridad; la había enviado allá. Reunióse, pues, el Senado, y Afranio fue de opinión de que se ocupara la Italia; porque además de ser ella el premio principal de aquella guerra, a los que la dominaran se arrimarían al punto la Sicilia, la Cerdeña, la Córcega, la España y toda la Galia, no siendo, por otra parte, razón desatender el que debía ser objeto principal de Pompeyo, a saber: la patria, que le tendía las manos por verse es- carnecida y en servidumbre de los esclavos y aduladores de los tiranos. Mas Pompeyo creía que ni para su gloria conducía el huir segunda vez de César y ser perseguido pudiendo perseguir, ni era justo abandonar a Escipión ni a los demás consulares esparcidos por la Grecia y la Tesalia, que al punto habían de venir a poder de César con grandes caudales y muchas tropas, y que el mejor modo de cuidar de Roma era el que la guerra se hiciese lejos de allí, para que, libre y exenta de males, esperara al vencedor.