Tomada esta resolución, marchó en seguimiento de César, con ánimo de rehusar batalla, contentándose con cercarle y quebrantarle por medio de la falta de víveres, yéndole siempre al alcance, lo que juzgaba también conveniente por otro respecto; había, efectivamente llegado a sus oídos la especie, difundida entre la caballería, de que sería del caso, después de deshecho César, acabar con él mismo, y aun algunos dicen que por esta razón no se valió Pompeyo de Catón para ninguna cosa de importancia, sino que al partir contra César lo dejó en la costa del mar encargado del bagaje, no fuera que, quitado César de en medio, quisiera al punto obligarle a que depusiera el mando. Viéndole andar de este modo en pos de los enemigos, se le culpaba públicamente de que no era a César a quien hacía la guerra, sino a la patria y al Senado, para mandar siempre y no dejar de tener por sus criados y satélites a los que eran dignos de dominar toda la tierra; y Domicio Enobarbo, con llamarle siempre Agamenón y rey de reyes, concitaba más la envidia contra él. Érale no menos molesto que cuantos usaban de indiscretas e importunas libertades aquel Favonio, con sus pesadas burlas, diciendo: “Camaradas, en todo este año no probaréis los higos de Tusculano”. Lucio Afranio, el que perdió las tropas de España, por lo que habla contra él la sospecha de traición, viendo entonces a Pompeyo esquivar la batalla prorrumpió en la expresión de que se admiraba cómo sus acusadores andaban tan tardos en acometer al que apellidaban mercader de provincias. Con estas y otras semejantes expresiones violentaron a un hombre que no sabía sobreponerse a la opinión del vulgo, ni a la censura de sus amigos, a adoptar sus esperanzas y sus planes, apartándose de la prudente determinación que había seguido, cosa que no hubiera debido suceder ni a un capitán de barco, cuanto más a un general de tantas tropas y tantas naciones. Pompeyo, pues, que alababa entre los médicos a los que nunca condescendían con los antojos de los dolientes, en esta ocasión cedió a la parte enferma del ejército, temiendo hacerse desabrido por la salud de la patria. Porque ¿cómo tendría nadie por cuerdos a unos hombres que en las marchas y en los campamentos soñaban con los consulados y las preturas, ni a Espínter, Domicio y Escipión, entre quienes había riñas por la dignidad de pontífice máximo de César?, como si tuvieran acampado al frente al armenio Tigranes o al rey de los Nabateos, y no a aquel mismo César y aquellos soldados que habían tomado por fuerza a mil ciudades, habían sujetado más de trescientas naciones y, habiendo sido siempre invictos en tantas batallas con los Germanos y los Galos, que no tenían número, habían tomado mas de un millón de cautivos y dado muerte en batalla campal a un millón de hombres.