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Tomando, pues, con sigo la mujer y los amigos, continuó su viaje, arribando a los puntos que era necesario para proveerse de agua y víveres, y siendo Atalia, de la Panfilia, la primera ciudad en que entró. Llegáronle allí algunas galeras de la Cilicia y empezó a levantar tropas, teniendo ya cerca de sí otra vez unos sesenta del orden senatorio. Habiéndose anunciado que la escuadra se mantenía, y que Catón, habiendo reunido muchos de los soldados, pasaba al África, empezó a lamentarse con sus amigos, reprendiéndose de haberse dejado violentar para combatir con las tropas de tierra, no empleando para nada el recurso mayor que sin disputa tenía, y de no haberse aproximado a la armada, para tener prontas, si por tierra sufría algún descalabro, unas fuerzas navales de tanta consideración: pues ni Pompeyo pudo cometer mayor yerro, ni César valerse de medio más acertado que el de haber trabado la batalla a tanta distancia de los socorros marítimos. Mas, en fin, precisado a dar pasos y sacar algún partido del estado presente, a unas ciudades envió embajadores, y pasando él mismo a otras recogía fondos y tripulaba las naves; pero temiendo la celeridad y presteza del enemigo, no fuera que le sobrecogiese antes de allegar los preparativos, andaba examinando dónde podría hallar por lo pronto asilo y refugio. Puestos a deliberar, no veían provincia que les ofreciese seguridad; por lo que hace a reinos, el mismo Pompeyo indicó el de los Partos como el más propio para recibirlos y protegerlos mientras eran débiles, y para rehacerlos después y habilitarlos con nuevas fuerzas. De los demás, algunos volvían la consideración hacia África y el rey Juba; pero a Teófanes de Lesbo le parecía una locura, no distando el Egipto más que tres días de navegación, no hacer cuenta de él ni de Tolomeo, que, aunque todavía mocito, debía haber heredado la amistad y gratitud paterna, e ir a entregarse en manos de los Partos gente del todo desleal e infiel, y que el mismo que no quería tener el segundo lugar respecto de un ciudadano romano, su deudo, siendo el primero respecto de todos los demás, ni exponerse a probar la moderación de aquél, hiciera dueño de su persona a un Arsácida, que no pudo serlo de la de Craso mientras tuvo vida, y llevar una mujer joven de la casa de los Escipiones a un país bárbaro, entre gentes que hacen consistir el poder en el insulto y la disolución. Pues aunque nada sufriese, podía parecer que lo había sufrido por haber estado entre gente por lo común desmandada, lo que es terrible. Dícese que esto sólo fue lo que retrajo a Pompeyo de seguir la marcha hacia el Éufrates, si es que ésta fue resolución de Pompeyo y no fue su mal hado el que le inclinó a este otro camino.

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