77

Luego que prevaleció el parecer de ir a Egipto, dando la vela de Chipre en una trirreme seléucida con su mujer, y siguiéndole los demás, unos con embarcaciones menores y otros en transportes, hizo la travesía sin accidente alguno; pero habiendo sabido que Tolomeo se hallaba en Pelusio haciendo la guerra a su hermana, hubo de detenerse, enviando persona que anunciara al rey su llegada y le pidiera benigna acogida. Tolomeo era muy jovencito, y Potino, que era el árbitro de los negocios, juntó en consejo a los de mayor autoridad, que la tenían los que él quería, y les mandó dijera cada uno su dictamen. ¡Era cosa bien triste que sobre la suerte de Pompeyo Magno hubieran de decidir el eunuco Potino, Teódoto de Quío, llamado por su salario para ser maestro de retórica, y el egipcio Aquilas. Porque estos consejeros eran los principales entre los demás camareros y ayos, y Pompeyo, que no tenía por digno de su persona ser deudor de su salud a César, estaba esperando al áncora lejos de tierra la resolución de semejante senado. Los pareceres fueron del todo opuestos, diciendo unos que se le desechase, y otros, que se le llamara y recibiera; pero Teódoto, haciendo muestra de su habilidad y pericia en la materia, demostró que ni en lo uno ni en lo otro había seguridad, porque de recibirle tendrían a César por enemigo y a Pompeyo por señor, y de desecharle incurrirían en el odio de Pompeyo por la expulsión, y en el de César por tener todavía que perseguirle; así que lo mejor era mandarle venir y matarle, pues de este modo servirían al uno y no tenían que temer al otro, añadiendo con sonrisa, según dicen, que hombre muerto no muerde.

Share on Twitter Share on Facebook