Así se determinó, y Aquilas tomó a su cargo la ejecución, el cual, llevando consigo a un tal Septimio, que en otro tiempo fuera tribuno a las órdenes de Pompeyo, a otro que había sido centurión, llamado Salvio, y tres o cuatro criados, se dirigió a la nave de Pompeyo. Habían pasado y reunídose en ella los principales de su comitiva para estar presentes a lo qué ocurriese, y cuando vieron que el recibimiento no era ni regio ni brillante, como Teófanes se lo había hecho esperar, viniendo sólo unos cuantos hombres en un barquichuelo de pescador, ya les pareció sospechosa la poca importancia que se les daba y aconsejaron a Pompeyo sacara la nave a alta mar hasta ponerse fuera de alcance; pero en esto, atracando ya el barquichuelo, se levantó el primero Septimio, saludó en lengua romana a Pompeyo con el título de emperador, y Aquilas, saludándole en griego, le instó para que pasase a su barco, porque había mucho cieno y por allí no tenía para su galera bastante profundidad el mar, y además abundaba de bancos de arena. Veíase al mismo tiempo que se aprestaban algunas de las naves del rey y que se coronaban de tropas la orilla; de manera que no les era dado huir aunque mudaran de propósito, y, por otra parte, si tenían dañadas intenciones, con la desconfianza defenderían su injusticia. Saludando, pues, a Cornelia, que muy de antemano lloraba su muerte, dio orden de que se embarcara primero a dos centuriones, a su liberto Filipo y un esclavo llamado Escita, y al darle la mano Aquilas, volviéndose a su mujer y a su hijo, recitó aquellos yambos de Sófocles: Quien al palacio del tirano fuere esclavo es suyo aun cuando libre parta.