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Produjo este combate tan gran mudanza en los negocios, favorables a Alejandro, que con la ciudad de Sardes se le entregó en cierta manera el imperio marítimo de los bárbaros, poniéndose a su disposición los demás pueblos. Sólo le hicieron resistencia Halicarnaso y Mileto, las que tomó por asalto, y, sujetando todo el país vecino a una y otra, quedó perplejo en su ánimo sobre lo que después emprendería: pensando unas veces que sería lo mejor ir desde luego en busca de Darío y ponerlo todo a la suerte de una batalla, y otras, que sería más conveniente dar su atención a los negocios e intereses del mar, como para ejercitarse y cobrar fuerzas y de este modo marchar contra aquel. Hay en la Licia, cerca de la ciudad de Janto, una fuente de la que se dice que entonces mudó su curso y salió de sus márgenes, arrojando, sin causa conocida, de su fondo una plancha de bronce, sobre la cual estaba grabado en caracteres antiguos que cesaría el imperio de los Persas destruido por los Griegos. Alentado con este prodigio, se apresuró a poner de su parte todo el país marítimo hasta la Fenicia y la Cilicia. Su incursión en la Panfilia sirvió a muchos historiadores de materia pintoresca para excitar la admiración y el asombro, diciendo que como por una disposición divina aquel mar había tomado el partido de Alejandro, cuando siempre solía ser inquieto y borrascoso, y rara vez dejaba al descubierto los escondidos y resonantes escollos situados al pie de sus escarpadas y pedregosas orillas; a lo que alude Menandro celebrando cómicamente lo extraordinario del mismo suceso: Esto va a lo Alejandro, dicho y hecho: si a alguien busco, comparece luego sin que nadie le llame; si es preciso dirigirme por mar a cierto punto, el mar se allana y facilita el paso. Mas el mismo Alejandro, en sus cartas, sin tener nada de esto a portento, dice, sencillamente, que anduvo a pie la montaña llamada Clímax, que la atravesó partiendo de la ciudad de Fascelis, en la cual se detuvo muchos días, y que en ellos, habiendo visto en la plaza la estatua de Teodectes, que era natural de la misma ciudad y había muerto poco antes, fue a festejarla, bien bebido, después de la cena, y derramó sobre ella muchas coronas, tributando como por juego esta grata memoria al trato que con él había tenido a causa de Aristóteles y de la filosofía.

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