Dícese que, encerrándose en su pabellón luego que éstos se retiraron, durmió con un profundo sueño la parte que restaba de la noche, fuera de su costumbre, en términos que se maravillaron los jefes, habiendo ido a hablarle de madrugada, y tuvieron que dar por sí la primera orden, que fue la de que los soldados comieran los ranchos. Después, cuando ya el tiempo estrechaba, entró Parmenión, y poniéndose al lado de la cama le fue preciso llamarle dos o tres veces por su nombre; despertóse, y preguntándole éste en qué consistía que durmiese el sueño de un vencedor, cuando no faltaba nada para entrar en el más reñido de todos los combates, se añade haberle respondido sonriéndose: “¿Pues te parece que no hemos vencido ya, libres de tener que andar errantes en persecución de Darío, que nos hacía la guerra huyendo por un país extenso y gastado?” Y no sólo antes de la batalla, sino en medio del peligro, se mostró grande e inalterable para tomar disposiciones y dar pruebas de confianza; porque aquella acción tuvo momentos de flaqueza y de algún desorden en el ala izquierda, mandada por Parmenión, por haber cargado la caballería bactriana con gran ímpetu y violencia a los Macedonios y haber enviado Maceo otra división de caballería fuera de la línea de batalla para acometer a los que guardaban los equipajes. Así es que, turbado Parmenión con estos dos incidentes, envió ayudantes que informaran a Alejandro de que iban a perderse el campamento y el bagaje si sin dilación alguna no enviaba desde vanguardia un considerable refuerzo a los de reserva; esto fue en el momento en que justamente estaba dando a los que por sí mandaba la orden y señal de embestir. Luego que se enteró del aviso de Parmenión, dijo que, sin duda estaba lelo y fuera de su acuerdo, pues con la turbación no reparaba que si vencían serían dueños de cuanto tenían los enemigos, y si eran vencidos no estarían para pensar en caudales ni en esclavos, sino en morir peleando denodada y valerosamente; y esto mismo fue la respuesta que mandó a Parmenión. Calóse entonces el casco, porque ya antes había tomado en su tienda el resto del armamento, que consistía en una ropa a la Siciliana, ceñida, y encima una sobrevesta de lino doble, de los despojos tomados en Iso. El casco, obra de Teófilo, era de acero, pero resplandecía como la más bruñida plata. Guardaba conformidad con él un collar asimismo de acero guarnecido con piedras. La espada era admirada por el temple y la ligereza, dádiva que le había hecho el rey de los Citienses, y se la había ceñido, porque ordinariamente usaba de la espada en las batallas. El broche de la cota era de un trabajo y de un primor muy superior al resto de la armadura, pues era obra de Helicón, el mayor y obsequio de la ciudad de Rodas, que le habla hecho aquel presente: solía también llevarlo en los combates. Mientras anduvo disponiendo la formación, o dando órdenes, o comunicando instrucciones, o haciendo reconocimientos, tuvo otro caballo, no queriendo cansar a Bucéfalo, que estaba viejo; pero cuando ya se iba a entrar en la acción le trajeron éste, y en el momento mismo de montarle había principiado el combate.