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Entonces, habiendo hablado con alguna detención a los Tésalos y a los demás Griegos, luego que éstos le dieron ánimo gritando que los llevara contra los bárbaros, pasó la lanza a la mano izquierda, y tendiendo la diestra invocó a los dioses, pidiéndoles, según dice Calístenes, que si verdaderamente era hijo de Zeus defendieran y protegieran a los Griegos. El agorero Aristandro, que le acompañaba a caballo, llevando una especie de alba y una corona de oro, les mostró un águila que, puesta sobre la cabeza de Alejandro, se encaminaba recta a los enemigos; lo que infundió grande aliento a los que la vieron, y con este motivo, exhortándose unos a otros, la falange aceleró el paso para seguir a la caballería, que de carrera marchaba al combate. Antes de trabarse éste entre los de la primera línea replegáronse los bárbaros, y se les perseguía con ardor, procurando Alejandro impeler los vencidos hacia el centro, donde se hallaba Darío, porque le había visto de lejos, haciéndose observar por entre los de vanguardia colocado en el fondo de la tropa real, de bella presencia y estatura, conducido en un carro alto y defendido por numerosa y brillante caballería, muy bien distribuida alrededor del carro y dispuesta a recibir ásperamente a los enemigos; pero pareciéndoles Alejandro terrible de cerca, e impeliendo éste a los fugitivos sobre los que se mantenían en su puesto, llenó de terror y dispersó a la mayor parte. Los esforzados y valientes, muriendo al lado del rey, y cayendo unos sobre otros, eran estorbo para el alcance, aferrándose aún en esta disposición a los hombres y a los caballos. Darío, viendo ante sus ojos toda especie de peligros, y que venían sobre él todas las tropas que tenía delante, como no le fuese fácil hacer cejar o salir por algún lado el carro, sino que las ruedas estaban atascadas con tantos caídos, y los caballos detenidos y casi cubiertos con tal muchedumbre de cadáveres, tenían en agitación y despedían al que los gobernaba, abandonó el carro y las armas, y montando, según dicen, en una yegua recién parida, dio a huir; es probable, sin embargo, que no habría escapado a no haber venido otros ayudantes de parte de Parmenión implorando el auxilio de Alejandro, por mantenerse allí todavía considerables fuerzas y no acabar de ceder los enemigos. Generalmente se tacha a Parmenión de haber andado desidioso e inactivo en esta batalla, bien fuera porque la edad le hubiese disminuido los bríos, o bien porque, como dice Calístenes, le causase disgusto y envidia el alto grado de violencia y entonamiento a que había llegado el poder de Alejandro; el cual, aunque se incomodó con aquella llamada, no manifestó lo cierto a los soldados, sino que, como si se contuviera de la matanza por ser ya de noche, hizo la señal de retirada, y marchando adonde se decía que había riesgo, recibió aviso en el camino de que enteramente habían sido vencidos y huían los enemigos.

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