10

Celebraba Pompeya esta fiesta, y Clodio, que era todavía imberbe, y por lo mismo esperaba poder quedar oculto, tomó el vestido y arreos de una cantora, y con este disfraz se introdujo, pudiendo confundirse con una mocita. Estaban las puertas abiertas, y fue introducido sin tropiezo por una criada que estaba en el secreto, la cual corrió a anunciarlo a Pompeya. Fue precisa alguna detención, y como, no pudiendo aguantar Clodio en el sitio donde aquella le dejó, se echase a andar por la casa, que era grande, resguardándose de la luz, dio con él una criada de Aurelia, que le provocaba a juguetear, como que le tenía por otra mujer, y al ver que se negaba, echándole mano le preguntó quién y de dónde era; respondió Clodio que estaba esperando a Abra, criada de Pompeya, que así se llamaba aquella; pero como fuese descubierto por la voz, esta otra criada corrió, dando voces a traer luz, y adonde estaba la reunión, gritando que había visto un hombre. Sobresaltáronse todas las mujeres, y Aurelia, suspendiendo y reservando las orgías de la diosa, hizo cerrar las puertas de la casa y se puso a recorrerla toda por sí, con lu- ces, en busca de Clodio. Encontrósele en el cuarto de la criada, en el que se había entrado huyendo, y descubierto así por las mujeres, se le puso la puerta afuera. Este suceso, yéndose en aquella misma noche las otras mujeres a sus casas, lo participaron a sus maridos, y al otro día corrió por toda la ciudad la voz de que Clodio había cometido un gran sacrilegio, y era deudor de la pena, no sólo a los ofendidos, sino a la república y a los dioses. Acusóle, pues, de impiedad uno de los tribunos de la plebe, y se mostraron indignados contra él los más autorizados del Senado, dando testimonio de otros hechos feos, y de incesto con su hermana, casada con Luculo; pero haciendo frente el pueblo a estos esfuerzos, se puso a defender a Clodio, a quien fue de grande utilidad cerca de unos jueces aterrados e intimidados por la muchedumbre. En cuanto a César, al punto, repudió a Pompeya; pero llamado a ser testigo en la causa, dijo que nada sabía de lo que se imputaba a Clodio. Como, sorprendido el acusador con una declaración tan extraña, le preguntase por qué había repudiado a su mujer: “Porque quiero —dijo— que de mi mujer ni siquiera se tenga sospecha”. Unos dicen que César dio esta respuesta porque realmente pensaba de aquel modo, y otros, que quiso en ella congraciarse con el pueblo, al que veía empeñado en salvar a Clodio. Fue, pues, absuelto de aquel crimen, habiendo dado con confusión sus votos los más de los jueces, para no exponerse al furor de la muchedumbre si condenaban, ni incurrir en el odio de los buenos si absolvían.

Share on Twitter Share on Facebook