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César, después de la pretura, habiéndole cabido la España en el sorteo de las provincias, como al salir para ella se viese estrechado y hostigado de los acreedores, acudió a Craso, que era el más rico de los Romanos; pero necesitaba del grande influjo y ardimiento de César para su contienda en punto a gobierno con Pompeyo. Tomó, pues, Craso sobre sí el acallar a los acreedores más molestos e implacables, afianzando hasta en cantidad de ochocientos y treinta talentos; de este modo pudo aquél partir a su provincia. Dícese que pasando los Alpes, al atravesar sus amigos una aldea de aquellos bárbaros, poblada de pocos y miserables habitantes, dijeron con risa y burla: “¿Si habrá aquí también contiendas por el mando, intrigas sobre preferencias y envidias de los poderosos unos contra otros?” Y que César les respondió con viveza: “Pues yo más querría ser entre éstos el primero que entre los Romanos el segundo”. Del mismo modo se cuenta que en otra ocasión, hallándose desocupado en España, leía un escrito sobre las cosas de Alejandro, y se quedó pensativo largo rato, llegando hasta derramar lágrimas; y como se admirasen los amigos de lo que podría ser, les dijo: “¿Pues no os parece digno de pesar el que Alejandro de esta edad reinase ya sobre tantos pueblos, y que yo no haya hecho todavía nada digno de memoria?”

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